En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 25 de noviembre de 2007
Un mes para Navidad. Prácticamente regalan hoy con uno de los periódicos dominicales, que vienen al uso anglosajón ahora, gruesos como libros separables que se permiten opinar sobre economía, historia y arte, además de traer un suplemento en papel brillante lleno de anuncios de los regalos que pretenden sustituir al espíritu de la Navidad, además de todo eso, un tomo en que se recoge y comenta, junto con una pequeña antología de su obra, la de Sócrates y Platón. Una auténtica delicia releer traducidos un par de diálogos y recrearse en los juegos de palabras de aquellos viejos zorros de los atisbos de la sabiduría, cuando todo era seminuevo y se destilaba de la orfebrería caprichosa, brillante, laberíntica, del pensamiento oriental, decantando y reconstruyendo la síntesis de algo que sí que podría ser memoria histórica de un cuando los humanos no disponían de intercomunicación generacional a base de la proliferación de una escritura que era cosa de pocos. Menudo contraste con este despilfarro de papel de ahora, que se edita, publica y distribuye un caudaloso, inagotable volumen de libros, papeles, periódicos, revistas, información que primero te desconcierta y luego nos asfixia, incapaces como evidentemente somos de asimilarla toda y sin los imprescindibles criterios de selección que por añadidura nos engaña la manipuladora técnica de los mercados que es la publicidad. Hay mucha publicidad basura, es cierto, que provoca un efecto justo contrario del que pretenden sus malhadados programadores, pero también hay mucha extraordinaria, elaborada por ténicos profesionales muy habilidosos y capaces, capaz de convencernos siempre de la imperiosa necesidad de adquirir lo que para nada necesitamos. Por eso es tan delicioso regresar a Platón, que no tarta de venderme un electrodoméstico de último modelo, la futura novedad de artilugio electrónico, ni de encajarme otro disparatado y supuesto éxito editorial en que los protagonistas, a partir de conspiraciones arcaicas, llegan a papiros ocultos que los reconducen a tesoros de fábula, ocultos en pasadizos subterráneos de fantasmales castillos. Platón me lleva consigo en busca del cuasiconcepto espiritual o de las sucias artimañas de unos sofismas aparentemente ingenuos, pero que todavía hoy sirven de patrón para los manejos de algunos de estos políticos y estos sociólogos de vía estrecha que yerran tanto tratando según ellos de hacernos tan felices homologándonos a su peregrina estupidez.
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