La provincia, ahora autonomía, tiene una capital pequeña, casi de juguete, con algo menos de un tercio del millón de habitantes. La capital de la provincia está esmeradamente limpia, adornada con jardines, parques y flores y tiene muchas calles de esas que llaman peatonales porque están relativamente prohibidas para los coches. Ninguna calle está en realidad prohibida, sin más, para los coches, salvo que les resulte inaccesible o que sea impenetrable. En cualquier otro caso, siempre hay algún coche que por algún motivo, disfruta del privilegio de pasar o de pararse donde no deben hacerlo los demás, y en seguida, los demás imitan a los que disfrutan del privilegio y pasan y se para por donde les da la real gana a sus conductores, esté o no relativamente prohibida, la circulación.
Esta ciudad, la capital de la autonomía, antes provincia, como tantas otras en tantas otras provincias o autonomías, tiene cerca otra ciudad rival, de la misma autonomía, de su tamaño o mayor, con la que mantiene una permanente y cordial emulación.
En ambas ciudades de esta autonomía, la capital y la otra, hay multitud de ingenios que cuentan una interminable serie de chascarrillos y de chistes inéditos en que la ciudad propia acredita su alto nivel y la otra su falta. Chistes y chascarrillos son los mismos, pero, según los cuente un habitante de una u otra ciudad, el papel de listo lo hace el habitante de la propia y el de tonto el de la otra.
La ciudad que no es capital de la provincia, ahora autonomía, es más lúdica y optimista, la otra, que sí lo es, añade a tal condición una austera seriedad circunspecta.
En la capital no se producen cosas, sino conceptos, en la universidad, y se prestan servicios. Aquí residen los centros de poder. En la otra han proliferado las industrias grandes, pequeñas y medianas, el desenfado. La capital se caracteriza por ese gesto adusto, su rival por la sonrisa.
Hoy he estado en ambas, me maravillan las dos, me parecen complementarias, recíprocamente indispensables y que a lo mejor es bueno que mantengan ese estado habitual de tensión polémica, de guerrilla incruenta, ese espíritu de emulación.
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