domingo, 4 de noviembre de 2007

Supongo que cualquiera de nosotros, herido por una sensación adecuada y bastante, puede ser el mejor poeta del mundo, aunque nadie sepa ni haya sabido nunca quien es en cada momento, el mejor poeta del mundo, ni se sepa de cierto quién fue el mejor poeta, hasta ahora, de la historia de la humanidad. Y ya peden sesudos varones que está claro, que fue, o que es, éste o aquél. Se equivoca. Podría incluso resultar cierto que lo fuesen para él, pero ¿de qué vale eso? Ahora mismo, alguien puede estar escribiendo los mejores versos y tal vez los destruya luego y tire los papeles para disfrutar contemplando cómo se los lleva el viento. Pero ese poeta tampoco sería el mejor, ya que nadie habría compartido su exaltación ni su gloria, y dudo que así se pueda dar por bueno que esa tan hermosa poesía haya existido. Algo así como los atletas cuando baten una marca, que tiene que haber alguien que certifique lo ocurrido. Y en cualquier género literario ocurre igual. Lo que es consolador, porque me lleva a repetir lo que dije de entrada acerca de que cualquiera de nosotros, herido por una sensación adecuada etc. Y así estamos todos, todos los días, enfrascados, convencidos de la excelsitud que habríamos podido alcanzar en lo escrito si no fuésemos tan manazas y evidentemente incapaces de expresar aquello inefable que sentimos y se nos ahogó en el pecho o se desdibujó en la punta del instrumento o del teclado con que ensuciamos más y más papel, dicen los ecologistas que en irremediable perjuicio de unos hermosos árboles que alguien taló en un bello paisaje.

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