Hay poca gente,
pétalos desparramados, untados de palabras
apenas susurradas,
pasa un viento de otoño
lamiendo la sal del blanco de los mármoles
y con súbita sorpresa, descubres,
allá en el último rincón de la memoria
la escena que coincide con sus nombres.
En eso consisten, nada más,
la vida, la muerte y la otra vida,
nadie sabe cuándo,
nadie sabe dónde,
más que el buen padre Dios, que, paciente,
insiste en decirnos que el hilo en que todo se enhebra
es el amor.
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