¿Por qué he de tener miedo
si nada tengo ahora y lo peor que puede ocurrirme,
que es la muerte,
me dará lo que me falta para ser
el yo que aún desconozco?
Y ese interlocutor secreto que llevamos,
como una sombra, dentro,
me pregunta a su vez si estoy seguro
de querer conocerme.
Y mi viejo custodio, cansado,
con un suspiro,
vago recuerdo de aquella premura con que me decía,
aconsejaba,
llegó a llorar y compartimos juntos,
mucho después, también el desengaño-
me apunta que lo deje,
en manos del buen Dios.
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