martes, 29 de diciembre de 2009

Lo saqué por el contexto, al resolver creo que era un “damero maldito”, el monigote de papel que se cuelga de la espalde alguien para hacerle burla, típico de la festividad de los Santos Inocentes, es decir, de ayer, 28 de diciembre, se llamaba “llufa”- Cuando no conozco una palabra y me “sale” por el contexto en un crucigrama o un damero, a los que, junto con los libros y la música de Nueva Orleans soy adicto, voy a tratar de comprobar mi posible acierto, en alguno de los muchos diccionarios que rodean mi refugio. En este caso, nada, ni llufa, ni lufa, ni cosa parecida.

Cuando me empecino en cosa como ésta, suelo seguir tenaz, obstinadamente el rastro. Pregunté incluso a académicos de la lengua por el nombre del dichoso monigote y ésa fue precisamente la dubitativa respuesta: “monigote"… Hasta ayer. Ayer me encontré con la palabreja en un periódico catalán y lo pensé. Busqué en la red, donde dicen que ahora está casi todo, y allí estaba, incluso con imágenes. Y la segunda sorpresa fue que tiene traducción al castellano y que en el diccionario de la Real Academia, allá por entre el quinto y el séptimo significado de cada una, me encuentro que el dichoso monigote puede llamarse “maza” o “rabo”. A mí me gusta más “llufa”, le va mejor. Y para festejar el hallazgo y puesto que era el día apropiado, me colgué una llufa y me olvidé de ella hasta que a la hora de cenar, mi mujer, muerta de risa, me preguntó quién me había colgado e sambenito de inocente. Callé como un azogado. Nunca te acostarás, dice el refrán, sin saber una cosa más- Y efectivamente, ocurre a veces.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Vivir es irse muriendo,
por eso lloran
los niños, al nacer. Estaban
felices
en el limbo de su madre, aún sin pecado,
y la vida,
este señuelo,
los trajo al mundo, a veces con inmenso dolor.
Por eso lloran
los niños, nada más
haber echado un vistazo a los que les espera.
No saben, todavía,
que esto de nacer, en los tiempos que corren
es un privilegio,
que van a conocer la alegría y el dolor, esas dos singulares,
tremendas sensaciones,
van a compartir con el mismo Hijo de Dios el hecho
de nacer,
a tener la posibilidad de enamorarse, tocar,
estremecidos,
la tersura de otra piel amada, en carne viva. Cuando toco
a mi amada, ella siente
la caricia en carne viva
en su corazón.
Pero ese privilegio hermoso
hay que pagarlo en la terrible moneda de la incertidumbre
acerca del día,
de la hora,
del lugar,
y lo que es más tremendo
de lo inconcebible, que espera
del otro lado del espejo
en que al mirarse y conocerse, al fin, el hombre
llega a donde tenía que llegar
pues para eso ha nacido
y por eso
los niños,
al nacer,
lo primero que hacen es llorar amargamente.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Llevaban, la otra tarde,
un ángel malherido,
camino del cementerio de los ángeles,
que está
en el fondo
de la mar.
En el fondo de la mar, en el cementerio de los ángeles
yacen también los pájaros y los niños muertos sin bautizar,
que antes iban al limbo,
y las estrellas
desprendidas
del cielo durante la noche.
En el cementerio del fondo de la mar,
que está hecho aprovechando, que por eso
no las encuentra nunca nadie por mucho que las busquen,
las ruinas
de Atlántida,
las cruces son de espuma,
cada oración el sordo crepitar
de las olas.
Las flores,
son, en el cementerio del fondo de la mar,
pedacitos de nácar,
cristales de roca,
huellas
de pisadas
de peces vagabundos
y peces peregrinos.
En el cementerio del fondo de la mar, como podéis imaginaros
todo es diferente,
menos el silencio
blanco y vacío de los pensamientos y de los sueños
de la Dama del Alba.
Que son, como ella, reflejos silenciosos
del ampo de la nieve.
Recuerdo haber tenido no sé cuándo
una hermosa idea
y el ímpetu necesario para tratar de abrir su caja
y dejarla en libertad,
como deben estar siempre las ideas más hermosas.
Cuando eres joven, cuando yo lo era
por lo menos,
subes sin un jadeo todas las escaleras,
las montañas todas
del mundo.
Y se tienen hermosas ideas,
brillantes,
deslumbrantes,
despampanantes y disparatadas ideas,
que, tal vez, bien enderezadas, podrían
mover,
cambiar este mundo desquiciado.
Lo que pasa es que, ya entonces,
como ahora,
te das cuenta,
horrorizado,
de que si cambiásemos el mundo
ya no sería
este prodigioso mundo en que vivimos.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Durante la tarde, volaron de nuevo este año los estorninos, Formaron su bandada y adornaron a su modo la tarde de Navidad. Porque es Navidad. El cura párroco incensó el altar y propuso un Niño para la adoración de los fieles. Un pueblo, se ha dicho, es el conjunto de sus leyes y sus costumbres. Quítese, a mi juicio, lo de las leyes. Un pueblo vive en sus costumbres, que son la vida misma del pueblo, el cauce por que discurre la vida de los habitantes que lo integran. Añadiré una vez más que en mi opinión la cultura de un pueblo es la manera de vivir de la mayoría de la gente que vive en él. Las leyes, en su conjunto, lo que los juristas llaman el ordenamiento jurídico positivo de un pueblo, no son más que la horma correctora de los incumplimientos de sus gentes, por lo que respecta a las obligaciones derivadas de las relaciones que han de entablar necesariamente con sus convecinos para sobrevivir juntos y asociados. El hombre, además de serlo, es el grupo en que vive, integrado en comunidad con sus muertos y sus nasciturus. Cada hombre es todos los hombres, como cada cosa creada es su universo. Tal vez sea esa la razón, o parte de la razón de que se parezca tanto el funcionamiento de lo más pequeño imaginable con lo inimaginable mayor de la creación, o, si se prefiere, del universo que nos contiene. Vuelven los estorninos, para desesperación de los encargados de la limpieza y de los del arbolado público y privado, que cada noche invaden los pajarinos. Luego, cada mañana, “suena” el árbol como un gran cascabel de plata, a la del alba, que dejó dicho Cervantes. Mucho más tarde, tal vez más de cuatro siglos después, llamó Casona Dama del Alba a la muerte. No habría ocasos sin ortos. Se hacen falta la Navidad y la muerte, la hora del alba y la Dama del Alba. Todo, en definitiva, un parpadeo. ¿Habrá alguien –me pregunto- que al llegar, en ese abrir y cerrar de ojos, el momento inmediatamente anterior a cerrarlos, que pueda estar satisfecho de sí mismo? ¡Qué envidia!, si lo hay. Los demás, tenemos que consolarnos con la consoladora convicción de que es condición humana la falibilidad. A partir de ahí, los errores y fallos podrán ser mayores o menores, pero tal vez, y en ello reside el posiblemente falso consuelo, inevitables, o, por lo menos, tan difíciles de evitar que resulta como si lo fueran. ¿Y si al pensar y escribir esto también me estoy engañando a mí mismo, como triste justificación? Ni siquiera cabe “bajar” de Internet las respuestas cabales y más probables de ciertas comprometidas preguntas.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Es Pascua,
esta noche es Nochebuena, suelen decir los villancicos
y mañana
Navidad.

Mi amigo Luis,
que era arquitecto, modelaba las piedras,
las mezclaba
con el aire,
soñaba volutas y viaductos, pero,
sobre todo,
pintaba y escribía hermosas felicitaciones de Navidad,
decía:
¡un Niño nos ha nacido!
y dibujaba, cuidadosamente,
unas manos, como un portal de Belén,
y, dentro,
cobijadas,
enamoradas,
las figuras.

Mi amigo Luis, hasta que se murió y está en el cielo,
con el buen padre Dios, a que él tanto amaba,
cada año, durante más de un tercio de siglo,
me enviaba su dibujo de Navidad, lleno de ternura,
su villancico.

Es Pascua,
la Pascua tiene incrustadas todas las nostalgias,
el sabor del turrón amargo de aquella Nochebuena,
el del turrón ilusionado de otras,
las figuras
de barro
del belén, mezcla de todos los belenes de la bisabuela,
de la abuela,
de nuestra madre, que siempre cantaba el mismo villancico,
y las otras figuras,
ahora
jirones de niebla semiolvidadas, tersas
de tanto acariciarlas con las yemas de los dedos de la memoria.

Es Pascua, es infinita
alegría,
que otros trajeron en hombros hasta aquí,
que hoy me pesa
sobre los hombros ya
tan cansados
y que estoy entregando a mis nietos, que abren mucho los ojos,
me miran,
me piden que les cuente y van atesorando
y yo les digo
estos versos,
que ni siquiera lo son, que suenan
como gotas de agua,
como palabras viejas que el viento lleva y choca en la ventana,
como las notas del piano
cuando tocas
las teclas
distraído
y es como si estuviera naciendo,
balbuciente,
la música,
ahora mismo,
como el Niño
nos ha nacido esta noche
que es Nochebuena,
es Pascua.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Desde que el mundo lo es, habrá, supongo, ocurrido lo mismo, que unos sufren las consecuencias de actos y de conductas de que no parecen responsables y otros, que aparentan ser unos auténticos asquerosos, reciben lo que no parece corresponderles. Pro ¿quién soy yo para asegurar que unos sean tan buenos como parecen y otros tan impresentables como aparentan?.

Consuela mi irritación suponer que es cierto que Dios escribe derecho con renglones torcidos, aforismo que coincide con la justicia incomprensible de la parábola de la viña y sus trabajadores, todos los cuales merecieron el mismo salario cualquiera que fuese la hora a que hubieran empezado a trabajar.

Mi conclusión de hoy, a la puerta de la esperanza de la Nochebuena, es que el mundo es como es y hay que vivir la peregrinación sin más que tratar de aplicar reglas de buena fe a lo que sin duda parecerá cada día que es un cúmulo de errores, de los que, siquiera sea como cómplices, de algún modo somos muchos responsables. Tengo conocidos que aseguran que esos son los mimbres que hay y con ellos es como cabe hacer el cesto. Hago los cestos y todos me salen deformes. Tal vez, me digo, no me haya aplicado bastante en la artesanía del cesto y ahí esté la clave.

Vuelvo a mis libros, los amigos más pacientes –algunos, también como los amigos, insoportables-, pero ¿qué mérito tendría ser su amigo si no los aceptásemos como son, de una pieza, vicios y virtudes incluidos?

sábado, 19 de diciembre de 2009

Pasa como rozando la Navidad sobre la tierra cubierta de nieve, la naturaleza que descansa, la niebla perezosa, azulada, que se apoya en la piel del río. Pasa la Navidad sonando las campanillas y los cascabeles, los altavoces de los pueblos perdidos, semivacíos y los grandes altavoces de los grandes almacenes de la ciudad, hirviente de gentes y de palabras. Cierto que hay casi cinco millones de parados, pero también hay más de veinte millones de gente que trabaja y le han dicho que todo está a punto de arreglarse. Es una mentira o un error, pero la hermosa gente quiere creérselo y nada ni nadie puede impedir que se lo crea con entusiasmo. Hay la gente que sabe que el futuro hay que trabajarlo con ahínco y la multitud que piensa que las cosas se arreglan solas y habrá siempre unos ellos misteriosos y desconocidos que propondrán y conseguirán los remedios sin dar palo en el agua. En medio, los que mi viejo profesor de Derecho Mercantil describía, hablando de las quiebras y los concursos de acreedores, como los más listos y más vivaces, se aprovechan del río revuelto para incrementar sus habituales ganancias, y asimismo en medio los habilidosos orfebres del poder, haciendo lo que les da la real gana y colocando marionetas de hilo o de guante, en cualquier caso dóciles marionetas, para dar la impresión de que todos queremos lo que ellos quieren. Se advierte que estamos en el hervoroso torbellino de un principio de tiempos, el umbral de una época, la puerta de una era diferente, cada cual tratando de aportar, de buena o mala fe, su colaboración o su astucia, para medrar o para permanecer, según. El mundo está cambiando y el apasionante proceso nos deja boquiabiertos sobre todo a los más viejos, que, de pronto, disponemos, a falta de ambición porque el futuro ya no puede ser nuestro, de un extraordinario laboratorio, un tremendo escenario donde la historia se vuelve a contar, resumida, sintetizada, apresurada, pero compleja y completa también, y nos resultan explicables multitud de cosas que no habíamos entendido todavía. La humanidad, de repente, se me hace más entrañable.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Querida compañera, querida amiga: me han dicho de tu llamada. Gracias por leer alguna vez estas mis digresiones. Estuve fuera, pasé, ayer, cerca de tu pueblo, estuvo a punto de convertirme la nieve es un moderno Robinsón, con el termómetro bajo cero y la nieve cayendo implacable sobre el parabrisas y helándose, nada más caer, de modo tal que sólo se adivinaba la carretera, más allá de un carámbano apenas translúcido. Es curioso, cuando apenas ves por donde vas, lo que te duele por el esfuerzo no son los ojos, sino el tenso cogote. Justo castigo por este ir y venir incluso en tiempo de adviento, casi Navidad, que un Niño, como sabes, ha nacido dicen que en Belén, y ahora que me doy cuenta os deseo lo mejor, a toda esa querida familia, durante la Pascua y después de la Pascua, en el Año Nueve y siempre. Tenía yo una amiga que por este tiempo deseaba a los suyos que la felicidad, como un súbito chubasco, los sorprendiera en un páramo, sin impermeable ni paraguas.

Se puso a nevar de pronto, lo más gordo entre Benavente y el túnel del Negrón, que culebrea por debajo de las inmediaciones del puerto de Pajares. En la Capital, por entre el frío súbito de las tarascadas que ahora entran por el Mediterráneo en vez de hacerlo, como era antes debido y lógico, por el Cantábrico, gente y más gente pontificando respecto de si la crisis va a llegar a ser o no devastadora y va a durar o no, más o menos de lo previsible. Nadie en realidad sabe nada de este asunto. Es una situación nueva y hay quien confía en el tiempo o en la suerte para que todo pase como si nada hubiera ocurrido, pero hay algo que está ocurriendo, estamos sin la menor duda, cambiando de era, pasando de la época actual, que había sustituido a la edad moderna, al umbral del futuro. Y el cambio nos ha cogido por sorpresa, como te llega un día la vejez o más sencilla y habitualmente el del examen que parecía estar en las antípodas, pero ya se sabe, no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague –de una u otra manera, aunque ahora tantas dinerarias se vayan a quedar sin abono-, ni mal que cien años dure, ni hay enfermo que lo aguante.

Contrasta dolorosamente el de bote en bote de los chiringuitos y restaurantes donde se celebra de modo masivo la inminencia de la Navidad, con la penuria de los sin techo que adivinas, más que ves, sobre todo si no miras o no quieres ver, en cuanto te decides a caminar un poco por una peatonal o las cifras de paro, que crecen inexorables. Me impresionó advertir que en los grandes almacenes proverbiales hay menos empleados, tardan en atenderte, se les advierte temerosos, te hablan de prejubilaciones y planes de descansos alternativos. Es como si un clima de temor pasara sobre la caravana social, como una vaga brisa que huele a visita de los cuatreros. Por lo demás, cuando te haces mayor, el cansancio crece contigo, en este caso conmigo, y, de un empellón, me empuja en la butaca, “gracias, Señor, la casa está encendida”, donde, casi ipso facto, me arropa el sueño.

martes, 15 de diciembre de 2009

Me han puesto mis descendientes de caganet en el anaquel de enfrente. Me dejan, aunque sólo sea simbólica, figurativamente, para durante toda la Pascua por lo menos, con el culo al aire, otro supuesto de importación de costumbre exótica, pero que me gusta y no me pasa como al señor cura que considera reprobable que cuelguen papanoeles de las ventanas del lugar. Cualquier símbolo de alegría, generosa largueza, alborozo, es bueno para festejar la Navidad, que Cristo ha nacido para todos y bueno es que cada cual lo festeje como le de la gana, que lo importante es festejarlo y si se van mezclando señales de alegría pues mira qué bien y mejor si te traen regalos a pie de abeto, te los acerca Papá Noel, Santa Claus o San Nicolás y por añadidura te los meten en el calcetín o los dejan en los zapatos toda la inmensa multitud de los Reyes Magos, que son tres por lo menos, y uno negro, que, como los inmigrantes, ya venían entonces turistas y reyes de todos los colores y razas, bienvenidos todos a la alegría de la Navidad, que, como decía uno de mis mejores amigos, “un Niño nos ha nacido” y con El recuperamos la ilusionada esperanza de la Pascua. Ahí está, mi figurita, vera efigie despelotada de cintura para abajo y en cuclillas, a media faena, se supone, con parte del producto ya depuesto, y he de reconocer que el artista me ha modelado con tan singular y desvergonzado acierto, que la miro y siento frío en las posaderas, afortunadamente en la realidad bien cubiertas, protegidas y recatadas, como cumple al decoro y respeto que a un venerable como yo merece la “hermosa gente” del entorno, que los más próximos, miran la reproducción y se desternillan, los muy desvergonzados.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Cierra la ventana del miedo
que ha llegado la noche y es casi invierno,
cierra,
madre,
y déjame apoyar
en tu seno
frío de soledades,
me arrepiento
de no haberte dicho,
una y otra vez, cada día,
te quiero,
cierra la ventana,
deja que llore en tu regazo
toda la ingratitud de mi silencio
aunque ya sea inútil,
se hayan secado tus ojos
y hayas muerto.
La fuerza es un privilegio innato de los fuertes. No pueden remediar. Se advierte más que son fuertes en los que lo son físicamente. Los otros, los listos, como corresponde a su condición, disimulan mejor y se cuelan en el puente de mando incluso en ocasiones por medio de terceros, hombres de paja, figurones y figurillas que no ponen más que la cara y la voz. Al fuerte que reparte leña, se le ve venir de lejos, da casi siempre tiempo a ponerse a salvo, pero al otro no, a ese no se suele notar cómo se acerca ni a qué viene y cuando te vas a dar cuenta lo tienes instalado y mandando, que es con lo que él disfruta, como los toreros cuando encuentran toro dócil que se adapta al engaño y les permite adornarse, además de gobernar el espectáculo mientras el bandín de la plaza toca desmañada, pero vibrante, un pasodoble. El pasodoble y el octosílabo son dos herramientas que encandilan a la mayoría del personal, que lo que le sigue gustando, desde la antigua Roma, es el panem y los circenses que repartía a destajo el emperador para mantenernos entretenidos, inermes y bien mandados a nosotros, la “hermosa gente” –decía Saroyan-, de a pie, los sufridos contribuyentes, capaces siempre de sufrir y soportar con la entereza de una semisonrisa, una vuelta de tuerca de encarecimiento de la vida en provecho de los que saben adornarlo con guirnaldas, luces y buenas palabras, y si no ya veréis, ahora mismo, en esta pausa de Navidad, que es una fiesta paradójicamente llena de tristezas, un cantar el futuro con acento de nostalgia, y, a la vez, el terrorífico y devastador huracán del consumo compulsivo, que, no sabemos por qué, nos trae a la aglomeración en busca de quisicosas, abalorios, prodigios electrónicos, alardes motorizados y cámaras oscuras llenas de posibilidades automáticas, digitales, virtuales. Si tienes tiempo, amigo, párate en la calle uno de estos días de Pascua, mira a tu alrededor, contempla el ademán, la expresión de los que pasan cargados de paquetes y mirando a su alrededor por si se les ha escapado algún escaparate, y el aire de cansada paciencia del tercer mundo que nos rodea casi invisible, con la mano extendida o en silencio, tocando una armónica, un violín o, en grupo, una a veces conmovedora melodía. Es Navidad. Hay quien la adora y quien la denuesta, quien dice que es pura espiritualidad y quien la moteja de escándalo consumista. Sigue siendo Navidad, y entre todos la hemos hecho así. A mí me conmueve.

domingo, 13 de diciembre de 2009

Recorto de las revistas ilustradas que ahora vienen con los periódicos dominicales fotografías y dibujos, que pego después en las libretas en que apunto lo que me llama la atención o se me ocurre sobre las cosas que pasan. Recorto un silencio de atardecida otoñal con ribetes de invierno y lo pongo alrededor, mientras escribo. Ahora voy siguiendo, a medias distraído, a medias atento, las incontables páginas de los dos tomos de gramática, Gramática Española, que han publicado las academias de la lengua de la hispanidad. Acoge todos los antes vicios de dicción de los derivados del castellano de América, que unos le llaman latina y otros hispánica y digo yo que será según y la latina en realidad lo que es Ibérica, o española o portuguesa, salvo al norte, donde anglosajones y franceses dejaron sus respectivos sellos, además de en las Guayanas y alguna isla. Así, el castellano se hace más rico, mientras en España le vuelven la espalda algunas autonomías, antes regiones o comarcas o taifas o tribus, que pretenden deshacer la gavilla española y diferenciarse. No acierto a comprender el afán de diferenciarse, salvo mediante la triste explicación de que como los bienes de todas clases, morales o materiales, aparentan ser tan escasos –en realidad habría para todos, si no se empeñasen tantos en acaparar-, lo que se intenta por algunos, demasiados tal vez, es primero diferenciarse y luego privilegiarse, que ninguno que yo conozca ha tratado nunca de separarse del grupo mayor para ser más pobre o más infeliz o tener que trabajar más o para disponer de menos. En el fondo es el mismo erróneo y peligroso razonamiento que conduce a crueldades como las del siglo XX: prescindamos de los que por una u otra razón molestan, pesan, necesitan o contradicen, aislémoslos, exterminémoslos y seremos felices. Yo creo en la moral natural, como creo en el derecho natural, que son cosas que están en la naturaleza esencial del ser humano, procedente y destinado al amor, y, por ello, esencialmente provisto de las herramientas indispensables para realizar, vivir, liberarse en un clima de amor de que es posible apartarse, desde luego, pero con catastróficas consecuencias de deshumanización. Quien prescindo del amor como razón última o hace mal uso de las herramientas previstas para ejercerlo, se convierte en una criatura inhumana, por exceso o por defecto si queréis, pero reducida a tan violento anhelo de regresar a su esencia que para intentar lograrlo puede llegar a comete y la historia de la humanidad empíricamente lo acredita, los más desesperados, hasta horribles e inhumanos actos y esfuerzos.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Salían, los domingos, los niños por delante, el matrimonio un poco detras, circunspectos marido y mujer, los niños, si varios, alborotados, parándose en los escaparates a comentar, y, en esta época, a escoger para la carta de Reyes. ¿Por qué no pedir a los Reyes, cuando no había carbón, un saco del que suelen traer para los niños malos? Aliviaría, tras de tanta guerra, tanta angustia, tanta necesidad, por lo menos un gasto. Salían a misa mayor, y luego a pasear, camino de casa, salvo los medio ricachos, que se quedaban a tomar un vermú con patatitas fritas, aceitunas rellenas de anchoas y mirar pasar a los otros. Ya no hay domingos de paseo de tarde, después de la siesta, otra vez los más ricachos a pararse en la cafetería, a tomar un te o café mediano con pastas, camino del cine que nos llevó durante tanto tiempo a otros mundos al parecer inalcanzables, donde sobraba de todo y seguía la gente viviendo como si no hubiese habido guerra, que en seguida hubo otra y nadie sabe cómo, las calles de los domingos se quedaron vacías y ya no hubo más salones de te ni cafeterías donde sentarse a pasar el rato con la familia. Parte culpa de la semana inglesa, parte de la televisión, parte de que todo cambia y las costumbres se convierten en recuerdos, cuando el futuro las arrolla hacia tiempos mejores. Pero los escaparates siguen llenos de juguetes, otros juguetes, en esta época, y los niños, a cualquier hora que pasen, siguen aplastando la nariz contra el cristal , y había una ayer, como de siete años, que le decía a su hermana más pequeña que había que pedir ahora, aunque fuese en secreto, sin que se enterasen papá y mamá, que dicen que no hay dinero, y así lo pagan los reyes y tendremos … Hace un hermoso sol, vaga por entre hilachas de nube y corre un aire frescacho muy de acuerdo con el tiempo de Navidad inminente. A lo lejos, me vuelvo y las miro, las dos niñas siguen, con la nariz apretada contra el cristal del escaparate, haciendo su propio plan de economía sostenible.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Le llamo mi cauce de sueños. Es como un apostadero de caza menor, mirando el cielo, unas veces encapotado, otras hilachas de nube, cuando se tercia, azul. Cuando azul puede ser profundo, oscuro, casi marino o marinero o pálido, cansado, de fin de verano. Pasan palabras, como espuma del viento, pero sólo a veces construyen frases claramente audibles, versos de un poema, que intento atrapar y suele escapárseme porque apenas da tiempo a tomar unas notas garrapateadas, cuando ya pasa la estrofa siguiente y entre que traduzco, apunto, me estremece el mensaje y logro casi escribirlo suelo hacerme un lío de telarañas. Los versos están escritos con hilo de telaraña. Dicen maravillas de los lugares por donde pasó el viento, altas cumbres jamás holladas, valles desconocidos aún, territorios de entrerríos y selvas oscuras, por entre cuyas lianas colgantes o no se atreve o no logra meter los dedos el sol. Los vientos, por cierto, ni siquiera lo más humildes, necesitan pasaportes ni visados, por eso recorren tantos países y saben tantas leyendas, algunas jamás contadas, por más que haya quien opine que todo está dicho. No hay casi nada dicho. El mundo se hace cada día, aunque cada día sea el único de la creación, ante la mirada del buen padre Dios, para quien todo ha ocurrido ya, incluso lo que va a ocurrir. Por eso, cada día, todo es nuevo y viejo a la vez, como el agua del río, que el viejo Heráclito observó, pero tuvo que ser con los ojos del alma, que cada día era un agua diferente y tal vez por lo tanto otro río, pero yo vuelvo a meter la mano bajo la piel del agua y es la misma sensación estremecedora de estar en parte dentro de otro ser vivo y es como si el río me conociese y amara con la caricia húmeda, fresca, de su agua sin duda viva, salvo en el remanso, donde se pudre y en parte muere, espesa de recuerdos de reflejos. ¿Recuerda esta agua a Narciso? ¿Recuerda a los unicornios?. Cierto. Puede que no hayan existido, pero ¿y si el agua del remanso, esa mermelada oscura, fraguada con hojas secas y brisas moribundas que la sombra acoge con una nana interminable los recuerda?
Leo en alguna parte que una galaxia ha chocado sabe Dios cuándo con otra y ahora lo han visto los telescopios increíbles de la época y nos cuentan que junto a un agujero negro que se estaba comiendo a una galaxia, ha llegado otra y chocan ambas y seguro que en alguna parte se produce otro fenómeno parecido, pero de sentido contrario, para equilibrar la maravilla del universo, en el fondo de todo, materia y energía que bailan la danza de la vida y la muerte en que consiste nuestra misteriosa zarabanda. Grandes cantidades de ambas cosas, materia y energía, se habrán convulsionado con motivo de motivo de este hecho que el telescopio nos acaba de transmitir con un sobrecogedor silencio, reduciendo el inmenso acontecimiento a simple espectáculo de que sólo nos separa la distancia. Y seguro que de algún modo, éste, como cualquier otro acontecimiento que ocurra en la creación, de algún modo nos incumbe y afecta, aunque no sepamos cómo ni cuándo lo habrá hecho o estará punto de hacer. Somos una curiosa especie, la humana, capaz de entender que todo el universo está interrelacionado, pero también de enfrascarnos en las cosas que nos rodean o que sencillamente están más próximas. Y es que somos, a la vez, nuestra infinitesimal persona, diferenciada y única, y parte de un todo de dimensiones inmensas.
A menudo, los hechos se manejan por cada espectador, si conviene, como conviene a sus particulares intereses o a los de la banda de que forma parte. Un curioso ejercicio, puede ser, cada mañana, con el periódico todavía oliendo a tinta reciente y manchándome los dedos, hacer un examen critico de las diferentes interpretaciones que podrían hacerse de cada opinión crítica de cada comentarista que expone la suya en las columnas de la publicación de que se trate. Algunas son tan evidentemente disparatadas que llego a la personal convicción de que de manera deliberada y con todas las consecuentes agravantes, el comentarista de propone equivocar a sus lectores, deslumbrados por la confianza que tienen puesta en él. Hay lectores así. Con su miedo a la libertad a cuestas y una escasa información complementaria, apoyan la confianza en otros, a veces indignos de ella y así colaboran a que el error, como una hierba mala, prolifere y oculte síntomas de lo que convendría precaver para evitar males mayores. Cualquier banalidad o cualquier disparate, convenientemente adornado, puede engañar y desviar la atención respecto del meollo de una cuestión embarazosa para alguien. Y que eso ocurra, suele ser malo para todos los implicados. Vivimos un peligroso tiempo en que hasta se adiestra a los manipuladores de cerebros para establecer verdades provisionales, peores que mentiras, que van generando peligrosos caparazones de escepticismo en los que las sufrimos y nos desencantamos una y otra vez.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Tal vez, entre las burbujas de este peculiar otoño del penúltimo año de la primera decena del siglo, la peor noticia que se haya deslizado, más allá de la preocupación creciente por el inusual comportamiento de las temperaturas y los meteoros, que al parecer están desgarrándoles a los polos sus trajes blancos, sea la de esa rebaja en la confianza de que nuestro gobierno sea capaz de pagar puntualmente su deuda. A la bolsa casi le da un soponcio y los bancos sintieron reblandecerse sus cimientos, cuando todavía estaban convalecientes del primer empujón de la crisis, que la impresión que a mí me da, anda, como la falsa moneda, de mano en va, como una patata caliente que nadie quiere quedarse ni apuntar como pérdida en la suya de resultados.

Es la penitencia del administrador aventurero, que juega con el dinero de sus administrados y corre el riesgo de que no llegue a tiempo la ganancia en que confiaba para tapar el agujero de su pasivo.

Mala noticia cuando se están cerrando los ejercicios y los consejeros se están ya abrochando el abrigo para irse a comer el pavo de Navidad, o el besugo, o ambos y había hasta quien había entrevisto la luz del final del túnel, pero me temo que más que luz era el reflejo de un espejismo y seguirá siendo cierto que hasta el rabo es todo toro y nadie sabe, con la oscuridad en que nos va dejando la emisión de tanto CO2 de palabrería, si al dar el paso que viene, encontrará el pie sólido, líquido o gaseoso en que apoyar.

El hombro, es lo que hay que apoyar, pero se echan de menos ideas que arrastren e iniciativas que empujen, y el secreto está, en mi modesta opinión, en que cada vez hay menos gente que se fíe de la otra y más artimañas para sacarle al que lo tiene el dinero, dándole a cambio abalorios.

Tal vez tengamos que pagar, nuestra sociedad en su conjunto, las mentiras prodigadas a troche y moche con la esperanza de que el tiempo arreglase la mayoría de unos problemas que exigen constancia y paciencia, y, desde luego, habernos gastado por adelantado lo que aún tardará en producirse, con el riesgo de que no se produzca en todo o en parte y esté Shylock con el cuchillo a punto para cobrarse en especie como Shakespeare contaba. Personalmente, me asusta ese refrán que dice que no hay deuda que no se pague. Alguien, pienso, perdonará algo a alguien. Tal vez ahí esté el arranque de la recuperación.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Pasan los tercios viejos, calle abajo, ceñudos
de viejos
cansancios,
los lansquenetes del saco de Roma
y, en medio,
el Emperador,
rodeado de edecanes,
capitanes
y la horda interminable de los pelafustanes
que van
siempre
alrededor de los reyes, de los emperadores,
de los presidentes y de los papas de Roma
los altos y los bajos dignatarios
los generales en jefe, los tiranos y los altos
comisarios,
pendientes
de las migas de poder que se les caen y van perdiendo,
las infinitesimales partículas
en que sin cesar se desmiga
la gloria de este mundo.
-¿Quién y qué eres tú,
me preguntan,
ferozmente
cejijuntos, amenazadores.
Y yo, envalentonado, soy Román, no he nacido
Todavía. Me defiende
de vuestra ira, el tiempo que falta por pasar, el inmenso río
que no podréis
atravesar.
Y m dispararon sus arcabuces, trataron
de clavarme sus picas sangrientas. Sacaron sus relucientes espadas
de Toledo
y tuvieron que guardarlas sin honor
porque yo aún no estaba
y ellos, aunque siguen pasando, desfilan
en mi libro amarillento de Historia de España
están
todos
tan muertos
como el Imperio aquél …

domingo, 6 de diciembre de 2009

No comprendo por qué
nos asusta la eternidad tanto,
si procedemos de su anverso,
de su sombra inmensa,
que es la nada,
donde podríamos haber seguido
sin el milagro de aquel acto de amor,
que no supimos
siquiera
que se estaba celebrando
precisamente aquí,
entre el abrir y cerrar de ojos
que representa el breve privilegio
de haber vivido, contemplado
la variedad del universo,
probable consecuencia
de otro inconmensurable acto de amor,
que permanece incomprensible
para nosotros.
La vida es un arrabal
extramuros
de la inconmensurable ciudad que encierran
las murallas
de la muerte.
Propongamos –dicen en su cuartel los responsables del partido- una ley. Y todos a una, obedientes a la voz que lidera, se estrujan el magín y rebuscan qué ley podría hacer felices a más gentes.

La “hermosa gente” –como nos llama Saroyan, ignara de lo que se prepara, cuece y le viene encima. Una nueva norma. Un plano nuevo, con un aspa señalando el lugar y la traza del camino que conduce al sitio de la felicidad.

Ya los indios más sabios reconducían a los conquistadores, soñadores impenitentes de hermosos sueños, hacia El Dorado y la Fuente de la Eterna Juventud para entretenerlos, alejarlos, perderlos en las selvas sin caminos del mundo todavía no inventado ni inventariado de más allá de la mar de los horrores. Ahora es igual. Hay que entretener al personal, alejarlo del ombligo de la cuestión, llevárselo, como se llevó el flautista a los niños de Hammelin, a encima de la nube misteriosa, a más allá de la niebla en que acaba, sin más Arturo Gordon Pym.

Una ley para esto, otra para aquello. Las leyes pasan desapercibidas. La gente, hermosa o no, sólo lee por obligación o por dedicación los periódicos oficiales en que se publican, a veces imbricadas, escondidas, imprevisibles, normas que tuve un profesor que llamaba “ratoneras”, porque se mueven al hilo de los zócalos y hay siempre un estudioso que las encuentra y te las estrella en la cara, a lo largo de un laboriosos proceso, como se tiraban tartas los de las películas de cuando todos éramos tan inocentes y nos reíamos como locos.

Y es así como solemos enterarnos de que alguno de los numerosos cuerpos legislativos que pululan en el novísimo territorio de las modernas taifas, ha parido, como los montes, otro ratón. Y van tantos, que es difícil moverse sin pisar alguno y tener que responsabilizarnos de los daños. Prohibido fumar. Prohibido pescar. Prohibido pasar. Prohibido esto, aquello y lo de más allá. Lejos, en el último vagón de tercera de la memoria, el vigoroso grito: ¡prohibido prohibir! del graffiti libertario.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Estás solo
cuando no tienes nadie a quien
dar
no sé qué, tal vez esa palabra
que te quema en la boca,
la mano, para sentir su mano
agradecida o no, eso qué más da,
si a ti, cuando te entregas,
te queda el manantial, recién alumbrado, de la alegría.

Estás solo cuando te rechazan
y no tienes nada,
ni nadie
por quien morir para que la vida
continúe.

Estás solo cuando no importa lo que digas,
las palabras se vuelvan al aire,
puesto que aire son,
cuando las digas.

Estarías,
entonces,
solo,
si no existiera el buen padre Dios,
y aún,
a pesar de todo,
hay quien se atreve a negar que está
ahí, con su infinita paciencia
goteando sobre la carne
viva
del
alma.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Me pregunto
si habrá hecho alguien
en alguna ocasión
lo que no hizo nunca
con entusiasmo.

Estaré solo,
entre todos,
mientras no sienta, al tocarme,
su cuerpo
sin que me toquen.

No habré dicho nada
hasta que haya dicho todo lo que debía
cuando estuve callado y llorabas.
Recuerdo haber llorado luego,
cuando ya no había remedio.

Quizá el infierno sea
cuando todo ya sea irremediable, todo
pasado, sin memoria,
el inexorable recuerdo
de nuestros fracasos.
Hay infinitos mundos
donde puedo
refugiarme todavía, huir
de la estupidez y de la barbarie.
No podéis
Llegar aún a mis secretos refugios, pero
se anuncian malos tiempos, hay quien dice
que dentro de muy poco
sabréis lo que estoy pensando.
Prefiero no vivir ese tiempo,
haber sentido,
para entonces,
la caricia cálida
de la voz de la muerte en el cuello
y así, cuando lleguéis
a pisotear mis cenizas y esparcirlas con vuestro vocerío
será como si yo no hubiera estado nunca,
pero sigo creyendo, que,
desde alguna parte
os podré dedicar una sonrisa
de despedida.
Luego, si queréis, olvidadme, ya estará dicho todo mi papel. -

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Copio: “Después de hacer el amor solía pensar que cualquier mujer habría podido darle lo mismo.”… “Cuando amas a alguien te mueres por satisfacer todas y cada una de las necesidades de ese alguien, pero no puedes, ¿no es cierto?. Nadie puede. Sólo estamos en condiciones de dar lo que otra persona está dispuesta a aceptar.”

Sigo copiando: “Sabía, incluso mejor que ella misma, que no había modo de predecir, así como de comprender en profundidad, de qué eran capaces los seres humanos. Ante una tentación irresistible, todo se dejaba de lado: las sanciones morales y legales, la educación privilegiada y aún las creencias religiosas.”

Hay más: “El pasado no se puede cambiar y hemos de afrontarlo con honestidad y sin excusas para luego dejarlo de lado; obsesionarse con el sentimiento de culpa es un capricho destructivo. Dijo que el ser humano es sentirse culpable: soy culpable ergo soy.”

Estoy citando a una autora inglesa, P.D. James, y, pasmaos, en una novela policíaca editada en España, no sé si este mes o el pasado, por Ediciones B, que se llama “La Sala del Crimen”.

La primera cita –dejando aparte eso de “hacer” el amor, que me parece una expresión difícilmente tolerable- creo que contiene una implícita definición bastante exacta del amor, comparado sutilmente con lo que cualquiera puede ofrecer a cualquiera para satisfacer una necesidad más o menos perentoria, pero ¿superficial?.

La segunda nos deja ante un interrogante que invita a profundizar sobre eso de las posibles -¿o no?- “tentaciones irresistibles”, que parece se citan como excusa de la complejidad esencial humana y lo variopinto de sus consecuencias.

La tercera contiene un a mi juicio acertado consejo, procedente, creo, de San Pablo. Si me abruma un recuerdo evidentemente irreparable, me cabe en cambio y tal vez como remedio, tratar de remontar el vuelo con el pasado a cuestas, y podría ser posible que así pesara menos a la hora de tener que mantenerse vivo hasta el último suspiro.

martes, 1 de diciembre de 2009

(Tu libertad ha de garantizar, mediante unas reglas que esencialmente la delimitan, la posibilidad de su coexistencia con mi libertad. Sólo así podremos compartirla.)

Me pregunto si se dan cuenta de que esos esfuerzos que hacen para arreglar pedazos de mundo son el tácito reconocimiento de la imposibilidad práctica de reunirse todos para tratar de lograr una especie de orden y concierto medianamente organizados del conjunto. Alguien tiene que haber dicho ya, puesto que casi todo se ha dicho ya antes, que las asambleas de un conjunto de muchos nunca sirven más que para desahogo verbal de algunos, que, proclamado que han sus principios, se desembarazan de ellos y dejan de sentirse vagamente responsables de no tenerlos en cuenta. Ya saben ustedes. El ya proverbial consejo inútil de que los demás hagan lo que les recomendamos, dejando así de seguir nuestro divergente ejemplo.
Un hombre puede converger o no con su tristeza, pero jamás podrá, mientras permanezca en este mundo, separarse de esa sombra que en algunas culturas no está permitido pisar, cuando van por una calle cualquiera, a su mujer, que, respetuosa, debe apartarse para guardar el protocolo. Cosa divertida, el protocolo. Y sin embargo parece que indispensable, dentro de ciertos límites, vestido de cortesía, urbanidad, modos. Cada vez hay menos modos en el trato de la gente y de su falta deriva como consecuencia este caótico, imprevisible modo de maltratarse recíprocamente. La falta urbanidad en el comportamiento suele desembocar en la ley del más fuerte, que esclaviza al más débil, que a su vez, aguza el ingenio para hacer la vida imposible a su amo y señor hasta que su sociedad humana menor: la familia, el matrimonio, la fraternidad, se hace añicos. El hombre –macho o hembra, ya que hablo del espécimen humano- converge con su tristeza, por lo menos a veces, por lo menos de manera ocasional, por casualidad. El hombre se emboza en su tristeza y no hay motín de Esquilache que lo pueda redimir, sino la alegría, que es como un amanecer y rebrota, inesperada, dejándonos desnudos al sol, inverecundos.

En seguida es cosa de seguir viviendo, la noche de invierno de la mano de PD James que ha escrito otra novela de su educadísimo victoriano comisario Dalgliesh que es poeta por añadidura y está enamorado de una de sus ayudantes pero sería horrible que se lo dijera porque jamás debe un policía inglés al menos decirle a una compañera que está enamorados inconcebible y se limitan a estarlo ella y él y él además porque el amor es así hay quien lo sostiene con posibilidad de simultáneas ama Adam que el comisario se llama Adam a una catedrática de Oxford con la que se cita una y otra vez pero siempre se interpone un cadáver y como consecuencia una investigación falta a la cita queda como un cochero ella vuelve a su cátedra en el primer tren que la autora especifica que es el de las dieciséis quince y cómo va a decirle así que la quiere y ella tampoco sabe si esto es amor porque el amor en cada modo de hacer y sentir de cada cultura está lleno de variedades y misteriosos ritos como esos bailes ceremoniales con que determinados animales se cortejan antes de proceder a eso tan divertido del apareamiento a que ahora llaman hacer el amor como si el amor se hiciera igual que manosea un alfarero el barro en su alfar.

lunes, 30 de noviembre de 2009

La sabiduría
va dejando huellas a su paso
y aquí y allá, un color,
un olor
o la poesía de una fórmula matemática
con una parte de la verdad temblando,
todavía,
en carne viva
del conocimiento.
Cae sobre los hombros del día, hoy, el frío, como una capa de nieve, se mueve inquieta la mar, afila las uñas el viento, ayer, acontecimiento cultural importante de este principio de siglo, le ganó el Barcelona al Madrid. No importa que la crisis permanezca, que nadie acierte con caminos para salir de ella, que hayan secuestrado a otras personas y se pagará otro rescate y así sucesivamente, como si de una lúgubre industria se tratara, eso sí, con la muerte como posibilidad de cualquier desenlace para cualquier día, con motivo de cualquier descuido de los buenos o de los malos, y todos se rasgarán las vestiduras del idioma en busca de la frase más altisonante, más expresiva, pero a los muertos es a los que se entierra, dejan de sufrir, y empieza el sufrimiento de su entorno, para el que la pérdida es siempre irremediable. Y todo ocurre en las puertas de la Navidad, que insiste en ser mensaje de amor. Incluso para cualquier ateo, cualquier agnóstico, cualquier incrédulo, cualquier escéptico, la navidad, incluso escrita con minúscula, tiene, incluso como leyenda, que sería si no fuese la Navidad con mayúscula de los creyentes en su misterio, entre los que me cuento por ese acto de la voluntad en que consiste la fe, el inconmensurable valor aún entonces de ser un mensaje de amor, que habría sido escrito, durante y en su misma, con su misma historia, por la comunidad humana.

sábado, 28 de noviembre de 2009

El sol puede estar detrás de cualquier nube, que se quita y por el paisaje se desborda la luz encendiendo todos los colores que dormían. El sol despierta los colores y la lluvia los olores. Uno y otra es como si empezasen a tocar, ocultos, en el foso, y el proscenio adquiere una vida que ya estaba ahí, pero no era más que niebla. La niebla podría contener grandes cantidades de materia, pendiente de que la energía articule realidades vivas nuevas. Casi siempre, la niebla tiene metidos sus pies en el agua y dicen los sabios que la vida empezó en el agua. Podría haber ocurrido que en un lejano principio, que ahora imitan los bancos de niebla mucho más fluida, grandes masas de espesa niebla contuviesen el barro en que se insufló el soplo de la vida. Desde entonces, cada vez que pasa la muerte, detrás viene la vida recuperando y reciclando, reconstruyendo, y en eso consiste la base de la historia, o tal vez el hilo conductor de que pende la continuidad de lo humano, cada vez más complejo, más sofisticado, y, a la vez, para compensar, tan banal e insustancial. Lo que nos separa cada vez más por desgracia, no es, con serlo mucho, la riqueza y la pobreza, sino la inteligencia cultivada y su defecto o la falta de cultivo de extensas campos de ella. De la pobreza, incluso a cierta edad, hasta con crisis, no es que sea fácil, pero cabe salir con cierta soltura, de la ignorancia es mucho más difícil, y para remediarla ni cabe el último recurso de la lotería. Lo que no se estudió en su tiempo, cuesta mucho más hacerlo después y llega un momento en que, como ocurre con los términos preclusivos de un proceso, ya es imposible de remediar la carencia. En ese espacio entre la sabiduría y la ignorancia, en una extensa cueva, duermen los bárbaros y se entrenan, en la más profunda oscuridad.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Hamlet, o, mediante su disfraz, Shakespeare, le dio vueltas en la cabeza a aquello de morir, dormir, tal vez soñar, soñar qué sueños Y enciendo el chorro de música y sale un quinteto de cuerda que se desliza por la nostalgia, a la vez que el periódico digital se asoma a la pantalla del mac y me cuenta que se sospecha que ha mutado el virus de la gripe, dos o tres noruegos, dos franceses y nadie sabe a ciencia cierta si es el virus, la predisposición genética para recibirlo, o, simple y sencillamente, que llega la hora y el virus se limita a servir de minúsculo vehículo a la vieja dama del alba. El mismo periódico dice que el gobierno ha dictado una ley para salir de la crisis –digo yo que será para señalar caminos, desbrozarlos o esperanzar al atribulado personal-. No la publica todavía, o yo no la he visto, pero es difícil de entender que una ley vaya a tener mucha trascendencia en asunto que hace más referencias a la imaginación, la investigación, la prospección de mercados y la cohesión de equipos mayores, para competir en mercados mayores. Y me sigue contando, la letra temblorosa de la pantalla, que no me extraña que tiemble, que se sospecha que han asesinado a una niña, que sin duda asesinaron a un ciudadano en otro lugar y que todavía queda quien amenaza con guerras, teniendo la paz siempre tan a mano y habiendo tan poca gente que prefiera las guerras y tanta que quiere las paces duraderas, pero no hay manera de erradicar, separar, aislar a estos locos huracanes infrahumanos que en cuanto se les ofende echan mano a la espada. Sabios los forjadores de Toledo, que anteponían lo de “no me saques sin razón” al “ni me envaines sin honor”. Es éste de hoy un día triste, sin duda. ¿Quedan días radiantes? Pienso que sí, que por encima de estas noticias que al fin y al cabo, con lo horribles que son, caben en unas páginas y se refieren como mucho a centenares de víctimas, si queréis a millares, quedan hasta seis mil millones de personas de las que no se habla, y para algunas, confío en que para muchas, a pesar de todos los pesares imaginables, aunque sean demasiado pocas, habrá sido precisamente éste uno de sus días radiantes. Porque todo, creo, se equilibra, de este lado del espejo, y a cada carcajada corresponde una lágrima, pero también al revés. Y supongo que en cierta medida, los protagonistas alternarán equilibradamente su suerte. Por eso la música concierta su alegre paso con el deje de melancolía que me arropa de incertidumbres.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Pones la cabeza del gallo en el tajo y el muy imbécil se queda inmóvil, esperando que descargues el hacha y lo decapites para salir, descabezado, a poco que te descuides, chorreando sangre. Así se queda la cultura de esta sociedad cuando le apoyan el pescuezo en el tajo, so pretexto de que allí se puede escuchar la llegada del progreso, que lo que se escucha es la risa sardónica del hipnotizador, mientras levanta el hacha.

Déjalo así por hoy, la escena detenida, el rodaje en suspenso.

Es otoño, la gripe A, antes porcina, más antes no se sabe qué, tiene invadido el país y ha llegado el frío, cabalgando el transparente caballo del viento. Se me refugia el perro, anciano, en la butaca, duerme sosegado. Estuvimos, hace poco, en el kiosco de los periódicos y mantuvo una bronca con otros dos congéneres, macho y hembra, que le ladraron a él primero. ¡La de cosas que se habrán dicho!

No menos indignados, vienen los titulares de los periódicos, pero no sé en nombre de quién hablan. La gente está llegando a la peligrosa convicción –para el futuro por lo menos inmediato- de que “tendrá que ser así”.

Se está perdiendo el respeto a la letra impresa, que hace poco convencía, con su mera existencia, de la probable veracidad de lo escrito. Las palabras se desgastan, pasan al desuso de ser citadas en cualquier diccionario por primera vez –como cuando alguien llama al que lo es anciano por vez primera en su presencia-, y eso no es lo peor. Lo peor, creo o, que puede ocurrirle a un idioma es que quienes lo hablan lo utilicen en vacío, que mientan habitualmente, obligando así al interlocutor a hacer el esfuerzo interpretativo adicional de suponer lo que quiere decir lo que en realidad no dice, sino que finge decir el que habla, para luego poder asegurar que quiso decir lo que no dijo. Cuando eso ocurre, la palabra, sin concepto contenido, se convierte en un cascarón vacío e inútil. En la historia ya les pasó algo así a los chiflados aquéllos de la torre de Babel.

domingo, 22 de noviembre de 2009

De vez en cuando, me paso una mañana o una tarde saltando de blog en blog, cosa así como aquello del camino o el juego de la oca, cuando se iba de oca en oca y tiro porque me toca, y se queja la gente de que hay unos que gastan sin medida y otros no tienen qué gastar. Ocurre, sin embargo, a veces, que los que no tienen llegan a tener y lejos de corregir los excesos que criticaban, lo que hacen es imitarlos y reproducir, con diferentes protagonistas activos y pasivos, el mismo esquema social que antes provocó sus iras.

Conozco pocos jefes más duros para sus subordinados que los que asciendes de entre las filas de esos subordinados.

Este es un mundo complejo –dice un buen amigo, coñón, jocoso y, aunque ripioso en ocasiones, siempre con alma e intención de poeta-, que me deja muy perplejo. Yo le digo que es como es y que lo único que procuraría corregir, sería extender información y educación.

Hasta para herir hace falta hacerlo educadamente, y cuanto más se sabe, se abre en mayor medida la avidez de seguir aprendiendo y tratar de acercarse a la sabiduría misma, como inmensa burbuja, siempre insuficiente, de conocimientos. Saber afina la inteligencia, la educa, abre los ojos de la estimación estética, nos mejora y para colmo nos proporciona criterios respecto de lo que debe o no debe hacerse.

Cierto que si actuásemos sólo con criterios reflexivos, la falta de sentimiento nos alejaría de la equidad, impediría la misericordia incluso, pero es que una mayor dosis de conocimientos permite dosificar en cada caso concreto la reflexión con la misericordia y la dureza imprescindibles para tratar con humanidad los problemas concretos, el pan nuestro de cada día. Hasta el sentido del humos es indispensable par que el ser humano se conduzca como tal.

Hay toda una sembradura por la red de huellas de piratas, corruptos de la más variada condición y estamento social, privilegiados sin motivo, meritorios sin privilegio ni premio, políticos incapaces, vividores de estrafalaria fama, manguanes que sobreviven sin dar palo en el agua y a fuerza de exhibir sin pudor sus carencias. Parece multitudinariamente claro que tenemos que aprender y luego aprender a comportarnos de otra manera. Cuado la mayoría de un grupo social se comporta de un modo homogéneo constituye , acaba de forjar, alambicar, modelar una cultura.
Silencia con los suyos mis violines el viento. Necesito un piano y que alguien se anime a recitar polonesas a esta hora de la mañana. Solo Chopin puede enfrentarse a la dura superficie del viento que se arremolina en este recodo del acantilado por donde empieza el lugar en que habito. Otra alternativa sería Wagner, pero no a estas horas de la mañana. Wagner será siempre ocaso, plena riqueza de sonidos y luz, pero apuntando ya a la delicada herida que produce en el alma la nostalgia, cuya cicatriz vendrá luego a ser la melancolía.

Hace mucho, cuando las economías de andar por casa, en estas fechas se celebraban las ferias de santa Catalina, que ahora se remedan con la vaga esperanza de que resulte posible resucitar aquellas empresas familiares y sus mercados de los domingos, de que volvía mi madre victoriosa, seguida de la aldeana que había conseguido venderle el pollo de comer con patatinas como segundo plato del domingo familiar. Mi madre, cuando cogía un pollo por sí misma, aunque estuviera atado, lo soltaba de la mano y entre cacareos indignados se estrellaba el pajarón contra el duro suelo. No podía remediarlo. La sacaba de quicio tener algo vivo en la mano y advertir cómo se retorcía intentando darle picotazos. La aldeana tenía que venir a hacer la entrega a la puerta de casa, y hasta había ocasiones en que tenía que retorcerle el pescuezo al avechucho.

Mientras la UE nombra sus nuevos cargos y jerifaltes, el ayuntamiento de mi rincón contrata grupos musicales pop que durante varias noches de la semana entrante rugirán a través de sus altavoces los éxitos del verano pasado. Personalmente prefiero el sound de New Orleans, esos bandines que acompañan bodas, bautizos o entierros con el mismo entusiasmo e idénticos sones y sonidos.

Leo que ofrecen a los ganaderos pagar los gastos de traslado de sus bestias –ejemplares bovinos o porcinos, dice el anuncio- desde la cuadra de cada cual hasta el real de la feria, y, luego, viceversa, pero están para pocas bromas, estos días, agricultores y ganaderos. Su economía se resiente de que les cobren mucho por herramientas, abonos, piensos e ingredientes y les paguen poco por los productos finales de sus modestísimas empresas. Son tiempos de cambio social profundo y los está alcanzando el tsunami también a ellos.

viernes, 20 de noviembre de 2009

El pasado, lo antiguo, nos salta a la cara de bobo que se nos había quedado cada vez que en medio de lo nuevo se producen situaciones anacrónicas. No sabemos cómo reaccionar de acuerdo con este tiempo previsional y crítico y por eso aplicamos las soluciones del pasado, de cuyos desechos no estamos como es lógico libres, pienso yo que debido a la rapidez con que ahora se producen las mutaciones de partes internas de nuestros modos de ser.

Vivimos una época de curiosidad apremiante, en que sin embargo hay una parte de la juventud que impregnada de escepticismo no quiere participar, y de manera sorprendente, un maestro contemporáneo castiga a un discípulo actual, pero anacrónicamente díscolo, mandándole ponerse “de cara a la pared”. Le faltó colocarle unas orejas de burro u ordenarle que mantuviese los brazos en cruz con las palmas de las manos hacia arriba, sosteniendo en cada mano un diccionario de latín o de griego, que solían ser gordos y pesar lo suyo.

No sé a quien se le había ocurrido que nos habíamos adentrado de modo apreciable y significativo en la modernidad, pero se sigue maltratando y matando por el procedimiento antiguo, se han inventado castas de esclavos que permanecen y trabajan por retribuciones miserables, navegan desafiantes los piratas por los mares del mundo y si bichitos tan minúsculos que resultan invisibles para el ojo humano e inaudibles para nuestras orejas y por ello inalcanzables a nuestro desconcertado tacto, deciden amenazar a una especie como la nuestra, capaz de parir arte de satisfacción estética difícilmente ponderable, no sabemos qué hacer ni cómo defendernos.

En las películas sí. Allí, pintar como querer, aparece siempre un genio, un superhombre, dotado de poderes inimaginables y los malos siempre acaban perdiendo entre un tumulto de explosiones y disparos de cohetes de extraordinaria precisión y prodigiosa violencia.
Debería haber en cada casa una puerta secreta que nadie hubiese abierto nunca. Excusado es decir que tampoco en el momento de hallarla cada generación debería hacerlo. Una puerta así, sirve de última esperanza y de remedio contra cualquier desesperanza última. Garantiza la superación del escepticismo. Llegarse a ella, poner la mano en el picaporte, diciéndose: ahora la abro, pero no hacerlo. No importa que sea una puerta aparentemente ciega, fingida contra lo que está claro que es la trasera, o el frente, según desde dónde se mire, de una de las fachadas. Puede ser incluso una puerta, cerrada desde luego con llave, que no deje mirar por el ojo de la cerradura, que parezca conducir a estancia accesible por otra puerta de uso normal. Las puertas mágicas, como cualquier habitante del mundo feérico sabe, pueden estar incluso en una valla de cierra de una finca en pleno campo. Lo importante en una puerta mágica no es nunca la apariencia, que suele ser la de una puerta vulgar o la de una puerta inútil. Lo importante es su condición de mágica, según la cual, no debemos arriesgarnos a pasar por ella, porque es muy probable que desapareciésemos para siempre, sin posibilidad de volver. Del otro lado, el mundo también mágico a que suele dar paso una puerta mágica, podría carecer de puertas, mirado desde el lado de allá.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pinceladas de los colores de otoño, que no suelen ser colores agresivos porque el otoño es la estación del cansancio, cuando la naturaleza, exhausta, que acaba de parir las cosechas a lo largo del final del verano, se recuesta un momento y respira hondo unas veces y otras a poquitos. Nadie sabe si habrá bastante aire, lo que va a durar y si seremos capaces de adaptarnos o habrá llegado la época en que cada generación debe hacerse cargo de sus casos y sus cosas. Le decía esta mañana a uno de los responsables de este tiempo que debería usarnos como uno de aquellos consejos de ancianos que según las películas y sobre todo la novelería del Far West americano había en cada tribu. Se muy bien que los consejos de ancianos son casi siempre pacifistas y durante la paz no hay posibilidad de demostrar su condición a los héroes, pero también me consta que ser héroe, muchas veces, no sirve más que para constatar la presunción de nos candidatos al adelante del tiempo de morir que les concierne. Son una rara especie de suicidas por delegación. Me recuerdan a mí mismo, cuando muy joven, que pretendía ver terminadas las cosas antes de que empezaran a hacerse. Los más viejos somos pacifistas, y más cuanto más viejos. Dependerá, digo yo, de que los huesos del alma, como los del cuerpo, se van haciendo más y más frágiles, casi tan delgados y delicados como los hilos que mantienen nuestro contacto personal con la mayos o menor cantidad de razón que uno tiene. Justo ayer me decía que más de la mitad de la gente civilizada es incapaz de representar en un plano la configuración de un terreno o de un objeto cualquiera o de imaginarlo ocupando un espacio o moviéndose hacía determinada perspectiva diferente. Deduzco que una parte importante de la humanidad pasa por la vida como si no hubiera estado aquí, en el mismo planeta, conmigo. Un misterio más, que añadir a la lista de los pendientes de explicación. Y la pregunta resumen podría ser si en algún momento se aclarará todo, o, por lo menos, transcurridos todos los momentos, fuera ya del tiempo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Otra vez va a ser Navidad,
voy diciéndoselo en secreto a la gente, al oído,
se me vuelven,
me miran,
¡chiflado éste! –adivino que piensan-,
yo insisto:
Navidad, ¿te das cuenta, hombre,
o mujer, según, ¡Navidad!
La Navidad, que viene año tras otro, inexorable,
es como el alba del año,
como el renacimiento del ave fénix de la esperanza.
Bajaremos del desván las figurillas de barro
del Belén.
La Navidad, si te fijas, carece de sombras,
Es lo que es exactamente, el nacimiento
de un Niño,
cuando toda la familia, en este caso la familia humana,
está convencida, por un solo momento
de que ayer no había nada
y hoy está, de pronto,
creado
nada menos que todo el universo
y esa ley universal de la gravedad
que es el amor.
Pasa otro,
pongo la mano en su hombro:
que viene –le digo- nada menos que la Navidad.
Algo mucho más importante
que si ahora mismo te dijese
que iba a acabarse el mundo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

De tanto hablar, a veces, a los oradores, no sé si es que se les va la olla o se salen de ella y se quedan en cueros intelectuales vivos, exponentes de la fragilidad del ingenio humano, incluso en casos de erudición probada y prudencia que, como la inocencia, ha de presuponérseles. Dicen y dicen, se les calienta la boca y menos mal que no disponemos la generalidad de los humanos de superpoderes ni de autoridad para mandarnos encerrar, desterrar o descalificar de por vida, porque, de ser así, más de tres cuartas partes de nosotros habrían sido reducidos a la insignificancia.

Hecha la anterior reflexión, a partir de lo que ponen las letras gordas de una noticia periodística creo que de ayer, sales a la calle y te maravilla el tenebroso paisaje de un atardecer otoñal, con dosel de sucias nubes bajas, que justo asomas inician una tímida llovizna. ¡Mira que es hermosa la vida! –se te ocurre a la vista de cualquier paisaje-, y en seguida e preguntas cómo será posible que haya gente tan desmesurada en el hacer, decir y tal vez pensar Que uno, a Dios gracias, no puede saber lo que está pensando el prójimo, y cabe que lo que esté pensando sea de lo más sensato y que esto que dice sea una deliberada exageración aberrante.

Escucho elogios de un poeta, cuyo nombre apunto para pedirlo en la librería donde últimamente me acusan de pedir los libros que se publicarán mañana. Los editores, o algunos de sus vendedores, han ideado la publicación previa de las publicaciones próximas. Debe ser, además de una coña marinera, un mecanismo o truco de mercado, que, en mi modesta opinión, a quienes interesan los libros, no hacen sino añadirles, a la desaparición de la librería clásica, con sus fondos y su conocimiento intrínseco de la mercancía que venden, la molestia de pedir lo que no hay todavía, cosa que, no acierto por qué, molesta a los dependientes de librería.

sábado, 14 de noviembre de 2009

De vez en cuando hay que tirar gran parte del botiquín de casa: aspirinas, colirios y deshollinadores de nariz, todos caducados. Suelo hacerlo cuando está el otoño creciéndose, alentado por el viento de las castañas. Luego, las castañas las vendían, gordas y lustrosas, los de la frutería gallega habitual de mercadillo de la ribera del río. En casa las cuecen sin anises y así resultan con más sabor a castañas- Para asarlas –decía la abuela- dales siempre un corte en la piel, antes de echarlas a la sartén, o te explotarán y saltarán alegremente de ella. El capitán que nos daba clase cuando la Milicia Universitaria, en el campamento de El Robledo, de La Granja de San Ildefonso, en la provincia de Segovia, hoy Comunidad castellanoleonesa, insistía en que había que decir explosionar, porque lo de explotar sonaba, no a explosión, sino a explotación. Todo un tipo, aquel viejo capitán, que recomendaba aferrarse al fusil como si fuese “el cuerpo de una gachí”. La abuela de un vecino de la tienda de al lado, que se llamaba Pepito, lo fue a ver un domingo y mirando los fusiles alineados alrededor del pivote central de la tienda de campaña le decía que tuviese cuidado “cuando uses una de esas escopetas”. Por entonces nos prestaban para “hacer el servicio”, aquellos fusiles Mauser, reliquias venerables de la guerra del 14 y de nuestras carlistadas, pasado por la última locura del 36. ¿Lo ves? ¿Ves como son digresiones? Empecé por contar lo de la limpieza del botiquín y mira dónde hemos llegado.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Insisto en que el más rico del mundo es el que tiene bastante.

-¿Cuánto es bastante? –“dices, mientras clavas, en mi pupila, tu pupila azul”-.

Bastante es lo suficiente para ese hipotético ser feliz, que no sé si existe, pero, de existir, sería el hombre sin camisa de la leyenda del rey desgraciado a que un mago había pronosticado que sólo podría alcanzar la felicidad poniéndose la camisa de un hombre feliz, y cuando lo encontró después de una larga búsqueda, resultó que el hombre feliz no tenía camisas.

Recuerdo la discusión que montaron dos ciudadanos en su tasca preferida, respecto de si era más mucho o bastante. Como es lógico, no llegaron a acuerdo ninguno, en su comparación de conceptos heterogéneos. Bastante puede ser muy poco o muchísimo. Bastante es el ideal. Lo que ni te chifla ni te aterroriza. Lo que te permite ser el desconocido que apenas se advierte que pasa a nuestro lado.

-Pero –insistes- es que nunca se tiene bastante.

-Por eso no somos felices.

-Yo lo sería –alzas las cejas en busca del anhelo de turno- …

-No te dejes engañar por cada espejismo hacia que, babosos de deseo, nos arrastramos. No son más que señuelos, cimbeles, trampas para incautos. Allá en el recodo, a la derecha de la entrada de una iglesia de Toledo. Hasta hace poco mal iluminado, sorprendente, genial, está “el entierro del conde de Orgaz”, en que uno de los más grandes pintores de la historia del arte, refleja momento en que un poderoso señor descubre por qué la gloria mundi, lejano eco del concepto de felicidad, se lo lleva el viento en un suspiro.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Se cruzan millones de millones de las antiguas pesetas, que ahora se han reducido a euros y parece que somos más ricos porque todo cuesta una cifra más pequeña, pero, ahí está el truco de los prestidigitadores, de una moneda mucho más cara. Bien lo sabe cada vendedor, que pone bien grande la cifra pequeña y bien adornada la quisicosa, la baratija, el espejito, las cuentas de colores brillantes, a ver si te lo empuja y allá tú te arregles. Los millones de millones asustan, cuando traduces de la moneda que no entiendes a la que manejabas con tanto tiento, salvo que seas miembro de ese minigrupo de los multimillonarios, gente por cierto infeliz a su doble manera de no tener nunca bastante y además tener miedo de que alguien venga y se lleve parte de lo que ya tienen. La medida de su miedo puede hacerse por la dimensión de su soledad y el grosor de los blindajes de que se rodean o el número de sus musculosos guardaespaldas.
Alrededor del río, sobre los puentes, a lo largo de la orilla del sol, se alinean los puestos del mercadillo de los miércoles, con sus churros, sus bolsas y zapatos de charol y plexiglás, sus hierbas medicinales, la piel de las cabezas de cerdo y sus pezuñas, los jamones y los quesos puntiagudos, naranjas y nueces, todo un abigarrado mundo por entre que corretean perros y niños flacos, persiguiéndose alternativamente. Huele a aceite requemado y retumba, cuando me acerco al puesto de los discos, una serie de ruidos hilvanados por una melodía tartamuda. Baja el río aún turbio y airado, torrencial. Hay una niña morena y diría que sucia, que lo mira, pero creo que sin ver. Acabo y recomiendo “Flavia de los extraños talentos”, Alan Bradley, autor que para mí era hasta que empecé ésta su novela policíaca, un completo desconocido Voy a acabar los tres tomos de Esther Tusquets, sus memorias. Una vez, cuenta, todos estuvimos en guerra y de una u otra parte. Somos, apunto yo al margen, demasiado viejos para ser, y sin embargo tendríamos que habernos hecho todavía más indiferentes de lo que ya nos han hecho las sucesivas tandas de hipócritas, visionarios e iluminados cuyos exuvios va quemando inexorable el sol en un espacio intermedio, indeciso, entre los siglos XX y XXI, donde el alambique de la penúltima esperanza humana.

martes, 10 de noviembre de 2009

Me hace gracia esa muletilla de que están enamorados de la justicia, que cada día voy oyendo y luego se les escapa en qué consiste ese supuesto amorío y pienso que ni la han conocido, circunstancia que me hace preguntarme de qué o de quién habrán estado enamoradas estas personas, en qué reja habrán pelado la pava o cantado las mañanitas.

La justicia es esquiva, y no digo si le ponemos mayúscula y hablamos de la Justicia, que nadie, que se sepa, le ha visto los ojos, permanentemente tapados para no saber de quién le hablan cuando le narran los hechos y le aportan las pruebas fehacientes de la aproximación posible a una verdad que hay que suponer siempre porque como preguntaba aquél: ¿qué es la verdad?

Lo que suele encandilar es tratar de buscarse el apoyo de la justicia, con su inconmensurable caudal de energía, a favor de los criterios subjetivos propios o contra los ajenos que no gustan.

La Justicia es el equilibrio entre permanecer impertérrito con la dura lex sed lex en la mano y atreverse a taracear el supuesto con las teselas de equidad indispensables para que la justicia se ajuste al caso concreto y mantenga su condición de exudación, criatura, hija de la caridad. Nace de la capacidad de escuchar a cuantos estén interesados en el problema que la busca siempre anhelosamente y dar y quitar, sin mirar de quién y para quién, con los ojos vendados como ella y el corazón limpio.

La Justicia, que sabe de lo lábil de la cultura humana y de las veleidades y caras de cada uno de los humanos, no tiene enamorados posibles, sino intérpretes de que usa circunstancialmente las manos y la voz, la razón y el corazón, para ser mi contradictor y yo mismo a la vez, nosotros y ellos, la Justicia es vagabundo, peregrino, y es camino, peregrinación hacia la supervivencia humana en busca permanente de su santuario.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Palabra sobre palabra
te escribiré esta mañana
una canción de amor.

Lo haré sin razón alguna,
como lo haría un ruiseñor,
solo que,
claro, peor.

La haré para levantar,
con ternura
la niebla de esta mañana.

Lo haré sin más motivo
-¿y te parece poco?-
de estar enamorado
de la vida que pasa.

La vida es como un fruto
hermoso
de la luz del alba.

La vida es nuestra sola
posibilidad de que nos mientan a la vez
nuestros cinco sentidos
hermosas mentiras.

La mentira
es la rosa del jardín del amor,
también efímera,
como ella,
pero lo mismo de bella.

Si la belleza,
como la fealdad, la juventud y la tristeza,
son mentiras todas,
¡cómo no me habría de enamorar
de cada una de ellas!
Miro con ojo de pez el paisaje estremecido de lluvia. Cae el agua mansa, traidora, que por eso hay quien a esto le llama calabobos. Sales como un bobo a comprar el periódico y al poco te resbala por la calva una torrentera. Me pregunto si transcurrido cierto tiempo así, a la intemperie o casi sin intemperie, como decía aquel exagerado, la fuerza del agua podría abrir en la cabeza de alguien un valle por donde discurrirían sin duda de manera fluida las ideas más brillantes. El periódico me recuerda al del tamboril, en la fiesta, cuando le preguntaba al maestro gaitero si iban a tocar la misma u otra pieza, y el gaitero, socarrón, “la misma”, un poco más “repicadina” de tambor. Flotan las gotas de agua, mínimas, en el aire. Da igual llevar que no paraguas. El perro, cada poco, se sacude y no encuentra, entre tantas humedades, dónde depositar su óbolo mañanero. Dije lo del periódico porque en la primera plana vienen las mismas grescas y descalificaciones generalizadas de los mismos aburridos ejemplares de la selva que ha venido a sustituir al arte de la política. Metternich se estremecería y no digo nada de Maquiavelo. No se sabe quién contribuye con más pintorescos ingredientes al potaje "del día siguiente". Le llamaba así una tía abuela mía, disfruté de varias, deliciosas con sus ocurrencias y maravillosas cocineras y reposteras, al guiso que inventaba cuando disponía de abundancia de sobras y padecía estrecheces dinerarias e iba sacando de acá y de allá y mezclando hasta lograr un potaje de imprevisibles sabores y mescolanzas increíbles. Sigue, imperturbable, no sé si la misma nube u otra, regándonos con indiferente profusión.

Y como llueve, si es posible, debe aprovecharse, pienso, el tiempo de lectura, y me meto por unas memorias y compruebo, porque yo andaba por allí cuando cuenta el autor, lo diferentes que pueden ser las perspectivas desde que cada espectador mira y por consiguiente interpreta lo que está pasando en el mismo paisaje. Todo lo humano es así, real, pero a la vez onírico, y relativo. Miramos con ojos de impresionista, cuando más, por eso, a veces, llegamos a sentir, con no sé qué sentido, pero pareciéndonos que los vemos a los “fantasmas”. -

domingo, 8 de noviembre de 2009

Es muy sencillo de entender, decir y hacer: quien no sabe jugar en equipo, debe ser expulsado de cualquier equipo de que forme parte, al que podría ocasionar irreparable perjuicio.

Aunque sea el mejor, aunque sea un genio. Estoy convencido de que los humanos hemos sido dotados de inteligencia para que seamos flexibles y comprensivos con los que sabemos que son como nosotros, pero todos diferentes unos de otros y todos dignos de ser tenidos en cuenta mientras no abdiquemos de nuestra condición.

Que hay quien lo hace, y así renuncia, si queréis tácita, pero sin duda expresamente, a los derechos que como humano le corresponderían.

Los individualistas deben comparecer ante la opinión pública como tales, y si la opinión los prefiere, y, llegado cualquier momento electoral, los selecciona para que gobiernen representen a una facción popular, allá ella, que sin duda sabrá o no lo que se hace, pero, en cualquier caso, cosechará inexorablemente las consecuencias de su elección.

Tal vez debamos considerar que para ocupar puestos de representación y gobierno, no necesitamos líderes personales autoconvencidos de que se hallan en posesión de alguna verdad absoluta. Como tal cosa es imposible, ya acreditan, al mantenerlo, su error, proclaman que están inevitablemente equivocados.

Para representar y gobernar a un grupo, se debe tener conciencia de formar parte de él, y que, como consecuencia, debe escucharse a los demás antes de resolver en lo que concierne al colectivo. Porque no todos tenemos las mismas ilusiones, la misma esperanza, el mismo anhelo, y compaginar aquello en que muchos coincidan, que es lo que parece ideal, obliga a escucharlos antes de decidir y no hacerlo hasta que la decisión se acepte.

Que a veces no es la mayoría la que debe aceptar, sino una minoría que sepa de lo que se está hablando.

Confiar una decisión, o intervención en ella, a quien no sabe de qué se habla, es un error evidente, de que no pueden seguirse sino consecuencias erróneas.

Por eso parece tan importante informar de lo más posible al mayor número posible de personas.

Deformar deliberadamente una aproximación a la verdad, para así manipular el cerebro de quienes no están suficientemente informados es uno de los mayores pecados sociopolíticos que pueden cometerse y que sin duda se volverá antes o después contra su responsable.

Alguien ha dicho ya a lo largo de la historia de los pueblos que se puede engañar a muchos una o pocas veces, pero a pocos se podrá engañar muchas.

Dialogar no es convocar al contradictor con el propósito previo de convencerlo, sino convocarlo para escuchar su criterio e incorporarlo en todo o en parte al del convocante. La convocatoria al diálogo ha de estar impregnada de humildad: yo no se bastante –hay que pensar- y por eso te llamo para que complementes mis criterios.

sábado, 7 de noviembre de 2009

Leo “El símbolo perdido”, Dan Brown, una trama llena de urgencias y de fobias personales, atrapa, el autor, erudito, simplifica a su medida evidentes aciertos, que mezcla con puerilidad y algún que otro absurdo imaginativo proyectado en el vacío. Vale la pena leer, apuntar alguna curiosidad y seleccionar lo desechable, que, al final, es posible que se olvide solo y sin esfuerzo. Leo “El hombre inquieto”, Hennig Mankell, otra desoladora visión del escepticismo no sé si del autor o de su medio cultural, hasta donde quepa generalizarlo. La redacción es infantil, repetitiva, fatiga innecesariamente al lector, sobre todo cuando se entremete por los recovecos de una administración que no puede ser en realidad tan disparatada –si bien cada una lo es a su manera, desde que se extendió la amnesia respecto de su condición de servicio organizado, hoy sustituido por evidentes propósitos policíacos, dotados de una potestad sancionadora terrorífica en el aspecto económico-. Inicio la lectura, en principio original, de “Flavia de los extraños talentos”, Alan Bradle, os contaré. En los intervalos, memorias de Esther Tusquets y de Jorge Puyol y una apasionante biografía de Chesterton, Joseph Pearce y la “Poesía completa” de mi viejo amigo, ya muerto, Alfonso Albalá, que es como reanudar conversaciones de juventud, cuando inventó aquello de la “tristeza hermana”.

Luego, escribo:

Curiosa condición,
ésta mía,
de poder soñar,
pero hacer las cosas
siempre
de otra manera,
recordarlo
y saber, que si de nuevo
pudiera volver a vivir la misma vida,
es probable que siempre,
una y otra vez,
fuese en realidad siempre la misma. –

Es evidente que éste es un sábado de noviembre, otoño, olor a humo, castañas asadas, manzanas en el armario de roble del desván de la abuela, mandiles de maíz en las barandas de los balcones de los hórreos. Durante la esfoyaza –cuando se arrancan las hojas de la panoja del maíz, para ir trenzándolo en ristras- a la vez, se trenzaron noviazgos por las orillas de la luz. El otoño, si bien se mira, es también una canción, que afuera, mañana, en el paisaje ocre, cantará el color del brezo. -

viernes, 6 de noviembre de 2009

Me pregunto qué hará con nosotros, los mínimos, homínidos del orden social de cada grupo, el sistema ese de nombre desde su existencia, antes aún, desde su concepción literaria, ahora concretada, como ocurrió con otros inventos de don Jules Verne, esa nueva agresión de la intimidad humana, cada vez, creo, más vulnerable, mediante que quien mande en cada momento histórico del futuro, tendrá la posibilidad de escucharnos, catalogarnos, coleccionarnos y numerarnos, tal vez con nombres latinos de subespecies de Linneo, colillas desechadas, inertes despojos, privados de libertad.

Ya no me siento libre, como un día, con mi ordenador y sus ventanas y puertas abiertas, por donde entran cejijuntos y ceñudos, con sus pasamontañas, los guardianes de Azkabán, capaces de sorberme el aliento de la palabra, presiento que llegará un día que antes incluso de decirla, cuando se esté conformando en el rincón, otrora íntimo, del cerebro donde resida el laboratorio de mis palabras inéditas.

Hay alguien, tendré desde ahora siempre presente aunque no quiera, que permanece atento, me oye sin escuchar, pero sabe cuanto digo, escribo y puede que lo que voy a sentir cuando aún no se ha producido o está en curso el mensaje de mis sentidos, que probablemente ya no me pertenezcan del todo, hacia las laboriosas neuronas, controladas por peludas orejas de indiferentes guardianes, que se reirán entre dientes del amor que puede despertárseme cualquier día, o se reirán, capaces son, del dolor mío o del de cualquiera, que les parecerá cosa de risa.

Será un empleo, cobrarán, digo yo, hasta un salario fijo por ese vituperable trabajo de violarnos el secreto último de lo que pensamos. Ya ni siquiera como en tiempos inquisitoriales hará falta la delación del chivato inicuo. Ellos mismos, los antes torturadores y verdugos, podrán comprobar cada ritual donde se esté gestando alguna idea, sin necesidad de intermediarios, correveidiles ni vendedores de secretos, ese execrable comercio. Mal negocio ha sido el de este invento para una humanidad cada vez más angustiada, agobiada, acoquinada, a punto de que se quebrante el arca última, la estancia más íntima.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Soy, aquí donde me ves,
residuo de caminos y quereres, milagro de existir
y mi destino es un misterio,
soy,
nada más ni menos,
que un hombre, empeñado en seguir, obligado
a concretarse y tal vez
desaparecer,
por la desconocida máquina del tiempo,
que me arrastra y lleva
como hace cualquier río
con los reflejos que atrapa al pasar.

Soy la huella, todavía estremecida,
de un amor ya tal vez olvidado,
o
es posible que plenitud,
ahora,
cuando soy la última hoja del árbol
que vivió un momento
y el viento
desgajó en seguida con las ramas desnudas,
clamando
por su imagen, hundida en el espejo.
Me temo que el tribunal de Estrasburgo podría haberse equivocado con esa decisión, en esta caso posible “fallo” en el doble sentido de la palabra, caso de que el crucifijo que moteja de impropio y vulnerante de la libertad religiosa no estuviera, en el supuesto de aquellos autos, colocado en algún aula de una escuela pública.

Creo que la libertad religiosa determina la posibilidad de que un establecimiento de enseñanza pertenezca a la Iglesia o esté gestionado por ella y proclame y anuncie suficientemente que su enseñanza se complementa con la del credo que profesan y mantienen sus propietarios, y que ponga en sus aulas los símbolos y las imágenes que tenga por conveniente.
Quiero soñar
una mesa de madera
en carne viva, sin pintar, áspera,
con unos vasos de vino aún joven
y todos vosotros, nuestros muertos, los míos,
alrededor diciéndonos
palabras y silencios.
Todos ya del otro lado –vosotros no aún,
los más jóvenes,
que todavía debéis hacer camino-.
Os estaremos esperando
con la conversación desparramada
y llena
de palabras amables, alegres, la ternura
a flor de piel.
Quiero soñar un rincón no sé dónde,
¿qué importa, en realidad, si el rincón seremos nosotros?
extenderemos
la mano de cada palabra, la mirada
sin ver ya,
alcanzándonos unos a otros,
trenzando cada eslabón,
imaginándonos, tal vez,
pero ésta es la única esperanza que nos queda
de que el amor exista,
de decirnos
una por una, todas sus estancias,
de un golpe eterno todo el fuego y la luz.

martes, 3 de noviembre de 2009

No habrá fin del mundo, puesto que la eternidad
es, en la mente del hombre,
último reducto
de la energía en que la vida al final consiste,
inacabable.

Se destruirá la tierra,
arderá, tal vez,
el sistema solar, será más delgado, más tenue
el tejido
de que está hecho el universo.

Pero no acabará nada, ya nunca,
sino que irá reinventando modos,
formas
inimaginables en que la energía
bailará danzas de estética increíble
y la inteligencia alcanzará la luz,
a la vez que la sombra suprema.

Y una parte infinitesimal de nosotros
estará ahí
y hasta puede que nos reconozcamos
en el paroxismo
de un inacabable acto de amor sin límites.
Paso por el cementerio, dormitorio, dicen que significa, pero hace demasiado frío y envía la mar de enfrente vaharadas de espuma. Nadie podría dormir, y menos con esta mirada posible al horizonte, por donde las siluetas apenas perceptibles de los barcos que aún van y vienen, cargados de mercancías y sueños. Paso por el cementerio, que por estas fechas están pletóricos de flores, como si hubiera estallado el jardín o quisiéramos ocultar a los muertos, que, sin embargo, asomabais la sonrisa de algunos de los recuerdos mejores, difuminada bajo el mármol donde dice vuestro nombre. Y en seguida, bajo y hay buñuelos de crema y huesos de trufa y de yema, huesos de santo, les llaman, porque el muerto dice el refrán que al hoyo y el vivo al bollo, pero no es cierto, sino que la tradición de comerse los huesos y los buñuelos despierta el recuerdo de haberlos comido juntos, y se te enciende la lamparilla de acordarte de cuál era la confitería donde según tu padre o la abuelina hacían los mejores buñuelos o los huesos sin trampa, rellenos de punta a punta, a diferencia de los tramposos que ponían una dedada de nada en cada extremo y por el medio vacíos, como las encías de la bruja Candelaria del guiñol que resucita mi hijo pequeño para ruidosa diversión de la grey infantil, que aúlla contra la bruja, cada vez que asoma y avisa al rey de que le quire robar la malvada la cartera de los secretos de estado. Todo apunta a que de un momento a otro empezaremos a pensar en la Navidad y hay que escribir una línea, que sea expresiva o que encienda la primera luminaria de la Navidad, en el corazón de cualquier destinatario. Hay que obligarle a carraspear y limpiarse la cabeza de duelos y quebrantos para que entren a caso en el sentimiento los villancicos viejos y los nuevos, por más que los nuevos me salgan tristes o pensativos o nostálgicos.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Guardemos silencio, esta tarde,
ha entrado noviembre,
de puntillas,
deslizándose
por entre los ramos de flores del cementerio
donde duerme la multitud,
ingente,
hoy estremecida,
se diría que de nuevo vulnerable,
de los muertos.
Cada uno,
amortajado con palabras: tu desconsolada,
tus queridos, quien no te olvida,
aquí yace,
reza por mí,
no soy
más que ceniza. Sobre el blancosucio de la lápida
han escrito versos, que las gaviotas altas
traducen a su idioma de graznidos.
Hay una invasión de flores, palabras y recuerdos,
flotando a la vez dispersos y entremezclados
con la niebla. Llueve. Es noviembre
de nuevo.
Mañana, si el buen padre Dios quiere, escogeremos
las panojas,
pasado, iremos
al amagosto, mataremos
un cerdo bien cebado,
pisaremos la uva, moleremos el grano,
guardaremos en el hórreo las los quesos y en el armario
de la ropa blanca, las manzanas
más olorosas.
Hay que hacer el camino en seguida,
con prisa,
que llegará un noviembre y nosotros,
también
estaremos muertos entre palabras y flores,
responsos, lluvia,
lamentos.
El viento, un viento color de hoja seca
mece la ternura violácea
del lazo de un ramo de flores
ya
descoloridas.
Noto que envejezco en que cada vez soporto menos a menos gente, lo cual, comoquiera que la gente es mucha y yo estoy solo entre su multitud, el equivocado he de ser necesariamente yo, pero no lo entiendo y eso me lleva, supongo, a ser cada vez más arisco, menos sociable, es decir, más viejo.

Una verdadera pena ya que tal cosa me impide disfrutar del hermoso privilegio de vivir hasta el final, tarde lo que tarde o no. Y me pregunto si mi conducta es la habitual de la especie a que pertenezco, de la caravana con que camino o soy minoría, apenas con unos pocos equivocados, que no sabemos llegar hasta el final escribiendo con la misma letra las más bellas palabras posibles, gozando de la misma capacidad de pensar en abierto, transitivo, dispuesto a la amistad que un día tuvimos.

Los demás se nos parecen. Seguro que es antipatía que nos parece que rezuman no es más que sufrimiento, parejo, cuando lo sufren, a nuestro sufrimiento, y la alegría que en ellos me molesta es la misma alegría que me invade y desborda cuando adivino, por un resquicio de cualquier banalidad agradable, las inimaginables dimensiones de esa felicidad que se nos escapa de este lado del espejo, a donde no llegan sino ecos, semitonos, tal vez sombras de la verdad, la belleza y la sabiduría que seguro que están en alguna dimensión, dado que nos es posible imaginarlas.

Ahora, hoy mismo, entiendo aquello de video meliora, proboque … etcétera. También yo “veo lo mejo y lo apruebo como tal”, pero insisto en el desacierto a la hora de comportarme con arreglo a lo que considero mejor y más adecuado, e incluso más útil desde ls perspectivas ética y estética de mi poliedro personal.

sábado, 31 de octubre de 2009

Cada semana son
siete las campanadas del reloj
de mi existencia,
las siete iguales. Soy
yo el que diferencia
su sonido,
estridente unas veces, otras sordo,
a veces
fallido
como si el bronce hubiese roto,
la esperanza
quebrada por mi incredulidad. No puede
ser otro día,
es ayer,
tal vez sea mañana.
¿Quién ordena los días
para que a la del alba, cada hora
ocupe su lugar, quién las flores
para que se produzca el caos del jardín?
Solemne, marca hoy
la pauta de la vida recobrada, el rumor
del agua.

viernes, 30 de octubre de 2009

El otoño,
como un hombre cualquiera, se debate
entre el ser
y no ser del viejo Hamlet,
con su soga a cuestas,
de palabras vacías. Hamlet naufragó en el odio,
el otoño,
en este veranillo insólito, disfrazado,
que no es de fiar, dice el portero
de mi comunidad, y enciende la calefacción,
y, como consecuencia,
abrimos las ventanas y ha entrado un pájaro,
que en seguida, se ha vuelto loco, los pájaros,
seminaristas de ángeles,
tienen miedo de la libertad de los hombres, se cubren,
para no ver,
los ojos con sus inmensas alas,
y por eso tantos hombres se hacen un lazo corredizo de palabras
y se ahorcan
a la hora mala de la atardecida,
cando no tienen
a quien contarle
la pena honda, que hay siempre brillando, como una moneda,
en el fondo
del pozo
de cada conciencia,
y al ángel lo condenan, por cien mil años más,
a ser pájaro y ángel
custodio
de otro hombre triste, y otro y otro y otro ...
Estamos vivos. Es como una novela de ciencia ficción, si bien se mira. Imagínate que eres un espectador, no humano, flotante en el lindero del universo, que de repente acabas de descubrir que la energía de que formas parte, de algún modo, es posible que se concrete, disfrace o revista de la forma caprichosa que sin duda tiene nuestro cuerpo, con sus cinco –algunos hablan de seis- sentidos, capaces de trasmitir a la capacidad de comprender, para estos seres opaca, traslúcida algo definible como sensaciones. Para ti, pura esencia, ya te digo, al borde del universo, una “sensación” es algo incomprensible, la impureza que se interpone entre la sabiduría y la comprensión, que es un paso más allá de lo que cualquier humano, dotado, cuando más, de inteligencia, es capaz de entender. La inteligencia es camino que gira y se retuerce sobre sí mismo, puro laberinto incapaz de llegar, pero que puede intuir y así verse a la vez impelido y anhelante de llegar hasta la sabiduría.
Tal vez desde ahí presientes la belleza sensorial, a la vez que engañosa, de la vida y comprendes que alcanzar la vida y recorrerla es un hermoso privilegio, una brillante trayectoria, algo que diferencia el ser del misterioso no ser, esencia incomprensible de la nada.

jueves, 29 de octubre de 2009

Deben llevarse las ideas, por orden alfabético, en la agenda electrónica, igual que se atesoran los plantones en el invernadero, también ordenados para cuando llegue el momento de espetar o de plantar en cada arriate o en las hojas de tierra abierta, olorosa, recién removida. Las ideas, si no, se olvidan, inexorablemente, y no sé cómo recobrar aquello tan acertado que pensé esta mañana, o tal vez antes, o quizá no llegué a pensarlo, sino que fue un juego de luz sobre la corteza de un árbol, al pasar, lo que me sugirió no sé qué, pero que me dije: tengo que escribirlo, y ahora se ha ido para siempre, que llegas a cada despacho y hay un montón de papeles que requieren atención, te pasan recados, recibes, sonríes, aceptas, te niegas sucesivamente y para cuando levantas la vista hay un tropel de vivencias alborotadas, que he de sosegar, incluso, a veces, cerrando los ojos, para seguir caminando a tientas, en el mundo desconocido, siempre nuevo, sin nombres aún, de las ideas, que, como los nasciturus de la discusión, podrían resultar abortados por cualquier violencia innecesaria. Las ideas abortadas, como los niños –todavía fetos- parecía como que habían sido elegidos para tener vida, gozar de la existencia, con todos sus avatares, pero no, a última hora, algo ha ocurrido en alguna parte, que rompe con las leyes de la naturaleza, obnubila y obceca a la que podría haber sido madre y todo se queda en un olvido apresurado, un vago dolor del corazón tal vez.

lunes, 26 de octubre de 2009

Es inevitable preguntarse, yo lo hago, lo que hice mal –otras veces no hace falta, ya me doy cuenta yo mismo-, pero en muchas ocasiones desconozco la razón de que parezca mal lo hecho con la mejor voluntad. Y en seguida me explico que hay muchas personas diferentes y me trato con muchas de ellas y no puedo pretender, si son diferentes, que ni siquiera entiendan cómo y por qué pienso yo lo que pienso o escribo lo que escribo. Y esto, que a lo mejor no es más que una disculpa banal de la propia estupidez, puede que precisamente por ello, me consuela y reconforta, enciendo de nuevo la pantalla y vuelta a empezar a tratar de ordenar las palabras que flotan, suben, bajan, se entrecruzan, y se trata de tomar las adecuadas para ir construyendo las frases y la página donde cuento lo que hay alrededor.

La dromomanía de la vida. No. La vida no es que tenga la manía de caminar, es que no le es posible detenerse y cada jornada se completa a base de gente, personas concretas y determinadas, que nacen y mueren o realizan el tránsito entre uno y otro de esos dos hechos. Ese tránsito en que se engarzan las cuentas de los días, ese hilo sutil que nos permite ser precisamente nosotros mismos a cada cual, engarza brillos, reflejos, opacidades, transparencias, en definitiva, acontecimientos, que, uno por uno, nos van deformando la textura interior e integran la línea histórica en que consiste la conducta. Me pregunto, hoy es día de preguntas, si no será esa conducta la que, despojados ya de la posibilidad de sentir o de recordar, nos coloque en lo que llamamos eternidad. Allí seríamos, por lo tanto, definitivamente, lo que hemos sido, esto que estamos siendo, el hilo que engarza, de nuestra personalidad, y las cuentas, allí engarzadas, de cuanto nos trascendió de todo lo que nos rodea, influye, manipula, determina y deforma hasta provocar el gesto cansado con que ese desconocido nos mira todas las mañanas, cuando, maquinilla de afeitar en ristre, nos acercamos al espejo.

domingo, 25 de octubre de 2009

Casi no queda sueño en que soñar otro cuando llega de súbito el alba y nos despierta con ese sonido especial que nadie sabe si es el de la luz, que rebota en las cosas que tenía olvidadas y hace ese ruido de sorpresa que es como el sonido múltiple de las gotas de agua que van cayendo, alternativa o simultáneamente en varios recipientes. L canción inesperada del nuevo día es así otro milagro concéntrico con el de haber sobrevivido una vez más a la noche, de que no recuerdas si fue insomnio o sueño alguno de sus tramos. A poco, identifico el rumor del agua que pasa, ese río cercano, u chapoteo de nutria retrasada y los besos que fingen en la piel del agua las primeras truchas que saltan a cazar mosquitos tiernos. Las nubes son a esta hora rojizas, y, hoy, tenues como velos de novia pudorosa. Es domingo, octubre se desliza sobre las hojas secas, que crujen de dolor y placer, hacia el veranillo de san Martín, cuando la matanza y el sellado del hórreo que asegura el invierno. ¿O ya no? ¿Están ahora los hórreos vacíos? Hay como un desconcierto de lo habitual. El mundo está cambiando, la sociedad, el tejido de los pueblos. Nos cruzamos con gentes recién llegadas de pueblos cuyos nombres ignorábamos y que nos miran con el mismo desconcierto que nosotros a ellos. No sabemos, porque no fuimos niños juntos, lo que decirnos para entender la broma, el amor o el desprecio. Nos miramos, pienso que tratando de adivinar lo que hay en el fondo de los ojos del otro, donde empiezan las ilusiones, los miedos y los sueños que nos condujeron a la encrucijada del cruce, donde las primeras palabras, de cada cual en su idioma, son siempre ininteligibles y deberíamos tender la mano y la sonrisa, pero extendemos la desconfianza, a esta primera del alba, todos entre despiertos, pero no del todo, y dormidos, pero ya tampoco del todo dormidos y todavía con el recuerdo amparándonos, del cobijo del nido que se ha quedado provisionalmente vacío, hasta que Luis Rosales repita, de atardecida, aquello de que: “gracias, Señor, la casa está encendida”, que ojalá así sea, en estos tiempos inciertos, de miseria y luz entretejidos.

viernes, 23 de octubre de 2009

Hagamos un alto en la primera hora de esta mañana de octubre, con los hayedos ardiendo el ocre de su intrincada hojarasca teñido de oro viejo por la salida, aún tímida, como tanteando el alba, del sol. A esta hora, tal parece que se haya desterrado el mal del mundo. Todo es esperanzador, incluso el declinante semicolor, todavía no color, de las hojas secas, temerosas y temblorosas hasta que llegue el que en mi tierra llamamos “viento de las castañas”, un viento seco y caliente, asfixiante, que procede del sur y cosecha los erizos preñados de castañas. Nada augura, recién recreado todo, la aterradora serie de cosas que han de pasar en seguida, en cuanto los humanos nos incorporemos, de nuevo por primera vez, a la creación e insistamos en la violencia de esa pugna constante por ser los primeros mientras predicamos que lo importante no es llegar, como tratamos atropelladamente de hacer, los primeros, sino que lo importante es participar y siempre de acuerdo con las reglas. Las reglas, como sabéis, las vulneramos con la mayor desvergüenza. A esta hora, sin embargo, maravillados como estamos de haber nacido, de estar aquí, de que se nos permita un nuevo día de sentir apasionadamente con los cinco sentidos atentos, ávidos, anhelantes, incluso llegamos a la convicción de que a partir de hoy vamos a comportarnos de la manera más ejemplar. A esta hora de este nuevo día, sentimos un escalofrío de amor por toda la demás gente. Resulta esperanzador.