En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 2 de noviembre de 2007
Hay que soñar siempre, con el pasado, con el presente, con el futuro. Todos es parte del hecho de estar vivo, que para un hombre supone volar de un extremo a otro de lo imaginable y tal vez siempre, precisamente por imaginable, posible. Como posible es comunicarse con los demás y disfrutar o disfrutar gozando de la soledad más íntima, donde nadie llega del todo y están nuestras más queridas esperanzas, nuestros primeros y últimos principios, nuestros sueños y ensueños más disparatadamente hermosos. ¿Y si hay fracasos en el recuerdo, o hay una pizca de su desesperanza en la esperanza más sobreviviente de la que tuvimos mientras el primer fracaso llegaba como llegan siempre, inesperados e inexplicables para quien los tuvo como ilusión? Pues es igual. Cada uno nos hace a la vez más fuertes y más vulnerables, pero ¿qué mayor vulnerabilidad que la de la vida misma?, a la vez tan frágil y tan correosa en ocasiones, como si nos estuviera poniendo a prueba para ver si servimos para no sé qué y supongo que no lo sabe nadie, que si no, alguien lo habría puesto ya algún sitio de la red, tan insondable ya que da miedo, parece cosa como una persona, con todas sus facetas, toda funcionando a la vez, de modo que abres una ventana y en esa estancia hay escenas de todas clases, desde la mayor hostilidad hasta lo cruel y la ternura, o cada una está en la habitación vecina, sin más separación que un tabique de apariencia inconsistente, quizá parecido a lo que es un cambio de humor en ese personaje peligrosamente lábil que casi siempre forma parte del círculo de nuestros allegados, amigos, colaboradores o contradictores.
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