Dicen los periódicos que tiene el alcalde de Madrid un nido por lo menos de ratones en su despacho nuevo. Por esta época, los villancicos de lo que hablaban era de nidos de ratones en el portal de Belén, que acaban –siguen diciendo al son de la zambomba- por roer los calzones de san José, del que no añaden si se enfadaba o no, pero se supone que, dada su bondad, ni cuenta se daría, recién nacido el Niño, lejos de casa y sin cobijo, con una pequeña multitud agolpada en torno a los magos que vienen siguiendo a la estrella, según recuerda la iconografía casera del musgo, las figurillas de barro y aquella nieve hecha de escamas de ácido bórico.
El señor alcalde tendrá que optar entre contratar a quien le amaestre o a quien le extermine a la familia o las familias ratoniles del entorno próximo. Convenientemente amaestrados –no sé si sería más duro el exterminio o el aprendizaje-, hasta cabría que los nombrase maceros, ujieres o mínimos guardaespaldas, o que se los enjaezasen para tirar de la carroza de la cenicienta del cuento de Walt Disney, que tiene mucho más colorido que el original y más música. De momento están ahí, supongo que analfabetos, a pesar de haber acampado en la capital del reino, lo que les priva de la legítima satisfacción de haberse convertido en famosos de página periodística preferente, lo cual, como todo el mundo sabe, tiene sus pros y sus contras. -
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