Pasa un enjambre de aviones
trazando sobre el cielo, hoy profundamente azul
toda una red, a base de ilusiones,
que deshacen el tiempo y el viento
antes de que lleguen cada cual a su destino
todos esos aviones desafiantes de la regla
de que el hombre no debería volar.
El hombre es por naturaleza, peregrino,
ha de pisar, tocar, para cerciorarse. Por eso
ignora, mientras vuela,
que está pasando,
que resbala
sobre la vida, sin vivir.
Como si por un momento se hubiera vuelto ángel
ciego.
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