viernes, 12 de octubre de 2007

En los cansancios, se advierte que llegas a la vejez. No hace mucho, los disipabas, a los cansancios, o se disolvían ellos, en un espacio de tiempo razonable. Ahora me canso y tardo más de veinticuatro horas en recuperar sosiego y ritmo, tras de recolocar todo cuanto misteriosamente se te descoloca en una mesa de despacho durante cualquier ausencia. Hoy, para colmo, he de ir a la capital pequeña, la de la autonomía que nos corresponde. Las capitales pequeñas, desde lejos, las ves recortadas en el paisaje. Parece mentira que en ese espacio delimitado por la tierra, los montes, las aguas y las nieblas puedan ocurrir tantas cosas. Por momentos, el paisaje parece más un belén, ahora que está de nuevo la Navidad a la vuelta de la esquina. La pequeña ciudad, capital de la autonomía, viniendo de la del Estado, por mucho que aquélla, es decir, ésta donde ahora estoy, haya crecido últimamente, parece haberse empequeñecido. Ha llegado el otoño porque en el restaurante me ofrecen callos como plato recomendable. En el escaparate de una confitería he visto además “huesos de santo”. Y dicen que hay primeros casos de gripe, para que no falte nada, ninguno de los condimentos de un tiempo en que los osos, que son unos sabios, se refugian a sus oseras y allí, en tranquila paz, dicen que es cuando paren las osas, durante la hibernación. -

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