Bajas, pasito a paso, sin prisa,
ya no sabes de prisas, se perdieron
cuando, con la tarde del domingo a cuestas,
pobres y alegres, íbamos,
a gastar energía y juventud por las calles
de la parte más vieja de la ciudad. Te gustaban
las plazuelas
recoletas
donde jugaban las niñas al corro,
que nos sentásemos en los bancos abandonados
bajo aquellas acacias de hojas pálidas,
cansadas,
inmóviles.
Ahora vas, lentamente, casi
sin ir.
Ya no hay niñas que jueguen al corro ni canten
los viejos romances,
que musitabas con ellas,
mientras yo embelesado te miraba
que me mirases.
La ciudad ya no tiene domingos y nosotros
lo hemos gastado casi todo,
pero tal vez tu tengas, como yo, atesorado
un hermoso recuerdo
de aquel eterno amor,
que va pasito a paso, acompañándote,
como conmigo viene,
camino de cualquier parte
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