lunes, 26 de noviembre de 2007

Tenías la boca cansada, y por eso
no quisiste
darme un beso,
siquiera,
de despedida.

Tenías
la boca
cansada
como una juventud triste.

Sentí,
porque algo me dijo que nos íbamos para siempre,
cada uno con su recuerdo,
la decepción del árbol
cuyas ramas atardecen sin pájaros,
sin muérdago.

Sentí tu pena como un dolor mío
y que tú padecías mi dolor,
pero habíamos gastado, aquella tarde,
todas
las palabras
y tenías la boca cansada
y por eso,
poco a poco,
se hizo en la mía amargura aquel beso

No hay comentarios: