miércoles, 14 de noviembre de 2007

Hay que irse preparando para el frío que viene. Ya se le entreoye rugir, muy de mañana, amenazando de nevada con esa panza oscura de cada nube que viene del norte, cada vez un rebaño más espeso de nubes, cada vez el viento más atrevido, como los lobos cuando la necesidad los obliga a acercarse a lo humano y vienen, flacos, con el pelo hirsuto y las orejas atentas, arrastrándose por las cunetas de la carretera, por los caminos habituales del zorro, que, siempre prudente, se aparta y atisba. Como hay castañas por los caminos, la jabalina saca ya de noche a sus jabatos rayones a atiborrarse de ellas, y, de paso, hacerle la pascua al paisano, que había envuelto silos, allá para el invierno y se los rasgan con desgana, al pasar, como si quisieran probar el filo de sus colmillos. Cuando las castañas se pudren por los caminos es seña de que no hay hambre. Es buena cosa que no haya hambre. No debería haberla en ninguna parte del ancho mundo. Y menos ahora, en el arrabal de la Navidad.

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