martes, 30 de octubre de 2007

A diferencia de lo que ocurre con cualquiera de nosotros, el río es, ya ría, a punto de morir, que es entregarse a la mar, confundirse en ella hasta el extremo de diluirse y perder la dulzura de sus aguas, es cuando resulta más musculado y poderoso, con el caudal completo por la multitud, grande o pequeña, de afluentes, que en el tiempo de su recorrido murieron para fortalecerlo. Los humanos, en el tramo equivalente, poco menos que nos arrastramos, con movimientos progresivamente más lentos. Sólo nuestro caudal interior, el de sabiduría, ha ido progresando, como el del río y ahora somos un poco más conscientes de nuestra ignorancia de lo que lo éramos a mitad de trayecto o en su inicio, Deduzco que consistimos en nuestro gran o pequeño saber, que a veces no es más que experiencia adquirida a empellones de la vida, y que lo demás no es sino recipiente en que vamos contenidos, como en un cauce, para que no nos lleguemos a desparramar como hace el río en cada ocasión en que se disparata, llovido de excesos, se desborda y arrasa con lo que encuentra, sin fijarse siquiera en la posibilidad de que haya otro camino. Las fieras, por lo que aprendí en los libros, se comportan más como nosotros que como los ríos. A punto para el último viaje, son más sabias –en la medida de la posibilidad que les conocemos-, pero también más débiles. Y yo creo que de alguna manera lo saben, aunque no se den cuenta de ello.

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