lunes, 5 de noviembre de 2007

Todo el escaparate lleno de brillantes relojes de precio inasequible
para casi todos
los que, fascinados,
los estámos mirando. Cada uno a su hora, de plata, de platino,
de oroblanco, oroamarillo y tal vez oriflama.
Cada uno a su hora, a las veinticuatro horas
de cada día imaginable.
Me paro todos los días,
los miro,
compruebo
que están todas las horas. El día que entre,
que lo tengo soñado, con mi reloj elegido,
de acero inoxidable,
pediré ese que señala mi hora mágica,
que no pretenderéis que os diga cual es.

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