viernes, 23 de noviembre de 2007

Corre el reloj, girando sobre sí mismo. Marcando desde un momento a otro un caprichoso espacio donde no hay nada más que lo que cada uno de nosotros advierte. El tiempo no es sino la peregrinación de la muerte, su camino iniciático, que concurre con el de cada uno de nosotros, para cada cual en su particular encrucijada. Se me ocurre pensar que el fondo del pasado, es decir, el principio del tiempo, ya olvidado, está en su final, y por eso el tiempo, enganchado en la punta de la aguja del reloj, da vueltas, como los caballitos y los tigres y demás fauna de cada tiovivo, da vueltas y se persigue a sí misma. Un día, se acabará el tiempo. ¿O no? Me cuesta imaginar a la última criatura en que haya desembocado en su día la evolución humana, enfrentándose con lo que sea que hay más allá del lindero del tiempo. O imaginar a esa última criatura en el momento de alcanzarse reconvertida en el primer ser humano consciente, irreconocible para ella, ¿aterrador?

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