miércoles, 31 de diciembre de 2008

Cierra el año este día gris, de san Silvestre, con multitud de atletas corriendo por las calles de las ciudades, empeñados en llegar antes y recoger el trofeo para ponerlo sobre un pedestal en la repisa de casa y mañana, que es año nuevo, recordarán que en su juventud ganaron una copa en una carrera de san Silvestre, un fin de año cualquiera. Los años entran y salen de puntillas, corren como los ratones, pegados al zócalo de la estancia que nos encierra, este ensimismamiento en que tratamos de ocultarnos de los inevitables peligros de vivir, Ye es el año catapún, el que pensábamos, cuando niños, que no iba a llegar nunca, y ahora descubrimos que ha pasado otro y estamos tal vez caducados, fuera de cuenta, Este fin de año, en diez días, se me han muerto tres amigos de distintas épocas, y al mismo tiempo, palestinos e israelíes, se matan sin piedad, como si fuera posible resolver algo matando o vengarse o construir no sé qué que tendrán en ese pervertido modo de mirar que los anima a unos y a otros a tirarse bombas, y para colmo pusieron una bomba en una ciudad amiga, donde vive gente amiga, que a Dios gracias no mató a nadie, pero podría haber supuesto otra catástrofe que añadir a la lista de motivos que saldan los supuestos prohombres del país diciendo cada cual una frase más lapidaria, como los latiguillos de los comediantes, que, al irse por el foro, al acertar con la frase, el tono o el gesto, arrancan la reacción del público embelesado, encandilado, en este caso amedrentado, pero con un miedo que se va haciendo peligrosamente rutinario, como se puede hacer, si nos descuidamos, manía la de matar. Sorprende y acongoja la capacidad humana de crueldad, acreditada en los genocidios de las guerras olvidadas, en que se ensañan hasta la barbarie, los contendientes, y una parte del mundo, la teóricamente civilizada, mira hacia otro lado porque acabamos de celebrar la Pascua y estamos, justo hoy y ahora, cambiando de año y demostrándonos que cada de año nuevo, vida nueva, sino que año nuevo, y, como cada día, el misterio de hasta dónde pueden llegar, con casi las mismas probabilidades, la mayor ternura y la barbarie menos humana de cualquier persona de esta gigantesca caravana de seis mil millones y pico de peregrinos hacia seguimos sin saber dónde, borrachos de esperanza y de desesperanza, a la vez, erráticos de miedo a la soledad y sin capacidad de aprender a querernos, así de sencillo, con lo fácil que debería ser. De cualquier modo, dejadme dar un gran grito que diga que os deseo a todos los que venís conmigo ¡feliz año 2009!.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Y hace tanto que casi ni me acuerdo,
pero me miraba en el fondo,
nadaba, en el fondo de tus ojos.

Dime,
¿qué hiciste
desde entonces?
¿echarme, a la vez,
de ellos y de tu recuerdo?

Cuando la tristeza baja
como un regato mínimo
de agua clara y cantarina
y se me convierte,
abajo,
en mi valle sombrizo y sombrío de los días malos,
en niebla con sabor a tus lágrimas,
me descubro en el recuerdo
de la imagen
que guardabas
en el origen de todas tus sonrisas, el origen
de la luz,
el fondo insondable
de tus ojos.

Si aún estoy ahí,
me cabe
la esperanza
de que no sea cierto eso que dicen mis sentidos
de que se acabó el mundo aquella tarde.
Tal vez tenga razón este niño que dice que el invierno es un asco, te mandan al cole, hace frío, sales a la calle agobiado de mil ropones, te coge la gripe, a veces en vacaciones, para más INRI, y el tiempo de ocio se hace escaso, sin tener en cuenta –añade con amargura- que ya sabemos todo lo que necesitamos saber.

Yo que estoy del otro lado de la madurez me pregunto si no tendrá razón y para qué les van a servir tres cuartas partes de las informaciones que van a proporcionarles en las sucesivas aulas, si, un elevado porcentaje de humanos, trasladados hoy mismo a un planeta lejano cuya humanidad viviese en la prehistoria se iba a beneficiar muy poco de nuestros conocimientos, supuestamente tecnológicos y propios de una cultura de tercer milenio. Allí perdidos, sin el concurso de la multitud de ayudas que hemos de manejar para sobrevivir cada día, sin energía eléctrica encauzada, sin carreteras ni conducciones de agua, incapaces de hacer fuego sin cerillas o encendedor, una lupa por lo menos o la habilidad de que dispondrían los neandertales del lugar o sus cromañones, no es probable que durásemos las primeras veinticuatro horas de intemperie y variados peligros.

A lo más que podría ayudar un abducido a la prehistoria del imaginado planeta lejano, siendo de letras, podría ser a resumirle al hombre de las cavernas toda una biblioteca de resúmenes filosóficos. Sus propios retazos, citas en su mayoría fuera de contexto de una particular historia de la filosofía como la que cada cual elabora leyendo a través de sus comentaristas los de otro modo áridos textos de los pensadores. Resultaría un curioso epítome justificativo de los errores culturales que han venida agitando a la humanidad durante los últimos dos mil años. Porque a lo largo de ellos, a fuerza de leer a torcidas y derechas lo pensado por otros y pasarlo por el filtro de nuestras propias justificaciones generacionales y particulares, lo cierto es que nos hemos, pienso, cocinado una complicada y confusa sopa de letras mediante que nos podríamos convertir, si resultase, en ombligos, cada uno de nosotros, o, como mucho, nuestro particular grupo tribal, en ombligos de la civilización. Con lo cual, en vez de llegar a la conclusión de que formamos parte de un todo, tenemos cuando menos la tentación, y muchos incluso la convicción de que nuestra persona, individualmente considerada, podría ser el centro de ese universo.
Cada vez me convenzo más de que no hay ninguna respuesta completa, exacta y definitiva para ninguna cuestión concreta y que la humanidad en marcha va proporcionando perspectivas diferentes, que permiten ir perfilando respuestas ocasionales, provisionales y que han de complementarse mediante aportación de criterios distintos y en ocasiones hasta contradictorios.

Un detalle nuevo cualquiera puede modificar cualquier axioma lo mismo que en su día se hizo añicos la convicción aparentemente ineluctable de que la línea recta era la distancia más corta posible entre dos puntos.

La definiciones que parecieron más definitivas, se han ido perfilando, modificando y hasta contradiciendo a lo largo de esa dinámica que impone a todo lo creado irse modificando –téngase en cuenta que no he dicho progresando, sino moviéndonos, ya sea hacia delante, hacia atrás o en círculos, como a través de la historia ha hecho la especie humana- y descubriendo datos y detalles tan sencillos a veces, y tan evidentes, que nos sorprendemos, al llegar a ellos, no haberlos visto o sabido antes.

Vamos tanteando la inmensidad de que formamos parte infinitesimal y cada día puede sorprendernos una sutileza, un matiz, o pueden pasar épocas de ceguera intelectual. Somos una especie maravillosa, necia, sorprendente.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Vamos, los mayores, de puntillas, a través de la Navidad. Ya nos vigilan, los más jóvenes, para que no nos alcance el ala de la tristeza, no nos roce la melancolía de saber que estamos a punto de emprender ese misterioso viaje de destino inimaginable donde hay tanta gente que dice que no habrá nada.

No haber nada ya sería algo diferente de lo que otros nos describen como si lo hubieran visto. Como en el título de aquel libro: el cero y el infinito. Todo o nada; la noche y la luz; el yin y el yang.

Que no hubiese nada también sería un destino. Es curioso y tremendo que ambos sean inimaginables, Dios y la nada, y que esta brizna de hierba, la hoja, la molécula de agua viva que somos, falible y débil, agobiada de manipulaciones, engañada por los sentidos, amedrentada por lo desconocido, sea la que tenga que decidir y decir creo o no en una u otra posibilidad.

Puedo estar, esta mañana o esta tarde de Navidad, doblado de cansancios y de tristeza sorprendida y, a la vez, de encendida esperanza junto al belén de las imágenes del misterio o al lado de la misteriosa inercia callada de dos amigos recién muertos. Todos están en silencio, ambos misterios, tal vez ambos misteriosos signos, tal vez mensajes que están diciendo, sin palabras, la contestación de todas las preguntas que con frecuencia olvidamos, yo al menos, enfrascados y ensimismados en lograr un acuerdo, un aprobado, una ganancia, todo tan importante y todo tan poca cosa, comparado con los dos hechos de nacer y de morir que marcan los linderos de nuestra deslumbrante insuficiencia.
Caracolas de nácar
que trajo el agua, ¿desde dónde?
La mar es otro mundo,
la caracola,
dormida en brazos de la mar,
lo atravesaba
mientras yo estuve dormido
y tú velabas.
Luego, ambos nos quedamos
mirando absortos
alguna estrella. Tal vez
la de los Magos de Oriente,
que es Navidad,
¿recordabas?.
Hay susurros de agua viva, están encendidas
todas las ilusiones,
pero hay también,
muertos recientes, que esperan …
Yo no sé que esperan
los que agotaron
el caudal de la esperanza.
Creo
que forman parte de la luz
inmóvil
de la Navidad,
de la sonrisa del Niño,
del barro de las figuras, que corriendo,
van, sin moverse,
todas,
a adorarlo esta mañana;
son parte de la alborada,
gotas de la flor del agua

lunes, 22 de diciembre de 2008

Hay una fuente de agua clara,
helada,
que nace en un monte que yo tengo,
es mío, según las leyes de los hombres,
pero no doy abasto a beber
su agua viva,
¿qué he de hacer?
¿dejarla ir? Alguien
la tomará para sí
antes de que llegue al valle
y ya no será mía,
mi agua clara,
mi agua
viva.
¿Por qué, si toda ella
me pertenecía?
Bajando mi ladera, el agua canta.
Si la bebiera yo toda,
se acabaría la canción,
que es eco de la voz
del buen padre Dios,
de Quien es el agua
que yo
pensara
mía.
Tampoco este año me ha tocado el gordo, y en cierto modo y si he de ser sincero, se lo agradezco, porque entre la preocupación por administrarlo y el miedo a que me lo quitasen se me habría acabado la tranquilidad que da ir, como decía Machado, ligero de equipaje. Lo único que en los hoteles y sobre todo en las posadas y las pensiones, los hostales y los paradores, si llegas sin equipaje, te miran siempre con esa desconfianza del que barrunta pufo en la mirada del interlocutor escaso de fondos. Ir ligero es una bendición. Me paso la vida buscando un zurrón que sea a la vez capaz y ligero, para llevar lo poco que en realidad se necesita para hacerle una foto al paisaje o robarle una instantánea a la rapaza que pasa comiéndose el mundo y sin percatarse de que deja poetas soñando y posibles enamorados atónitos, apuntar la media docena de ideas que se te pueden ocurrir según atraviesas un paisaje, el pañuelo y las tarjetas esas que ahora te adelantan el dinero para caprichos y cuando llega la hora de hacer balance del mes no quedan más que pelusas en el fondo del bolsillo y el telefonino, apagado desde luego, no sirva a quien te llama, sino a quien tengas que decirle algo urgente, como por ejemplo que la quieres y tu amor será eterno mientras dure. Ha llegado un tiempo imposible en que con llevarte el Mac y un enchufe y unos auriculares, además, hasta sesiones de cine te puedes permitir en el último mechinal del reino a que lleguen el adsl y la corriente eléctrica domesticada. Pero nada más, ya no cabrán en el zurrón habitual más que un trozo de queso y un mendrugo. Las demás, que serán ilusiones, hay que dejar que viajen y vengan en la cabeza, ramoneando, revoloteando, rumiando, que en cualquier momento, no sabes cuándo, se hay que quedar a descansar al borde de la puesta de sol, enfrente de la alborada o a pasar la noche junto al remanso donde suene el agua viva.

domingo, 21 de diciembre de 2008

No dejes que se apague,
la luz,
mi amor, no dejes,
que en lo oscuro no hay,
pero da miedo.

No dejes que se apague
¡es Navidad!
turrón y castañuelas alrededor
de Belén
de Judá.

No dejes que se apague,
déjame
ver ese Niño de barro,
como yo,
que es Navidad.

Dios se ha hecho carne y sudor,
llanto,
posible
dolor.
Dios.

Dicen que no lo hay, las malas lenguas
de trapo y de cartón. Yo sé que se equivocan.
Tú lo decías, madre: no te dejes engañar,
el buen padre,
todavía Niño en Navidad,
te salvará.
Dosel de gaviotas excitadas, arrebatado flamear de la niebla, espuma marcando una cremallera en la mar verdemar, y en medio la embarcación, mínima, tabla, sal y olor a humo y aceitón, gorros de lana, enfrente el puerto y las manos ateridas, insensibles, algunas con mitones húmedos de agua que, de poderse beber, sabría a lejanías. Marca el termómetro un grado y la otra aguja grande del barómetro viejo del puerto se escora hacia la izquierda. Viene, dice el marinero viejo, vaga de mar, ya se adivina la mar de fondo, la punta tiene collarín de espuma. Cuando los barcos de pesca traen gaviotas revoloteando encima, graznando como excitadísimas comadres, señal de pesca segura.

viernes, 19 de diciembre de 2008

Cuando seamos de nuevo
otra vida,
otra gente
¿qué será de este amor que tuvimos
recién nacido,
tembloroso,
ingenuo, entre las manos,
indecisos
entre morir ya o renacer,
ya deslumbrados
por la luz que ahora seremos?

jueves, 18 de diciembre de 2008

Sangra la tierra esta mañana
la alegre canción del agua, huele a otoño,
a tierra húmeda de dolor reciente.
Ayer,
arropados de nieve, fueron
quedándose dormidos mis sueños
en tu regazo.
¿Dónde los llevaste? ¿dónde?,
que no me acuerdo de tu voz. Tu voz que me decía:
duérmete niño
para que yo soñara.
Atravesé en otoño la meseta entre la nieve domesticada a poco del desastre de la última nevada, que mantuvo a cientos de personas angustiadas bajo la hasta ahora mismo mayor nevada del otoño. Donde más, lloviznaba. Hacia el oeste, luminoso y brillante, por dos veces en quince días, el lucero de la tarde, que será Venus, si queréis, pero yo me seguiré empeñando en que es un lucero impertérrito, que mira descarado hacia oriente y me hace ilusión pensar que debe ser el mismo que dio nombre a este país mío, del final de la tierra, cuando le llamaban el País del Véspero. Como escoltándolo, una estrella que seguro que es muchas veces mayor, pero yo la veo pequeña, segundona, edecán del viejo lucero, que parece tan joven. Pido vino en el figón del borde de la carretera y ahora te sacan de quicio con tanta botellería, tanto origen, tanta añada. Dame vino de la Rioja o de la Ribera, que todavía tenga algo de sabor frutal. No debo ser buen bebedor de vino porque no me gusta que sepa a madera de roble, sino que guarde memoria, en el regusto, de su origen. El vino completa ese refugio del figón desde que es una delicia contemplar las diferentes cadencias de la nieve y cómo sugiere tempos diversos de la musicalidad de su silencio inexorable. La lluvia y el viento son alborotadores, la nieve es el silencio cayendo en copos y capas como si, todavía niño, te arropasen, Alguien ha encendido la chimenea y huele a humo, que se disuelve entre más vino, queso semicurado y hablar de esto y de lo otro, que no sean lo de siempre, ni, por supuesto, de la dichosa crisis de que hablan todos los ilustres bustos parlante de la televisión. -.

martes, 9 de diciembre de 2008

Sólo hay una ocasión de hacer las cosas que deberían hacerse en cada ocasión. Todos hemos vuelto a casa dando vueltas en la cabeza a lo que deberíamos haber dicho o hecho, pero cuando ya no es tiempo. Hay algo que falla, o puede que lo más cierto sea que no deberíamos haber hecho o dicho lo que creemos haber omitido y es mejor que haya sido como en realidad fue, por más que nos haya quedado este desasosiego, la duda, la inseguridad con que, a pesar de todo, debemos seguir intentando salir del laberinto. La realidad es lo que dijimos, hicimos o dejamos de hacer o decir. ¿Quién escribirá y dónde lo que cada día ocurre en la soledad y el silencio? Hay un libro de historia, supongo, que se escribe en las páginas de la memoria del tiempo. Vete a ver quién será allí protagonista, con la cantidad de héroes que hay a nuestro alrededor, anónimos, en este preciso momento, sin que sepamos nada de sus prodigiosos esfuerzos.

lunes, 8 de diciembre de 2008

A veces, como hoy,
como esta tarde de otoño,
es importante recordarlo, es otoño, cae
todo, desde la niebla
hasta las hojas y los cristales rotos por las palomas
asustadas,
en ocasiones como ésta, resulta
casi imposible soportar la belleza, la expresividad,
el sentimiento,
con que la música,
lo invade todo,
como si impregnase el aire de la inmensa catedral del universo.
Días
como hoy,
explican por qué estamos aquí,
y sin embargo,
seguimos siendo incapaces de entenderlo,
borrachos como ahora mismo estamos
de emoción
y sentimiento, a la vez.

sábado, 6 de diciembre de 2008

No sé cómo ni cuando, pero estoy seguro
de haber cambiado el mundo.
Precisamente yo,
Tan insignificante, éste,
que soy,
pese a estar convencido también
de no haber hecho nada por completo.
Alguno de mis hechos,
supuso, no preguntes
cómo o por qué lo sé,
hizo que cosas importantes fuesen de una manera muy distinta
a como hubieran sido si yo no hubiera estado,
no hubiese movido
algo
de un modo tal vez inesperado,
imprudente,
sin darme yo cuenta siquiera
de lo que estaba haciendo en las manos del buen padre Dios,
que pienso que nos ha creado para esto de ser,
incluso sin saberlo
sus herramientas para este asunto,
este entretenimiento suyo, de la creación.
Festejamos como un logro colosal cada declaración de unos derechos humanos olvidando que ya habían sido proclamados hace muchos miles de años en las tablas del Decálogo, cuyos preceptos, decía el catecismo, se encierran en dos, todavía hoy única regla de oro, principio en que todavía cabe cimentar la nueva sociedad de los primeros siglos del milenio entrante. La libertad de cada cual ha de estar delimitada por los linderos de la libertad del vecino, para quien debe desearse lo que para uno mismo y tratar de evitarle lo que tampoco queramos para nosotros. Y mientras no apliquemos esa regla, que desde hace tanto conocemos, ni derechos humanos ni democracia posibles.

Permítame que le reitere mi convicción de que los derechos humanos y sobre todo la democracia no sirven para organizar la vida de un grupo social mientras la cultura de ese grupo desconozca por sistema que la libertad propia es una tesela del mosaico que compone con las de los demás, tan respetables como ella. Y no cabe que la cuestión se disfrace con el hipócrita comportamiento de poner especial mimo y cuidado en no lastimar a los malos cuando hay que reprimir su comportamiento perjudicial para el común.

El que, no sólo desconociendo la libertad de los demás y su deber de respetarla más aún o por lo menos tanto como la propia, por añadidura, la hiere a veces hasta con tan cruel violencia que mata, hiere o roba, al hacerlo está renunciando al hacerlo a su propia humanidad personal, a los derechos humanos que como persona le corresponden.

Y permanece, sin embargo, aún en tal caso, el mandato de la vieja ley, de que Beccaria y Concepción Arenal deducían la consecuencia de que había que odiar el delito, pero compadecer al delincuente. Incluso “amarás a tus enemigos”, corrige la ley nueva. Lo que no cabe admitir es que la consideración, la compasión, incluso el amor, proporcionen ventajas a los delincuentes y dificulten a los custodios del orden y el concierto social la detención y la represión de los violentos, los delincuentes, los terroristas y los bárbaros, en definitiva.

Cuando lo que está en juego es la vida, al estar la convivencia que la posibilita. -

viernes, 5 de diciembre de 2008

Un tiempo para cada cosa, dice el Eclesiastés. También, digo yo entonces, para soñar. Uno ha de concebir, con la primera luz de la mañana, un sueño que perseguirá, después, durante el día. Tiene que ser un hermoso sueño, y no una nadería alcanzable, como es apagar el despertador, por ejemplo, y robarle a la vigilia el duermevela, ese espacio todavía onírico, pero que te permite intervenir, establecer pautas de entresueño y vida real, sin que llegue lo que ocurre a ser ni lo uno ni lo otro. Un buen sueño, imposible, desde luego, es el de que nos toque la lotería de Navidad. No tienes más que comprarte un décimo, o, si prefieres, varios, atento a lo que cuestan, no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad. Ya has abierto el camino y puedes emprender con la lechera la fábula de lo que harías y dejarías de hacer si la lotería en realidad te tocase, que es como ya hubiera ocurrido y en seguida se advierte si eres un puñetero egoísta o si tendrías preparado en su caso un reparto que te dejaría de nuevo casi en la pobreza. Puedes pensar también que te tocó, pero que ya has repartido y estás como antes, a las dos velas de casi siempre. ¿Lo ves? De todos modos, ha sido bonito soñar. Incluso hubo un momento en que te sentiste rico como Creso o tentado, como Harpagón o Shylok, de quedarte con todo. Otro sueño …, pero bueno, otro sueño mejor para otro día, que ahora va a llegar el invierno y hasta santa Lucía, dicen que cada noche gana espacio la oscuridad, preñada de miedos, a la luz. Es tiempo de contar consejas. María, la vieja inolvidable cocinera de mi niñez primera –luego ya no hubo cocineras ni consejas-, nos aterraba con sus narraciones de ánimas y aparecidos, monstruos y peligros. María, viejecita y menuda, con un moño redondo y los ojos pequeñitos, oscuros y brillantes, hubiera podido ser, si otros hubieran sido sus tiempos, tan famosa como los hermanos Grima o como Perrault. Hacía unas croquetas inolvidables y una empanadas que todavía provocan jugos a un montos de lustros de distancia de sus hábiles manos hacendosas, siempre peleándose con las arandelas de la cocina, su hierro, el carbón, las piñas, aquellos inmensos peroles de cobre de hacer dulce, el quemado del arroz con lecho y la fabada a dulces, que le clavabas un tenedor y se quedaba allí enhiesto, en las deliciosas espesuras de la grasa impregnada de un compango ilustre.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Va y dice ahora el presidente más poderoso del país más poderoso y mejor informado y más rico de la tierra, que uno de los dos o tres mayores errores, de sus ocho años de mandato, fue declarar una guerra sin saber si existía en realidad el motivo invocado para hacerlo. Porque motivo para declarar una guerra, lo que se dice motivo, creo que se dan muy pocos, si se mira el asunto desde la perspectiva empírica de las consecuencias previsibles. Debería caber la posibilidad de que una especie de consejo de ancianos como los que nos contaron que había en las tribus indias del lejano oeste, examinara en cada caso de posible guerra supuestamente justa si se trataba o no de una verdadera ofensa infligida por un pueblo a otro, un grupo humano a otro, y, caso contrario, poder decretar que los gobernantes responsables del desentendimiento y el enfrentamiento, fuesen los únicos que salieran al campo del honor o del deshonor, según se mire, a ventilar a garrotazos sus desavenencias. En un error demasiado gordo y muy poco justificable que un presidente que dispone de fantásticos medios e innumerables personas capaces y capacitados de realizar exhaustivas comprobaciones de cualquier cosa que pase en los más remotos y recónditos mechinales del mundo, trate de justificar en el error y la precipitación nada menos que una guerra, con lo que supone, como dijo otro político famoso, de sangre, de sudor y de lágrimas ajenas a este personalmente indemne culpable de tan inconmensurable negligencia, que bastaría, de no haber otra, para empañar todo un mandato presidencial. Creo que, de ser él, sólo por esto, yo no podría volver a conciliar un sueño tranquilo, rodeado por el recuerdo de tantos muertos y el dolor de tantos heridos
Aumentó el número de abortos un diez por ciento durante el año dos mil siete. Me da pena de ese ingente y al parecer reciente número de frustraciones de vida naciente. Opino, con cualquier clase de respetos y de comprensión que se me pida, que cada caso de aborto es un caso de homicidio en que quien mata no incurriría si hubiese podido conocer a su inocente víctima. Es caso del mandarín de la china desconocida que Casona reitera con un marinero bretón. “Si te ofreciesen una elevada suma por apretar un botón, sabiendo que, de hacerlo, fallecerá un desconocido mandarín de un remoto rincón de China ¿lo harías?” Creo que en la vida todo sucede previas encrucijadas al decidir por cuál seguiremos caminando, optamos, tácitamente por toda una serie de todavía desconocidas consecuencias. Muda, en cada supuesto, la traza de la creación toda. Modificamos, mediante cada aborto, todo el plan de la creación. Lo hacemos, los humanos, con premeditación y con alevosía, circunstancias que convierten el tipo y perfilan el de asesinato, expresamente dispensado, ya lo sé, por el ordenamiento positivo, pero en contra del derecho natural y de la humana naturaleza. No es legítimo destruir brotes de vida.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Ha cogido mis escritos, un diseñador, los ha cuidado una editora y ahora, siempre me sorprende, como por arte de magia, son un libro en que aparecen los meandros de mis digresiones y mis versos simulando un dibujo atractivo gracias, ¿en gran parte?, ¿en su mayor parte? a estos adornos ajenos. Y pienso que si alguien, al leer, se ha sentido inspirado hasta lograr esta apariencia, digamos esta forma de presentar lo que dije y había olvidado, algo habré dicho que por lo menos ha sido escuchado por otras personas, ha llamado en la puerta de otro modo de sentir y ha sido compartido. Ahora dispondré, supongo, de unos cuantos ejemplares que podré regalar a alguna persona amiga, otra vez compartir. Si no opinan nada, entenderé que no lo consideraron digno de atención, para decirlo de una vez, que les pareció malo y sin valor. Claro que hubo ocasión en que regalé un libro, el destinatario no me dijo nada y al cabo de meses, cuando con cierta curiosa timidez le hablé de él, esperando una contestación por lo menos consoladora, y, a pesar de todo, preparado para que fuese despectiva, para mi asombro, fue encomiástica. Excusado es decir que ese día engordé varios kilos de satisfecho e injustificado orgullo. Y mira que me lo tengo repetido: si no escribes para nadie, si lo haces para ti ¿qué más te da que guste o que no? Me quedo, tras de hacer esta pregunta, siempre, mirando para dentro, hacia las escondidas estancias en que, como nos ocurre a casi todos, vive mi personalidad más íntima, esa que tenemos, indefensa, escondida para que sobreviva, me mira con sus ojos más tristes, de laguna olvidada en un inaccesible recodo del manso río que viene con el agua viva e intacta desde la nieve que lo sueña y me digo ¿y tú crees realmente eso que acabas de decir?
Esta tarde tampoco
habrá puesta de sol, las oculta la tristeza
de la lluvia,
ese quedarse dormido
del día
cuando amanece gris
como una vieja estampa en blanco y negro.
Parece imposible amar,
hoy,
que no somos, la gente,
sino fotografías
de los fantasmas que seremos,
el ruido sordo
de las cadenas arrastradas a través de la noche,
cuando nada es probable que exista
no sabe nadie a ciencia cierta
si ya o si todavía. Hoy
pienso que estamos solos, cada uno
con su temor
o con la esperanza que nos queda
o con el escepticismo ya sobre la mesa,
envuelto en papel de regalo.
Y sin embargo, sé que me rodea
la presencia de todos vosotros, sé
que algunos
¿ya?
¿todavía?
estamos vivos esta tarde de otoño.
Nada más revelador de la ineficacia sociopolítica, de la ausencia de imaginación, de la banal garruleria que el reiterado hecho de que haya personajes (personajos y personajas) que dedican su afán a la crítica del prójimo sin dar palo en el agua que acredite utilidades prácticas, beneficios estéticos o soluciones hábiles para la multitud de asuntos pendientes que tiene la sociedad de nuestro tiempo en momento histórico como éste, en que más que perderse en evocaciones cuando más estériles y cuando menos perjudiciales, deberíamos estar todos enfrascados en la preparación de un futuro inmediato que no repitiera las mismas miserias de que venimos huyendo. Hay tipos que salen en la televisión y te preguntas nada más verlos de quién irá a hablar hoy mal éste, qué sambenito le irá a colgar a quién, con qué estigmas pondrá hoy a los mismos de ayer en la picota, a falta de ideas con que ilusionar a propios y extraños. Pienso que a veces es cosa del miedo que algunos evidencian a que los de verdad vengan con la esperanza en la boca y los releguen al mechinal de donde no deberían haber salido a emponzoñar los paisajes. Protesto. Me molestan porque ni el esfuerzo merecen que he de hacer para darle al botón del mando y cambiar de canal para no oírles cada mañana y cada tarde las mismas calumniosas e injustificables patrañas.
El primer día de diciembre es también gris, en el año dos mil ocho, y llueve, y hace frío. Un pequeño gorrión, yo creo que más pequeño de lo normal, tal vez una cría de gorrión, picotea afanoso bajo las ramas del evónimo que queda junto al río. Al otro, al que se entrelazaba con él, como dos enamorados, lo cortaron este verano pasado sin el menor miramiento. Lo aserraron y lo dejaron caer al río, donde estuvo varios días abandonado como en una picota, mientras el otro lo sentía, seguro, no sé con qué sentido equivalente en el mundo vegetal al de la vista humana, pero lo sentía. Baja el río turbio y apresurado. Murmura más alto, con evidente excitación y no pierde el tiempo en reflejos. Cuenta hoy en el periódico Sánchez Dragó que está consternado porque se le ha muerto joven, en accidente doméstico, su gato atigrado. Habrá quien diga que lo comprende y quien se ofenda porque habiendo tanta hambre en el mundo, a alguien le duela que se le muera el gato. Ambos, el que comprende y el que no, son a su vez ambos comprensibles. Nadie puede evitar que le duela perder a la mascota que le acompañaba y en la que había puesto mucho afecto, y algo hay que hacer sin duda para paliar la necesidad de tantos como lo necesitan casi todo. Dicen que hay linces por los montes de Toledo y en seguida hay quien pide que les acoten espacios. Yo sostengo que la pacífica vida humana excluye la posibilidad de mantener fieras conviviendo sin barreras con los humanos, y que la agricultura y la ganadería excluyen, si han de permanecer, la selvicultura, y, por la misma razón, ésta impide aquéllas. Me parece estimulante, pero peligroso, que por los caminos, de noche, anden cerca y sin barreras, los osos, linces, lobos y jabalíes. Cualquier día, alguno de los edecanes del poder constituido, mandará soltar tarántulas y anacondas. Por razones estéticas y evocadoras del Paraíso.

domingo, 30 de noviembre de 2008

La que manda es la gripe, que sin explicaciones suspende actos, derriba hombres fuertes, vacía las clases, aplaza las batallas. Y de vez en cuando, a uno de los que la toman a broma, lo coge por el cuello y tú –le dice sin palabras ni exposición de motivos ni justificación de actos-, hoy, ahora, te viene conmigo al otro lado del espejo.

Allá habrá lo que haya, que nos tiene asustados y nadie prefiere ir, salvo los ya muy acongojados o los místicos, que aseguran haber recibido mensajes y la seguridad, felices ellos, de que todo irá bien, del otro lado.

Ponen en los periódicos que lo peor de la gripe será después de Navidad. Por Navidad hacemos un esfuerzo o puede que el turrón y el mazapán sean antibióticos de amplio espectro, o que la sonrisa del Niño cure antes de que aprenda a hablar, que mayores milagros hizo más tarde y al fin y al cabo, una vez la pasas, ¿qué es una gripe de nada? Me acuerdo que de niños, cuando se puede con todo, la gripe era una fiesta que aprovechábamos, cuando la fiebre bajaba, para leer las última aventuras de Tim Tyler o del Sargento King, de la Policía Montada del Canadá, que las publicaba El Aventurero. Y si apretaba la fiebre, hacíamos un esfuerzo para mover por el país de la cama, todo montañas y valles, todo un pequeño ejercito de casacas azules, persiguiendo a dos o tres tribus indias, todos de plomo.

Pienso que hay dos gripes o tres: la de los niños pequeños, sobrecogedora, la de los niños mayores, libertadora y la de adultos y ancianos, amedrentadora. O puede que sean tres visiones del mismo fantasma hecho de luz de luna y sombras, según los ojos con que lo miremos los humanos.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Publican la traducción de la segunda entrega de la voluminosa saga del fallecido Stieg Larsson, otro escritor de moda, con evidentes méritos propios, por añadidura, en este caso, para serlo, también escandinavo. Leo que murió a poco de completar el tercer volumen de esta obra que vamos leyendo entre encandilados y perplejos, sobre todo los mayores, y más cuanto más despegados del entorno hayan algunos vivido, porque refleja en sus personajes un modo de vida característico de la cultura a que está llegando occidente en su conjunto, es decir, la Europa por ahora incompatible consigo misma, por aplicación a sus problemas del diagnóstico de la ciudad alegre y confiada que hace muchos años abocetaba el semiolvidado Jacinto Benavente. Se entra en cada tomo de los dos que por ahora conozco de esta trilogía, tan asombrado por un modo de vida diferente y que sin embargo se desarrolla a nuestro lado, que resulta difícil soltar un libro sorprendente por sí y lleno además de vicisitudes inesperadas de unos personajes desmesurados, que aprovechan conocimientos muy de nuestro tiempo, evidenciadores de la curiosidad intuitiva con que el autor lo escrutó con minuciosidad de anatomopatólogo. Según se va leyendo, el argumento te atrapa en la conclusión de que es razonable y hasta aconsejable resolver cada situación de maneras y con modos reñidos con un mínimo de sentido moral y por la sencilla razón de que una maldad sólo cabe o por lo menos resulta justificado –por decirlo de alguna manera- que se combata mediante otra por lo menos paradójica crueldad justa. Pero ¿quién puede arrogarse un objetivo sentido de lo que es bueno, lo que es justo, lo que es verdad? El libro va difuminando en las nieblas del consejo de dudarlo todo que nos difuminan el paisaje de la entrada de este nuevo milenio –está en el título, Millenium, del conjunto de la obra- los fundamentos morales de la cultura del tiempo de que la humanidad está saliendo. Lo que en mi opinión es más grave es que los diagnostica, pero no ensaya, hasta por donde voy, ninguna moraleja distinta de que lo único importante es sobrevivir a lo que caiga en cada momento.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Se ha descolgado el frío, como un gran gigante, un Gulliver en nuestro Liliputh, todo vestido de blanco. Ha bajado estirándose desde la montaña de al lado, como un grito lejano que fuese llegando a nuestro lado y nos alcanzara con la excitación del viento. Vino anunciado por nubes oscuras, relampagueantes, que procedieron del norte y nos rociaron de granizo y aguanieve, mientras tronitronaban. Arriba, en los montes cercanos, los lobeznos se apretujaron contra sus madres de miedo a los viejos lobos, que se pasaron la noche aullando para que no salieran los pastores. Al que venga, avisaban, no tendremos más remedio que comérnoslo y no hay nada peor para la manada que comer hombre. La carne de hombre es la más sabrosa y no hay bestia que la haya probado, que pueda renunciarla la como manjar, máxime cuando el hombre es el animal más torpe para orientarse y darse cuenta de que se acerca un depredador y de los más débiles, salvo que venga armado, para defenderse. Sólo cuando huele a pólvora y acero con mezcla de grasa se debe huir, porque entonces el hombre se convierte en una bestia de las más peligrosas, crueles y caprichosas, capaz de matar sin tener hambre y de abandonar la comida en el bosque y llevarse nada más que la cabeza para adornar su sala de trofeos o los dientes o las uñas de cualquier otro animal para convertirlos en collares y adornos.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Es como andar a ciegas
por entre las notas
del clavecín. Nunca
sabremos si este día, tal vez
el último
o el primero de algo
es un día importante que alguien
en alguna parte, en una misteriosa agenda,
podría tener marcado.
Un día
que parece igual, y sin embargo, desde el principio
hasta lo más incierto, hondo, lejano
de un posible futuro
será la única oportunidad de que yo escriba este poema,
que olvidaré en seguida
como una hoja seca entre las páginas
de un libro que se perderá en el desván
hasta que otro día, la infinita paciencia
de tu curiosidad, lo descubra
y alguien
que eres tú
recibirá el mensaje de que existió este día
y que yo estuve aquí y ahora
presintiendo la caricia de tus ojos
y el beso sin destino
de tu ternura, que presiento,
ansioso ya de que llegues
para devolvértelo.
Hay que ver la que nos ha caído, a un mes de la Nochebuena, sin árbol, que menos mal que ahora se ponen de mentira, árboles apócrifos, de plexiglás, para que no protesten los ecologista. Ha llegado de improviso el viento del norte, granizo va, granizo viene, resoplidos del gran oso, apostado del lado de allá del horizonte. Me repiqueteaba la nevisca esta mañana, con el periódico recién comprado y las noticias sin leer, que lo peor que no hizo más que empatar el Barça de mis preferencias, pero nos consuela que hayan ganado los de la segunda ola la copa Davis, a los argentinos que se las prometían tan felices, pero es que no hay cosa peor que pisarle el orgullo al enemigo. Se encrespa. Pasa con casi todos los animales, por mansos que sean, que si los acorralas y apuras se convierten en fieras. De cualquier modo que sea, lo que no afloja es lo de la crisis. No sabían los políticos, medir la hondura, y pienso que no saben aún. Les faltan humildad y perspicacia para tomarle el pulso al miedo de quienes tienen el dinero y temen que vengan otros y les arrebaten parte del botín. Es en mi opinión sencillo recorrer el juego de la Oca: la libertad se desliza hacia el libertinaje de una posible oclocracia y los que tienen, cierran las puertas de sus castillos roqueros, alzan los puentes levadizos y se preparan a pasar el invierno, atisbando muy de cuando en cuando a ver si mejora el tiempo el humor de los sitiadores o si se los come, como allá en el medievo, cualquier epidemia. De vez en cuando, se sube al adarve un paje y suelta palomas. Hasta que no vuelvan todas y dejen de abatirlas los ballesteros de abajo, no se abrirá el portón, ni arriesgarán los señores de la fortaleza. Me diréis con razón que hoy un castillo se derriba con un misil nuclear, pero no quedaría más que un montón de piedras y cadáveres humeantes porque el dinero en realidad no existe ya, no es más que palabras de ciertos poderosos, cifras encriptadas en papeles biodegradables, humo, y ya no puede arrebatarse como cuando los buscadores de tesoros atrapaban el mapa de la isla secreta, marcado con un aspa dibujada con sangre de pirata. Es muy complicado, ahora, engatusar al millonario para que se decida a salir en busca de más millones.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Domingo, sesión vermú,
ya no van a misa
las chicas,
ya no van,
¿dónde están
las chicas de mi pueblo
a la hora de misa
mayor?

Duermen,
las chicas de mi pueblo,
la mañana
a la hora de misa.

El buen padre Dios
las mira
les inspira,
como antes, amor.

¿Quién, cuándo echó,
que ahora ya no están,
a las chicas de mi pueblo
de la misa mayor?

Domingo, otoño, sol,
salen de paseo por el parque
las chicas de mi pueblo,
intercambian
palabras
banales,
mientras dice el cura misa
en el altar mayor.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Ocurre sin previo aviso que el CP se obceca en cerrar una puerta, una ventana, la vía de comunicación habitual con algo o con alguien y se vuelve a la época en que no los había, te encuentras de nuevo un poco más lejos de tus secciones habituales, incluso puede que de personas desconocidas a que sólo tratas a través de escritos que dejan en sus respectivos graneros como quien cuelga del balcón del hórreo las ristras de panojas del maíz reciente. Menos mal que no pasa más que en ocasiones que digo yo que serán especiales, y este artefacto, por favor, que no se ofenda, se abrirá y cerrará por algún motivo explicable en su lógica del bit y la misteriosa encriptación de datos través de esotéricos laberintos que recorrerán, digo yo, microscópicos ingenieros de telecomunicaciones vestidos de batas blanquísimas, vigilando que nada se destruya del todo cuando uno de estos terremotos binarios desgarra el tejido de la red como si se hiciera un poco mayor el agujero de ozono y desde el planeta lejano nos penetrase el agudo mirar de los sapientísimos alienígenas, o, por lo menos, el de esos aviones del espionaje internacional que dicen que ya están empezando a llevar unas cámaras que pueden investigar lo que vamos pensando absortos por la calle y archivan hasta lo que ni siquiera pensamos, sino que repasa nuestro subconsciente, y justo esas escrutadoras miradas espías son las que desgarran aquí y allá la telaraña y nos aíslan e impiden que acudamos a la tertulia habitual de las páginas que apenas nadie se entera de que existen más que estos correveidiles de las agencias que a fuerza de velar por nuestros sueños acabarán me temo por destruirlos cualquier tarde.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Voy, vengo y como final queda este cansado dolor de huesos disconformes con que me mueva, que podría se consecuencia de mis idas y venidas, pero, además, lo es sin duda de otra vez el otoñal cambio de tiempo y la condición de pasado por agua de este año dos mil ocho, de la crisis financiera, cuando hubo empresas que dejaron de trabajar porque cerraron los bancos –dijeron- el chorro del dinero, y así no hay quien. Nos acostumbramos a poner el pie en el futuro por medio de créditos, pagaderos o no, que embargan nuestra conducta para que tengamos antes de habérnoslo ganado el objeto de deseo o el medio de crecer e incluso la ganancia misma, pagando por ello al banco, que hace sonriente su papel de Shylok. Ambas ciudades preparaban colgaduras de lucecitas para la Navidad inminente o las enredaban entre las ramas de los árboles. Me llamó la atención esa cola de todos los años. De compradores de lotería, que todos quieren comprar sus participaciones en la ilusión de jugar en la misma expendeduría y la convierten en la más premiada al haber sido la que vendió más, cuando llega el sorteo. También en este asunto, la pescadilla de la metáfora proverbial se muerde la cola: vende más billetes premiados porque es la que vende más billetes, lo cual provoca que por ser la más premiada vuelva a venderlos y cada año se formen las mismas interminables colas de compradores de ilusión de lo más variopinto y heterogéneo. Cada año, si vas, vienes, a Madrid, mira, cómprame un décimo, o un número o no sé cuántos números para la inacabable y desmultiplicada catarata de la reventa en la administración número tal, que es donde toca, y vuelves, vienes a las pequeñas capitales del entorno menos, las ciudades y demás desmenuzadores de la tamizada población nacional y contemplas el letrero que informa de que disponen de participaciones, recargadas o no para tal beneficencia, cual equipo de un deporte u otro, para los inescrutables fines de la tasca de la esquina, o, sin recargo, para prestigio del restaurante de los platos inmensos y las porciones microscópicas, pero participaciones detal administración de Madrid o de donde sea, que son las que vienen tocando. Pasé por delante del viejo rincón, milagrosamente conservado, con el mismo, o parece que el mismo, pero no puede ser aquel diván de peluche. Al lado ha dejado de estar la tasca en que jugaban al mejor mus de todos los tiempos los albañiles de la obra cercana, pero ésa ya no está. Hay un local que parece haber sido cafetería de barrio, cerrado y con esas firmas monstruosas que ahora sustituyen con su laberíntica rúbrica las ocurrencias de los grafitti de aquellas tentadoras rebeldías de cuando todos éramos de algún modo rebeldes contra algo que no sabíamos muy bien qué era y hoy adivino que era el fantasma de la vejez, que no era para tanto, con su delicado encanto y estas tardes de su ocaso, tan deliciosamente plagadas de recuerdos de todo cuanto pudo haber sido y así de otras mil vidas que probablemente vivimos a la vez y de que por haberlas imaginado ¿tendremos que rendir también cuenta?

martes, 18 de noviembre de 2008

Esta tarde vuelvo a Madrid, que aún es la capital. Cada país necesita todavía una capital, donde se juntan los que nos representan y mandan. Somos tantos que necesitamos delegar en un pequeño grupo, unos centenares, cuando se trata del poder legislativo, aún menos cuando del ejecutivo y muchos, si del judicial, porque la justicia se hace pedazos con frecuencia y se necesita toda una multitud de concesionarios para administrarla, recordar a cada cual sus deberes, doblegarnos a cumplirlos. En la Capital es donde tiene su cabecera el país y allí se agolpan los que más mandan en materia de representarnos, mandarnos y legislar sobre nuestra inevitable relación social. Cuando un ciudadano va a Madrid, si es joven, va a tener su oportunidad de influir sobre la cultura del total, opinar con trascendencia. Recuerdo de mi primer viaje, que lo hice en tren y casi de repente, alguien me llamó la atención: mira. Desde la ventanilla se veía reflejarse en el cielo un impresionante hongo de luz –incluso en aquel tiempo de escaseces y pobrezas que hubo entreguerras- y yo me dije que la Capital no sabía que estaba llegando yo, permanecía tendida, exánime y aparentemente indefensa como una vieja prostituta cansada, sin hacerme el menor caso, como corresponde a la mayoría, a los miles de jóvenes de ambos sexos que en aquel preciso momento estaban llegando a la Capital desde los treinta y dos rumbos de la rosa de los vientos, que no es una rosa, sino una estrella. Luego volví muchas veces, y allí estuvieron la Universidad y el Colegio Mayor donde debería haber aprendido tantas, aprendí muchas y me fui sin aprender tantas otras cosas. Ahora , ya viejo, compruebo que el hongo de luz es mucho más potente y que la ciudad sigue sin conmoverse lo más mínimo cando entramos y salimos cada día millones de personas de toda clase y condición. Razón tendrá. No es un monstruo, como otras capitales del mundo, pero lo es para quienes habitualmente sobrevivimos en las esquinas, las aldeas, los pueblecitos y los villorrios de escasos miles, a veces simples centenas de habitantes- Nos impresiona, inevitablemente, y asusta, este flujo constante de gente, el ruido del tráfico, sobre todo el ulular de las sirenas. Nos empujan los guardias, sin miramientos, en los cruzacalles donde teóricamente deberíamos ser preferidos a los coches, cuyos conductores se excitan y nos hacen, si protestamos, cortes de manga. La Capital está llena de recuerdos, en general buenos recuerdos, porque lo son de juventud y la juventud asimila los malos recuerdos y los cubre de pan de oro cuando menos. Muchas de nuestras ilusiones se quedaron por ahí, en los alcorques de los plátanos y de las acacias, cuando nos fuimos a vivir a otra parte. Ahora, al volver, nos picotean como una bandada de mosquitos, con los nombres de tanta gente, casi todos perdidos por los rincones de la memoria. Incluso hay esquinas donde todavía se te escapan, alternativas o conjuntas, una sonrisa o una lágrima.-

lunes, 17 de noviembre de 2008

Es un libro banal. Podría no haberse escrito y no hubiera pasado nada. La historia de la literatura mundial no habría sufrido lo más mínimo y quedaría un espacio de mayor probabilidad para la publicación de otro libro realmente merecedor de publicación-

Cierto. Supongo que cierto, pero ¿sabéis lo que costó escribirlo? ¿lo sabéis todo? ¿sabéis por qué escribe quien lo escribió?

Este libro banal, pero inteligible para cualquiera, expresa el banal sentimiento de una persona banal. De las que andan todos los días por la calle, hacen las colas de las cajas de los supermercados, de las fuentes públicas –cuando las escaseces y las averías-, en la panadería y la carnicería. Hablan un idioma diferente del de los eruditos y la mayor parte de las veces no comprenden esos esfuerzos filológicos y semánticos que buscan, muchas veces infructuosamente, todo hay que decirlo, la originalidad.

Tiene que haber gente sencilla para hablar con la gente sencilla desde su misma perspectiva. En ocasiones, En ocasiones, hasta los políticos de modo indebido, por casualidad o manipulación venidos a más, yerran pensando que el resto de la gente tiene su misma ambición de una felicidad ni siquiera análoga a la suya.

No es un libro banal. No los hay. Los libros son pensamientos que se expresan en voz alta. Lo que hay es gente más sencilla de entender. Gente sin aparente importancia social. Son los más numerosos de cualquier grupo de gente imaginable.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Me mando callarme. Aprender a callar y a decir que no, puede que no sean dos asignaturas, pero son dos temas importantes de la misma o de dos asignaturas estrechamente relacionadas por el uso de la palabra dicha o de la palabra escrita. Cada vez que se ponen palabras, y más sin constituyen frases en el papel o en el aire, puede producirse un mundo de consecuencias. Y lo primero, opino, es ponerse las gafas de humor. Todo lo que se mira a su través tiene un sentido optimista, o por lo menos, si no optimista, pierde gran parte de la carga negativa con que el pesimismo nos agobia aprovechando que estamos cansados o predispuestos a dudar más de lo habitual. Imaginaos un estudiante acabado de suspender. Con el cansancio del último e infructuoso esfuerzo y preparando ya un plan de estudio para volver a enfrentarse con lecciones, temas, asuntos ya conocidos en parte. Volver sobre lo conocido, sobre todo cuando es perfectamente inteligible y lo único que falló fue el detalle, la memoria de una fecha, la barbaridad de cambiar a un artista de siglo o de estilo, puede matarte de aburrimiento. Y sin embargo has de permanecer en el empeño y es justo entonces, durante ese espacio, esa frontera, entre el cansancio reciente y el aburrimiento que viene, sin la energía ilusionada –en realidad una sobrecarga de nerviosa excitación, pero que es algo que ayuda- de la inminencia del próximo examen siquiera, es en ese preciso momento, cuando la hiedra del escepticismo te rodea, agobia, enceguece. Hoy no es el caso. No ha habido ningún examen reciente, ningún esfuerzo. Ni siquiera hay una sobrecarga de cansancio. Y sin embargo, el periódico viene tan sobrecargado de noticias desconcertantes, crueles, insólitas y ridículas, todo mezclado, totum revolutum que en seguida piensas que es mejor callar para salvar la alegría, la sonrisa y sobre todo el sentido del humor. ¿Será hablar demasiado uno de los males de esta época nuestra? Creo que no, que es peor y ocurre que hablemos antes de pensar lo que vamos a decir y en un guiño está hecho y ahora a ver quién es capaz de pegar los trozos de espejo y que devuelva un reflejo solo, como antes, de alguien sonriente. Yo mismo, ahora, es posible que ya haya escrito demasiado. Me asalta la duda de si borrar o no, pero me pasa como esta tarde, que les aseguro que es verdad, que mi nieta, tres añitos, afanada con unn trapo en la puerta de la nevera, tarareando, y voy y le pregunto si trabaja mientras canta o canta mientras trabaja, me mira, se queda pensando y muy despacio me dice: abuelito (pausa), es difícil de contestar. Y sigue, como si nada, a lo suyo, sin enterarse de mi asombro. Es difícil. Decido no borrar. Allá va la entrada. En realidad, lo que cuenta es que hoy es domingo, casi a un mes ya, de la Navidad

sábado, 15 de noviembre de 2008

La sucesión de las estaciones, impertérrita, continúa. Lo compruebo esta mañana, de paso con el perro por el camino junto al río, que enfrente queda la ladera de las mimosas. Florecerán, previsiblemente, hacia mediados de enero, como todos los años ha venido ocurriendo, pero si os fijáis, ya no faltan más que dos meses para mediados de enero, cuando estallará la mimosa, que anuncia la primavera en pleno invierno. Y habrá gente, estoy pensando en personas concretas, como cualquiera de vosotros puede hacer, echando la cuenta de los amigos, compañeros y conocidos que murieron este año, que no podrá verlo, y todo sin embargo se producirá igual, impresionantemente inexorable. Otro que tal baila es el río, tozudo en seguir su curso e ir a dar en la mar, que dice el poeta. Los poetas tienen singulares aciertos, en su constante esfuerzo por adelgazar las frases y dejarlas, sin que pierdan el ritmo y a poder ser la rima, mediante las palabras más eufónicas posibles, en el máximo a su alcance de expresividad. Heráclito, además de filósofo, creo que podría haber sido poeta, con aquello de que nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Hoy soy muy rico: tengo media docena de libros en principio interesantes, que esperan mi lectura atenta y tengo tres o cuatro nuevas interpretaciones musicales que escuchar por primera vez. Hasta he de confesar que piensa que soy excesivamente rico, porque me pasa lo que suele cuando tienes vario libros interesantes o varios discos nuevos, que no se sabe, a mí al menos me cuesta saber, por dónde empezar.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Por más que el tiempo y la ciudad
te hayan llevado lejos,
y nadie sepa donde y si pregunto
me miren con los ojos vacíos
de la ciudad,
te seguiré buscando, mientras pueda
seguir
haciendo camino, diciendo
con cada paso tu nombre, dejando
en cada huella tu nombre,
borracho
de tu nombre,
que es lo que me queda
de ti. -
Se encoge el mundo. Tomás un tren en la frontera y llegas en cinco o seis horas a Bruselas, donde está ahora la capital de Europa, y desde Madrid, en avión, cosa de hora u hora y media, y puedes ir leyendo un libro de historia y en él, las penalidades de los tercios viejos, recorriendo la vieja Europa de los imperios, apagando fuegos aquí y allá, con el Emperador sangrando Castilla sobre tierras ajenas e idiomas de otros, que hablaban de amor con palabras diferentes, parecía que estaban hablando de otra cosa, y lo mismo si hablaban de la muerte. Ya no hay que doblar el cabo de Hornos para acreditar la condición de buen marino y cualquiera puede ir y volver a las antípodas en mucho menos de lo que Phineas Fogg soñó don Julio Verne que lo hiciera. Hasta el Nautilus del capitán Nemo se ha convertido en antigualla de desván o de museo y se deslizan ahora bajo la piel inquieta de la mar los submarinos atómicos, como sombras de fantasmas. Da miedo ver que nacen niños con la misma sonrisa de cuando las calesas y los viejos veleros. Nadie puede imaginar lo que les espera, con el futuro viniendo en sus brazos a trompicones y sus padres sin tiempo para explicarles antes de ir por primera vez a coger todos los virus de las guarderías y el cole, que tal parece que los estuvieran esperando por muchas y cada vez más vacunas que les pongan contra todo lo imaginable, incluidas las paperas de nuestra niñez, con el pañuelo amarrado en lo alto de la cabeza y te decían en voz baja los amigos que te podías quedar estéril, o el sarampión, que había que pasarlo con luz roja encendida, como si te estuvieran revelando igual que uno de aquellos carretes de las fotografías en blanco y negro. Se encoge el mundo, se recorre en un abrir y cerrar de ojos, pero los misterios siguen siendo, en lo fundamental, los mismos. Descubrimos, descubren, bagatelas y juguetes para que nos entretengamos.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Nadie sabrá cómo fuimos.
Habrán muerto los que sabían,
cuando alguien nos recuerde, aureolados
por el error
de suponer que fuimos
siempre como en aquel momento de aquel día
en que hicimos algo
que no habíamos hecho, antes nunca
ni jamás volveríamos a hacer:
el primer beso,
la hurtada caricia engañosa, la palabra
adecuada para aquel dolor, un gesto
involuntario de confianza,
la sonrisa
que tanto conmovió a quien nos recuerda.
Nadie sabrá de nuestras más sórdidas conductas,
de que nosotros,
por paradoja inexplicable,
nunca fuimos capaces de olvidarnos.
Se llama Soraya y es hoy el ser humano que más admiro por haber tenido el valor de no tenerlo para seguir viviendo entre cánulas y bisturíes, anestesias y desesperanzas. Dejadme –les ha dicho- morir con dignidad. No se muere con dignidad, sino, cuando más, con decoro. La dignidad se pierde, de modo inexorable, cuando se pierden las facultades de mantenerse erguido y sonriente, cuando la agonía nos dobla y la llamada de la tierra nos doblega, peo ella, niña, ha preferido que eso le llegue ante del tiempo que no sé quién ha considerado que debe vivirse con arreglo a las mentiras de la estadística y ha decidido que ella vivirá, con la ayuda de Dios, el tiempo, o lo que esto en que nos mecemos los humanos sea, que Dios tenía previsto para que toda su vida se desarrollara. Tienden, los esforzados y sin duda bienintencionados médicos, a estudiar sobre nuestro caso y nuestro problema, agudizándolo a veces, a fuerza de hurgar en sus entresijos. Ella, esa niña inglesa, se ha cansado de que ocurra en su caso y ha defendido e impuesto ante la justicia de los hombres que tiene perfecto derecho a morir si ha de hacerlo, en seguida o dentro de meses, años o días, que en el fondo, cuando llega el último momento, es igual ya que hayan sido muchos o pocos. Yo la admiro, con la sonrisa arrimada a la columna del dosel de su cama blanca, en todos los asombrados umbrales de los periódicos del mundo. Viviré así –seguro que ha pensado- toda una vida, lo mismo que todos los demás, que todos nacemos para eso: para vivir toda una vida. Escuchando a la protagonista de ésta, a uno le resulta mucho más fácil entender la diferencia entre tantas trivialidades como hay en otras páginas del mismo periódico o de la revista de al lado en el kiosco, donde relatan lo de esa anciana señora enamorada, que trocó los aros de sus viudedades por el pedrusco símbolo de un nuevo amor, o lo de que si los políticos que iban a cambiar el mundo cobran por no lograrlo sueldos millonarios –acabarán por nombrar cónsul a su caballo o por bañarse en leche de burra, hay precedentes históricos-. Lo trascendente, en este momento, lo realizan las niñas, que hay otra que se levantó en clase y contra la decisión de su maestro de abolir a Dios, reafirmó su decisión de creer que existe. Siempre he dicho que los niños traen el futuro, lo empujan, nos inundan de su frescor.

martes, 11 de noviembre de 2008

Alguien me ha dicho desde Taiwán no sé qué, en chino mandarín. O habla español, y podría haber hecho un esfuerzo para darme pistas de lo que me quiso decir, o no lo habla y entonces supongo que lo que le habrá gustado o disgustado, será alguna de las fotografías o algún dibujo de los que escoltan mis parrafadas y las acompañan. Tal vez alguna flor o un paisaje, las palmeras que a mí me traen a mal traer, llenas, cada mañana, de pájaros del alba, el río que se contonea, como ría que es, femenina y cadenciosa, a través de mi pueblo. Un amigo se asomó al blog y se ha echado a reír. Bueno, pues lo que no se entiende, se interpreta como conviene y uno prefiere. El taiwanés, o tal vez la taiwanesa, me habrán dicho que es bonita la foto tal o cual, o que hay que ver lo bien que ordeno el blog, cada cosa en su anaquel y los párrafos separaditos, limpiamente ordenados e inteligibles. Gracias, hermano bloguero o generoso lector, que me dejaste ahí, como quien pone un regalo que aprecio, unas cuantas de esas hermosas letras plurisignificativas. Y si es una tomadura de pelo –que ya es difícil tomarme a mí el pelo, habida cuenta de la escasez del material aún disponible- igualmente se lo agradezco, a quien haya sido, por la pizca de sal que pone siempre el sentido del humor a tantas vaciedades como uno dice cuando no se me ocurre otra cosa. -
Somos esto que somos, seres vivos, desde la desmemoria de la niñez hasta la inconsciencia del último instante. En medio, como un inesperado jardín deslumbrante, el hecho de vivir, con todas sus contingencias desmesuradas, incomprensibles, muchas dolorosas. Todo un auténtico misterio durante que, además de vivir nuestra vida, podremos imaginar otras y entrarnos por libros donde otros nos cuenten sus recuerdos y fantasías. Somos tal vez innumerables personas en una sola, o quizá una sola visible desde innumerables perspectivas, con un futuro digan lo que digan imprevisible. Asusta la suficiencia de quienes, que los hay, consideran que lo sabemos todo sobre todo, cuando es lo cierto que no sabemos casi nada sobre nada, después de haber aprendido tanto de tantas cosas. Nacemos y morimos muchas veces, cada vez que nace y muere un semejante, muchos, amigos con que compartimos vida y misterio, al fin y al cabo lo mismo. Puede que darle vueltas a todo esto en la cabeza no sea más que una pérdida del valioso tiempo que se nos ha concedido para que aprendamos que no es posible saber mucho más de lo que hemos llegado a saber respecto de lo que vale la pena, o puede que no. ¿Quién sabe? Una y otra vez, regreso a la cita de Chesterton, que como final de la historia del hombre que lo sabía todo, muerto entre las líneas de trincheras de dos ejércitos enemigos entre sí, comenta que fue entonces cuando el hombre que todo lo sabía, supo lo que vale la pena saber.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Tendrán razón
es posible que no exista
yo,
que esté solo, de este lado
de no sé qué misterio
que me separa de vosotros, que me impide ser
uno
de
vosotros,
por medio de un amor que se me seca en el pecho,
me ha convertido ya
en árbol seco, piedra
en medio
de un desierto en que el aire es soledad,
silencio el tiempo.
Viene la Navidad, y un asomo de esperanza se añade a las brasas que aún quedaban de la Navidad pasada, que cada una deja un espíritu flotando y queda un aire, para estas fechas de Pascua, que huele a paz y sabe a armonías musicales. Con la mañana recién estrenada descubro una garza posada en el río y el cocker que, buen amigo, me acompaña, levanta el hocico y huele, adivino que con deleite, los aromas del otoño. Anduvo movida la mar, estos días pasados, y huele el puerto a nostalgias. El otoño, me doy cuenta ahora, está en gran parte hecho de olores que al agonizar se extreman, como dice la leyenda que pasa con el canto del cisne. El olor de nostalgia está hecho de algas semipodridas, estrellas de mar muertas y coloreado por el mugriento arco iris del gasoil derramado entre las embarcaciones que se mecen perezosas en la dársena, que es como un remanso de la mar, igual que los que hace el río en las umbrías de sus recodos del valle.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Ese momento
sobrecogedor
en que mancillo una ilusión al lograrla,
el vacío
que se produce en mi consciente íntimo
cuando llegan el matrimonio,
la licenciatura
o más sencillamente, el día
de Reyes, que eras niño y deseabas
de modo tan desesperado esto que ahora tienes
ablandándose
como los relojes oníricos
de Dalí.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Hay que dejarse ir y salir del día cuando se pone el sol. La noche es una pausa inevitable, que nos aparta del bullicio y será artificial la ambición de convertirse en noctámbulos que siempre tienen los niños, que sospechan que los mayores, tras de enviarlos a la cama, vamos a iniciar alguna actividad deslumbrante. Tuve un amigo que se lamentaba casi siempre del fracaso de los trasnochadores. Que esculpimos recuerdos en la memoria –decía- pero son recuerdos banales, de entretenimientos que no me pagan ni compensan casi nunca el sueño que me cuestan. Casi siempre tenía razón. Pero es que resulta también difícil vivir un día de los que Priestley, con su proverbial capacidad de expresión y comunicación, llama días radiantes y son esos que ellos solos se subrayan en la memoria, se cuelgan de sus muros bien a la vista, son fáciles y agradables de recordar. La noche recorta los espacios. Nos permite zonas bien delimitadas, hasta que llega la luz, por lo menos la zona más tenue, débil, de la luz, y alrededor pone le territorio desconocido de la sombra. Tal vez por eso durante la noche nos parece que somos más perceptivos. No es más que tenemos menos espacio para dispersar la atención. Es algo así como cuando el mundo acababa en Finisterre y en realidad no parecía que fuese más que la cuenca del Mediterráneo. La noche tiene una mixtión de luces, por otra parte, que engaña y transforma a las criaturas que te acompañan a través de sus estancias. Solo la luz del sol es implacable. Las de la noche, ya procedan de la luna, de una aurora boreal, de cualquier clase de lámpara, acentúan y aportan magia a la belleza y al misterio e incluso la fealdad se disimula y dulcifica, amparada por las inesperadas sutilezas de sombras y veladuras que distorsionan los escorzos. Mejor dejarse ir, cuando se pone el sol, al amparo de la soledad, al sosiego de la familia, a los misteriosos caprichos del ingobernable sueño. Solo que hay noches que llegas a casa, te tratas de amparar en la estancia y la butaca habituales y te encuentras cara a cara con el insomnio, implacable cómitre que se niega a entender de cansancios.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Sotileza, llamaba don José María Pereda a una de sus novelas en que recuerdo haber aprendido la palabra “espolique”, que hasta su lectura no conocía. Seguro que esto que llaman ahora pobreza de expresión se debe a que se lee menos y así es casi imposible disponer luego de tan bonitas palabras como son “plúteo” o “tinelo”, que enseña Azorín por ejemplo. Cuantas más palabras se tengan, más rica, divertida y brillante puede ser una conversación. Claro que ahora hay que pensar
en que queda menos tiempo para conversar. Ahora, si acaso, lo indispensable para transmitirse por sms con fugas de vocales o de consonantes para ahorran hasta en dactilografía. Parece como si se nos hubieran agotado las provisiones de paciencia. Se advertía hoy, en la pequeña pantalla de la televisión, cuando enfocaba la multitud que aclamaba al presidente electo de los EE UU, un exceso de avidez y de prisa, que contrastaba con la pausada calma que reflejan los gestos de Obama, consecuencia supongo de la paciencia infinita con que desde el comercio de esclavos hasta su exaltación de hoy a la mecedora más poderosa del mundo, que es la del despacho oval que está desalojando mister Bush, han tenido que ejercitar generaciones de tíos Tom, sus primos, sobrinos y demás familia. Creo que habría que pensar en darle tiempo. El establecimiento de la equidad y su respeto no deben, pienso, ser improvisados. La traracea, el repujado y la filigrana que requiere la nueva sociedad de que hace tanto ya hablaba Kennedy, son labores de gente de gran paciencia y habilidad sutil. Sotileza es disfraz dialectal de la sutileza, principio inspirador de la educación, indispensable para la convivencia mientras no se llega al respeto, en busca del amor. -

martes, 4 de noviembre de 2008

Un día histórico, eso es lo que podría ser hoy, si en efecto un americano negro llega a la presidencia de los Estados Unidos. Toda la América del Norte más profunda, inmediatamente por debajo de la delgada epidermis de la tolerancia recíproca, se estremece a esta hora, cinco atrás de la nuestra y quedan atrás siglos de una historia tan reciente como es la de los Estados Unidos, recomposición hecha aprisa y corriendo de las muchas variedades culturales de la vieja Europa que atravesaron el mar en busca del paraíso y construyeron uno de los grupos sociales más poderosos de la tierra, y precisamente por eso, uno también de los más débiles, porque nadie es más débil que el más poderoso, con tantas puertas abierta como habitualmente ha de mantener para ejercitar su poder. Tal vez los Estados Unidos sean un ejemplo de lo que podría llegar a ser la aldea global, o un ensayo, con esa inmensa olla en que unas veces se mezclan y otras se separan todas las religiones, las procedencias, las culturas y las razas posibles, formando barrios, pueblos, comarcas y un inmenso puzzle orgullos sin embargo de ser lo que es y por milagroso que parezca con una firme convicción de que el conjunto mantiene una prodigiosa identidad unitaria, posiblemente cuando se haga de noche aquí, proclamando trabajosamente, a través de un complicado proceso electoral, por primera vez, a un negro descendiente apenas separados por media docena de generaciones, si llegan, de la Africa reacia a integrarse en el tercermundismo emergente, empecinada en su cultura tribal, encorsetada por guerras, despotismos, ignorancia y pobreza, y sin embargo deslumbrante en su nueva casa americana, donde se abrieron camino en el deporte, la erudición y a grandes saltos, todo lo demás, hasta llegar tal vez, según todos los pronósticos, mañana al despacho oval de la esperanza kennedyana y tantas novelas, tantas películas y tantas mecedoras de rejilla y tal vez un globo terráqueo como el de Nero Wolfe, en las novelas de Rex Scout o el del Gran Dictador de Charles Chaplin. -

lunes, 3 de noviembre de 2008

Nadie –dijo Ulises, preguntado por Polifemo-, me llamo Nadie, como los lunes, que, dedicados a la luna, están hechos de luz de luna con polvo de luna flotando dentro, en cada rayo de luz, y parecen nadie, pero ya, ya, como Ulises, que se la dio con queso al tremendo Polifemo, y si os fijáis, hay en las viejas narraciones y en las leyendas viejas una tendencia evidente a dar la razón a los pequeños, cuando se enfrentan con los grandones: David con Goliat, Ulises con Polifemo, que siempre los más grandes llevaron la peor parte. Y es que la luz de la luna parece que no es luz, sino tiniebla encendida y por eso alumbra apenas los caminos de nadie hacia ninguna parte, como si anduviese, la luna, jugando a ser sombra no sé si de la tierra o del sol y de sus quiebros brotaran los lunes, ese día después del domingo en que para revivir tal parece que hubiéramos de recomponer el hábito rutinario de cada día laborable.

Bueno, pues eso; es lunes. Iniciamos, con la crisis baqueteándonos sin piedad, el descenso hacia la Navidad, con la bolsa escasa y las ganancias inciertas. ¡Vaya camino, el de este año, hacia la Pascua! Los Magos y Papá Noel y Santa Claus y San Nicolás, echando todos sus cuentas, rascándose los bolsillos, mirando por el fondo de las alcancías y las viejas arcas del desván, en busca de la última moneda, que los niños del mundo no tienen la culpa de hipotecas basura, burbujas inmobiliarias, euribores e índices bursátiles y están piafando a la vez los camellos y los renos, aunque sea lunes, porque noviembre es mes de castañas y hogueras, chimeneas y callos por la feria de santa Catalina, y matanza, sellar el granero, mirar si el oso anda buscando osera y porque ha empezado a nevar en lo alto, muy de noche, desde las brañas se oye cómo aúllan los lobos, supongo que para darse recíprocamente ánimos para pasar lo que viene de invierno, que este año dicen los más viejos del lugar que entre pitos y flautas va a ser duro de pelar.

domingo, 2 de noviembre de 2008

La tarde del domingo por la tarde
ya no es la tarde familiar, ya no salen los niños
cogidos de la mano,
vestidos de tarde de domingo, recorriendo las aceras, mirando
delante de sus padres, también ataviados
de tarde de domingo,
los escaparates de tarde de domingo
ni se van todos juntos
a merendar
al café de las tardes de domingo. Las tardes
de domingo
ya no son nada especial
y el padre y la madre,
que los dos trabajan para levantar la hipoteca
de vivienda, si es posible,
antes
de morir,
se pasan la tarde de domingo pensando su trabajo del lunes,
sin disfrutar como antes
de la tarde interminable del domingo, cuando podían ir al cine,
todos juntos, por un par de duros y la propina del acomodador,
aunque no fuese más que a un cine de barrio,
aunque fuese un cine de sesión continua,
a ver a los buenos persiguiendo,
ganando siempre la partida a los malos
porque
¿cómo iba a perder Gary Cooper una partida,
o Clark Gable
o Robert Taylor, pongo por buenos frecuentes
de cada tarde de domingo ya bien avanzada,
ya casi noche
de domingo.
Día de difuntos;
doña Inés del alma mía …
Doblan
las viejas
campanas
del lugar, haciendo largas pausas
para dar tiempo a don Juan
a engatusar a la novicia,
precisamente hoy,
día de difuntos,
que pasan, arrastrando sus larguísimas sombras
en el ocaso del tiempo
que tuvieron
para amar loca, apasionadamente,
como don Juan Tenorio,
y salvarse apenas
en la última fracción de segundo de la última hora,
suéltanos,
piedra fingida,
que aún queda el último grano,
la gota más pequeña,
sólo un suspiro,
un quejido,
en el reloj, la clepsidra,
de mi vida
Por esto se van las alondras y me entran ganas a mi de vestir, siquiera sea con la imaginación, a la zagala que pasa estremecida de frío, se le ve, y escasa, con esto de la crisis, de euros que llevarse a cubrir las carnes, con un abrigo de cachemir azul, de esos que no pesan y abrigan, que son como prolongación de la ternura con que uno de nosotros es capaz de pensar en sí mismo y disculparse de casi todo. La llevaría de buena gana a la zona de marcas de la cuarta planta del Corte Inglés y le diría a la encargada, sonriente, madura y simpática: ande, póngale un abrigo de cachemir azul, que pueda ajustarlo a la cintura, para seguir cimbreándose como un junco, o llevarlo airosamente suelto, si viene el calor de golpe, como suele a veces, ahora, en otoño, por san Martín, que ya sabes que dicen en nuestra tierra que a todo gocho, es decir, cerdo, con perdón, le llega su san Martín, dentro de unos días, que se matarán los cochinos en los patios de las casas y las casonas de la aldea de mis bisabuelos, los que se fueron a las américas para que yo ahora sea un medianamente ilustrado vejestorio lleno de ignorancias. Pero que ella no se entere de que se lo pagó alguien. Dígale que le ha tocado un premio, establecido por un indiano para la que pasara a esta hora por la calle, justo a la altura del portal por donde ella pasó, aterida, que yo la vi, pero poco pueda hacerse, en este mundo lleno de suspicacias y tácitas intolerancias, donde hasta leí hace pocos día, anteayer puede, que le quieren quitar a la Reina, en su versión más humana y personal, de mujer entrevistada, la posibilidad de decir que piensa lo que piensa, como si para estar al día y en orden, fuese no sólo obligatorio decir que se piensa lo que prefieren el interlocutor o el lector, y de no ser así, vale más callarse, o mentir con hipocresía otro modo distinto del que se prefiera. Mundo de mierda, si no puedes ser tú mismo, dentro de las normas del sentido común y el Derecho Natural, ni siquiera decir y pensar lo que prefieres, seas quien seas, mientras ajustes tu conducta de relación social a la norma general básica, única, en mi opinión, con que universalmente está conforme la humanidad, de que cada cual debe amar a su prójimo, con todas las consecuencias, como a sí mismo.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Lo mejor, si amanece un día primero de noviembre como éste, de lluvia tenaz, con el perro revolcándose, nada más volver de su desahogo del alba, para secarse, en la alfombra nueva, a espaldas del ama de casa, enfrascada en lo que comeremos por ser día de Todos los Santos, que sólo Dios sabe si son muchos o pocos, tal vez todos o prácticamente todos los que hayan pagado el caro peaje de la muerte, que viene siempre escondida, a petición del clásico, tal vez lo mejor haya sido poner un álbum de canciones de Juliette Greco, que ¿quién cuando éramos jóvenes no estuvo enamorado de la inaccesible Juliette Greco, de su voz grave, de lo que nos contaba de l’amour y de un París entonces inalcanzable? De nuevo la escucha e imagino la rive gauche y Juliette rigurosa de negro y estilización, borde de misteriosos saberes que no conoceríamos nunca porque para cuando llegamos a París, ya no era París sino el recuerdo nostálgico de sus años treinta, su juventud soñada, un París utópico, en seguida invadido por nosotros, los turistas baratos de las visitas guiadas al Moulin Rouge porque allí había enterrado sus visiones oníricas Toulouse Lautrec, a quienes ni se nos hablaba más que en voz baja de los larguísimos cuellos de cisne de las modelos preferidas por Modigliani.

viernes, 31 de octubre de 2008

Hay cosas que todo el mundo intenta un día u otro, como fumar en pipa, a lo que te atrae la figura del típico fumador de pipa, se adivina que paciente y sosegado en su meditación –no creas, me dijo una vez uno de ellos, yo estoy ahí, fumando con el deleite que has adivinado mi pipa, pero no estoy pensando en nada. Es como si los pensamientos se me fueran, cocinados, en esa lenta voluta de humo que a cada chupada brota de la cazoleta-, cambiar una pizca el mundo, dar ese gratuito consejo que nadie nos había pedido y no se ha preocupado en absoluto de la epiqueya, como justicia, más aún, equidad del caso concreto, dotar a la vida de un solo propósito, sin tener en cuenta lo versátil que es el hecho mismo de hacer el camino de la vida, pasando por paisajes, ambientes, territorios tan diferentes, o, lo que ya es el colmo de la temeridad, intentar definir, delimitar, imaginar a Dios, acomodándolo a nuestra escasa imaginación, nuestras circunstancias, nuestros mínimos, casi entomológicos propósitos. Nosotros, yo por ejemplo, que ni subido al otero soy capaz de ver más allá de la línea del horizonte sin equivocarme al imaginar lo que hay, pese a que sea tan parecido a mi entorno actual. -
Una ciudad pequeña se distingue de otra grande en que en ella, en la pequeña, la mayoría de las personas, o por lo menos muchas de las personas con que te cruzas por la calle tienen nombre y apellidos o por lo menos un apodo, un mote, un alias que las identifica, y otras tantas te suenan a ser hijos o nietos de alguien con nombres, apellidos o mote, alias o apodo. La ciudad pequeña tiene por añadidura muchos rincones que podrían servir de refugio a tus diferentes estados de ánimo, y casi sin pensar, subconscientemente a veces, tus pasos te llevan a un lugar u otro, un clima, un territorio, el sitio donde encontrarás aire respirable o compañía que suele pensar como tú o de modo diametralmente opuesto, ofreciéndote, en este segundo caso, la posibilidad de mantener incruentas polémicas mediante que el violento chorro de tu adrenalina se dispersa y te vacías de la mala uva, la mala leche, la tristeza, la melancolía a que te había llevado algún fracaso de tu capacidad de amor o de entusiasmo.

En tono menor, ya van el pueblo y la aldea, Muchas veces he repetido que los pueblos, con frecuencia, se acomodan a uno de dos tipos, sobre todo según se miren, sin profundizar demasiado o a fondo, en pueblecitos azorinianos y villorrios faulknerianos, según te parezcan engañosos paradisíacos remansos de paz y estética folklórica o lugares donde las personalidades de gente que se conoce casi tan a fondo como los familiares de cada familia se conocen entre sí, chocan, se rozan, salpican y contagian procurando en multitud de ocasiones herir a fondo justo donde más duela, que de seguro se sabe por cada antagonista.

Y mira que sería fácil, conociéndose –sobre todo a uno mismo, capaz de cada gesto de ternura o de cada atrocidad en que incurra cada otro-poner los cimientos de una buena amistad, cooperar recíprocamente, quererse. Ya lo dijo aquél: “video meliora, proboque …” etc.-
Sucesivamente, los caminos, la primera nieve, la niebla, la noche más noche de Castilla, la Capital y la Ciudad, capital más pequeña. Los caminos lo son siempre. Todo es camino. Incluso el descanso, sentado al borde, vagabundo cansado, predicador sin palabras, viajero que ha olvidado ya todos los destinos, por viejo o por escéptico, o tal vez por soñador, todos son caminantes, por más que en un momento, tu paso o la fotografía indiscreta del espectador, los asemeje a estatuas, esfinges, junto al camino. Aquella noche, esta noche, sin embargo, se me antoja la más oscura que atravesé nunca en Castilla, que es ámbito de noches oscuras, cuando no hay luna. Hacían los faros desgarraduras largas, pero a uno y otro lado, como nunca, estaba lo más ominoso de la noche, la apariencia de haberse acabado todo y estar entrando en lo desconocido, aunque no fuese más que, remando a pareles, con la imaginación y el miedo.

La Capital me engulle, desértica, en ese paisaje igual de una multitud de caras desconocidas, que, inexpresivas casi siempre, van a lo suyo con el mismo aire de obsesión. Y sin embargo están las mismas piedras con las que puedo conversar y pintar, como un niño con tiza en la acera, los recuerdos. Repetir los nombres, vuestros nombres, recordar aquellas caras jóvenes, atentas, llenas de proyectos, sueños, ambición. Cierro los ojos y estáis tan cerca precisamente en esta esquina, que temo que nuestras manos vuelvan a tocarse y algo o alguien nos condene o nos permita el gozo de estar todavía en aquel entonces, pero tener que repetirlo todo, porque estoy convencido de que el día que el hombre construya la máquina del tiempo, deberá, como castigo, repetir lo mismo, seguir exactamente la misma huella que dejó, puesto que la historia que recorra, a menos que viaje al futuro y allí no encontrará más que el proyecto de la materia de los sueños, será la historia que ya está transcurrida, y no cabe más que releerla. Lo que sí, que con la imaginación, desde esta esquina precisamente, cuando das la vuelta, puedo extender la mano, coger la tuya e imaginar otras palabras que quedaron sin decir.

Abro los ojos y estamos rediscutiendo sobre el mismo irreductible afán de discutir en que, otros y yo, llevamos casi tantos años como los israelitas de Moisés en el desierto. Y nos pasa como con la máquina del tiempo, que ya sabemos de memoria los argumentos y como Sísifo, asimismo seguimos la falsilla, recorremos el lendel, perseguimos al caballito del tiovivo que nos precede con el mismo entusiasmo del primer día. Conscientes de que es inútil y convencidos de que hay que intentarlo. Humana condición, es sin duda la del hombre.

martes, 28 de octubre de 2008

La inmensidad es como una iglesia vacía, o, si prefieres, no hay modo de explicar el concepto de inmensidad mejor que llevando al interlocutor a una iglesia vacía. La iglesia –en su acepción del templo, como lugar de encuentro, comunicación y recogimiento- tuvo siempre la vocación de recibir a todos los habitantes de cada pueblo, cada ciudad. Altura de bóvedas, cúpulas y techos donde resonarían la voz y la palabra, el cántico y la música. Ahora, durante muchas horas, son espacios vacíos, enormes espacios vacíos en que el aire, además de un vago perfume de incienso y de cera caliente, huele a humedad o a polvo. Contrasta mi recuerdo del Sábado de Gloria, lleno de luces y cascabeleo y retiñir de campanas, campanillas y campánulas alrededor del gloria cantado por un coro entusiasta, con esa lucecilla del sagrario, apenas un atisbo de esperanza o un mortecino recuerdo, en cualquier caso la brasa aún encendida como una llamada en la oscuridad, a través del silencio. Afuera, casi toda la humanidad dispersa, enloquecida de prisa, herida de soledad recíproca, que no entra aquí si no es en rebaño de visita guiada a que alguien desgrana historia, características, leyendas de cada piedra, cada imagen, a veces grotesca en la ternura del esfuerzo de expresividad de un atormentado artesano. Escuchan como si les estuvieran contando las vicisitudes de un imaginario reino de otro planeta de otra galaxia. Es tremendo que Dios nos haya concebido y creado con la capacidad de negar que Dios existe, pero más tremendo todavía y desde luego conmovedor, es que haya permitido que su existencia no pueda demostrarse, de tal modo que al final puede que sea indiferente creer o no y a todos nos proporcione el mismo destino y para ello haya tenido la caritativa previsión de permitirnos de antemano que nos justifiquemos, a partir de nuestra frágil debilidad, con la posibilidad irremediable de dudar. -

lunes, 27 de octubre de 2008

Me dan coraje esos críticos que te cogen los versos de cualquiera y los destripan y desescaman como si fuesen peces muertos, que si paralelismo, que si estructuras, que vamos a desplumar el faisán, hace poco una ráfaga de fuego, ahora recién cazado, exánime y habrá que desplumarlo para comer aderezado con el comentario del esfuerzo del cazador, que ha madrugado esta mañana para cazarlo al paso. Ayer el poeta, tirando a provenzal, cantaba de oído su amor recién muerto y hoy le escanden cuentan las vocales y examinan si hay algún palíndromo, una repetición o se ha colado alguna palabra que suene como un duro falso, de aquellos de plomo, que la abuelina pesaba, medía y contaba contra el mármol de la mesa de la cocina, a ver si le habían metido uno de matufia a la cocinera, al hacer la compra en el mercado, en la carnicería o aquella lagartona de la tienda de al lado, que buena estaba ella para que le timasen un duro de cinco pesetas con la efigie de don Amadeo, apenas rey de las Españas, efímero monarca de importación, que le hacían imitaciones de los duros, imitaciones de plomo, como churros –decía la abuelina, sin duda exagerando, que le habrán hecho unos cientos, que sonaban plof, en lugar de retiñir contra el mármol de la mesa de la cocina. Volviendo a los críticos esos, luego se van tan campantes, una vez hecha la autopsia del poema, que tiene por cierto el privilegio de sobrevivir a sus manejos y seguir cantando y diciendo, más allá de las palabras que contiene, el tono sutil, la voz entrecortada del sentimiento. -
Soy una gota única,
y todas las de lluvia
caídas desde que el mundo existe y rueda,
llevo en mí el reino de las hadas,
la primavera
y ese olor a tierra
mojada del otoño
cuyo recuerdo permite remontar la estación fría,
asomarse
más allá del umbral de la muerte,
soy una gota de lluvia, un beso
que pone la nube en los labios verdes de la tierra
y en los labios de espuma de la mar,
soy la vida
y tal vez la muerte,
una miserable gota de lluvia,
tal vez una esquirla
de la porcelana azul del cielo
rozada por el ala
de una golondrina o de la alondra del alba.
Hay casi todos los días un hombre en la peatonal, que toca muy mal, pero afanosamente y se advierte que por tal necesidad que provoca una gran ternura. Sonríe siempre y agradece que se le echen unas monedas en la funda del instrumento que pone ante él en el suelo. Es, con toda seguridad, un emigrante del este de Europa, ni muy joven ya ni muy viejo todavía y es evidente que afronta con una sonrisa a pesar del esfuerzo que le supone tocar el violín de oído, obteniendo un curioso efecto de recordar la melodía y advertir sin embargo que no es más que, si acaso, un remedo, una caricatura de esas que se hacen sin propósito de herir, es más, admirando al modelo, su situación y la inevitable nostalgia que es de suponer le aflige cuando se retira al desconocido lugar donde habrá establecido, supongo que con otros emigrantes o con su familia, o tal vez solo, su hogar provisional, como una de las tiendas de campaña en que hace tanto vivían nuestros ancestros nómadas. Le he cobrado afecto a este improvisado músico, últimamente asociado a otro que toca desmañadamente una vieja guitarra y se limita a poner rasgueo de fondo a las estropeadas, pero entrañables piezas del violinista, que se atreve incluso con la música de los más populares de los clásicos. Siempre que paso, procuro dejar algo en el montoncillo de monedas que se va formando en la funda del violín. Ha sido cruel, este recién pasado siglo XX, que ha sacado a empellones a la gente de sus hogares y la ha echado, cruzando el ancho océano de las nostalgias, a las islas desconocidas donde los nativos los miran frecuentemente con desconfianza. Traen por lo menos un modo distinto del nuestro de hacer las cosas habituales, que poco a poco van incorporando con increíble paciencia a la que en un futuro próximo será una más rica cultura mestiza. En una pesa que el progreso de la humanidad tenga que hacerse a veces por medio de tanto dolor y tanta tristeza de tantos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Entre tanto holograma, tanta cosa virtual, tanto disfraz, ciencia ficción y cosas que se dan por supuestas, resulta cada día más difícil saber si queda algo cierto, real y como es y que no se haya por lo menos desnaturalizado en el cada vez más frecuente afán de hacerlo todo más blando, manejable y digerible, apenas queda memoria del sabor de la leche de vaca o del pollo de aldea.

Casi somos ya incapaces de desbrozar aproximaciones a la verdad a partir de las desviaciones retóricas mediante que nos la disimulan a base de eufemismos, y cuando alguien quiere resultar sincero ya no sabe como elaborar su mensaje para que atraviese el tejido de palabras que nos agobia.

Días hay que parece que llueven palabras y se arremolinan en torno nuestro hasta ensordecernos en una especie de ojo de huracán a que el subconsciente nos reduce y donde el exceso de ruido permite que se condense el silencio del escepticismo.

sábado, 25 de octubre de 2008

Hemos crecido tanto los humanos en número que ahora resulta prácticamente imposible, de acuerdo con los sistemas ideados y puestos en práctica hasta el momento, que intervengamos de modo efectivo y eficiente en la organización, gobierno y representación de nuestro grupo social.

Nos movemos en un mundo de decisiones virtuales, manipuladas en origen por los especialistas y adoptadas por un escaso número de personas.

Los elegidos dan durante su mandato por supuesto que sus electores estarán de acuerdo con los acuerdos que tomen durante el mandato, pero lo cierto que muy pocos de esos electores conocen, han leído o entendieron el programa electoral de cada formación política y muchos, por lo menos muchos de los que yo conozco de cada tendencia, no votan ni idearios ni programas, sino siglas, sin saber a ciencia cierta y en detalle, cuáles son las soluciones concretas que cada una propone aportar para mejorar las condiciones de vida del común.

Se da, creo yo, la paradoja de que cada vez sea más complicada la administración, más compleja y numerosa su dotación de personal y medios, y eso, en vez de proporcionar un bienestar mayor y una mayor facilidad de resolver las circunstancias que rodean la vida de cada uno de nosotros, nos las dificultan, complican y convierten en tortuosas sendas erizadas de prohibiciones y fuertes sanciones, reveladoras a mi juicio de que se educa peor y como consecuencia es más tarde necesario corregir más y con mayor dureza, procedimiento en que hay ocasiones en que la vigilancia y el castigo obsesionan de tal modo al grupo que se corre el riesgo de castigar como culpa o negligencia lo que es un simple error, tan frecuente en los falibles humanos que somos.
Cuando las muchachas en flor de mi juventud
eran muchachas en flor
me contaron mil y una noches
mil y uno de sus sueños, me dijeron
cuáles eran sus canciones favoritas,
los colores que amaban,
la música
que aceleraba la taquicardia
de su corazón.

Cuando aquellas muchachas en flor,
que velaban el brillo de sus ojos
y acariciaban al dejar de mirar
eran muchachas en flor
yo tenía como ellas el corazón lleno de sueños,
y estaba, me parece recordar
ávido
de iniciar todos los caminos posibles: el de Santiago,
el de Roma, a que llevan todos los demás
y el de Jerusalén.

Hace tiempo que he dejado de ver
a las muchachas en flor en el jardín
donde ha acampado el otoño, se pone el sol
a casi todas horas
y quedan, nada más,
en un rincón, el reino de las hadas
y entre el follaje del haya, los pájaros,
que he dicho muchas veces que son seminaristas de ángeles
o tal vez ángeles castigados
como lo han sido, por el tiempo,
aquellas muchachas en flor
que durante toda mi juventud
lo fueron con aquel entusiasmo.

viernes, 24 de octubre de 2008

Recuerdo haber sido un niño,
solo que los niños de mi barrio, de mis años de niñez,
apenas tenían tiempo de serlo
mientras se preparaban para ser héroes de una guerra
que jamás fue suya,
pero, como su madre,
también los llevó en las entrañas. Recuerdo
que confundíamos la guerra con la paz,
llegamos
a pensar que aquél era el estado natural del hombre,
y nuestro probable destino
morir heroicamente.

Recuerdo haber sido un niño entre otros niños,
disfrazados
de guerreros. Hasta los Reyes Magos
se contagiaron
durante varios años
del mismo ardor guerrero que nosotros
y nos trajeron cascos de cartón,
ametralladoras y fusiles de palo
y cañones, para que participásemos
del ensayo general de cada día de guerra,
del sufrimiento de la retaguardia,
del hambre subconsciente de paz,
que ignorábamos.

Recuerdo haber sido un niño a duras penas,
casi sin lograr serlo.
me lo acaban de recordar ahora
y no puedo creer que se atrevan
con tanto niño de verdad alrededor, con tanto
afán de amor y de alegría
con que corren los niños en el parque
en este mismo momento
a usar de la memoria
para hacerles llorar otra vez aquellas lágrimas
que se estaban a punto de secar
en la madrugada
de su ilusión de niños
que a Dios gracias no saben nada real de las guerras.
Cada instante es un privilegio, en cuanto supone que el copo de vida que nos corresponde, permanece unido a este cuerpo de usar y tirar que permite a los sentidos remitir a nuestra máquina de interpretación las sensaciones.

Y más en cuanto disponemos de muchos días para apreciar los detalles que es probable se puedan experimentar en uno solo. Si te fijas –me dijo una vez uno de mis maestros-, todo cuanto pasa a lo largo de una vida de las que llaman largas, cabe en el transcurso de un día, y lo que ocurre, añadí yo atrapado en la idea, es que disponemos de más días para tener ocasión de que nuestro sistema ensaye reacciones distintas o profundice en las que prefiera de todas cuantas disfrute o sufra.

Por ejemplo los matices de una alborada o una puesta de sol.

El amor, el dolor, los incontables motivos de alegría o los numerosos matices de la tristeza.

No recuerdo lo que hubo antes, considero inimaginable lo que habrá después, pero considero un inconmensurable privilegio éste de estar vivo
Imagino
haber perdido todo cuanto estorba
a ser sin más,
ni el adorno de la luz dispersa en los colores,
ni el tacto,
que es preludio de la eternidad del amor,
ni escuchar, sólo entender
el sonido,
haberse convertido en lo inmóvil
y el miedo se me muere en las manos,
latiendo
igual que el mínimo corazón de un pájaro cautivo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Creo que el intercambio mediante que se cede moralmente por razones económicas podrá hasta ser alguna vez justo y hasta equitativo, pero es siempre mezquino y reprobable. En lo ético no caben –según mi criterio- otras razones ni motivaciones que las éticas, imposibles de valorar ni de manera aproximada en dinero o bienes, por inmateriales que estos bienes conceptualmente sean. Estimo que lo que debe hacerse o dejar de hacer por criterios morales acordes con la propia conciencia no puede admitir el concepto de contraprestación material, ni siquiera con el disimulo de atribuir a tercero el beneficio, ni siquiera cuando el tercero lo necesite. Sólo pueden retribuirse los servicios, pienso nunca cabe pagar lo que se hace por deber moral. Es más, opino que lo que se hace o deja de hacerse por deber moral no es ni siquiera susceptible de agradecimiento del beneficiado. -
Tener o no tener el alma quieta.
haber muerto, tal vez,
sin saber que esto que tengo ya no es vida
sino
cuando más
un sueño.

Haberte conocido
cuando me es imposible aprender las palabras
con que mentirte amor cada mañana,
saber
que ya no hay nada más que decir
y sólo falta
escuchar la sentencia.

Saber
que todo
podría haber sido diferente,
pero que
repetirlo
sería volverlo a vivir todo igual.

Y más larga mi condena
como reincidente.
Hay con quien descubres sorprendido que simpatizas sin conocer, y la experiencia añade que cuando tal ocurre, el sentimiento suele ser recíproco y debe ser que la parte de afuera del alma íntima, que hay quien dice que nos rodea como una especie de aura, es capaz de relaciones que no escapan al subconsciente. Pienso en consecuencia que hasta podríamos enamorarnos de alguien antes de saberlo o incluso sin enterarnos nunca, y así podríamos haber sido protagonistas de historias como las legendarias y amantes de mujeres que nos habrán querido locas de amor, o nosotros a ellas. Y podríamos haber tenido desconocidos amigos, que pasen de esos como mucho cinco o seis que son los únicos que conscientemente lo son en una vida, por muchos otros que de modo superficial lo hayan aparentado, acompañándonos durante algún tramo del camino.

Habría entonces una vida como un iceberg, en su mayoría oculta bajo las aguas donde no penetra la luz del pensamiento consciente, que asoma de modo ocasional como la punta de dicho iceberg mientras soñamos y nos movemos por ese territorio del surrealismo onírico en que todavía suelen estar vivos los muertos y los vivos, sin embargo, ya no lo están a veces, o, de tan inquietantes modos, somos capaces de volar o incapaces de salir de un laberíntico palacio.

martes, 21 de octubre de 2008

Recurre el Ministerio Fiscal un auto del Juez, con briosa energía, dureza jurídica y los que me parecen sólidos fundamentos legales y jurídicos. Hay que cerrar el desván, porque la memoria, además de víctimas, héroes y mártires, está llena de culpables y sería el cuento de nunca acabar que se iniciase la escalada de tu culpa y la mía, y menos con criterios de ahora, que no sirven para valorar los hechos ni los actos de entonces.

Transcribo porciones de “memoria histórica”, de la biografía que estoy leyendo: “las bibliotecas son almacenes del pensamiento burgués, montones de basura, legajos de mentiras. Esto, nada más, es lo que se quema. Esto y nada más. Hay que seguir quemando hasta el último documento de propiedad o privilegio.” “En medio de una situación de expolio, saqueo y quema de conventos e iglesias, así como de asaltos a domicilios particulares, los archivos eran considerados por algunos de los sectores más revolucionarios la legitimación del orden establecido que se quería aniquilar y, por consiguiente, uno de sus blancos preferentes.”-

Hay páginas y más páginas escritas, que detallan datos tan espeluznantes como éstos, pero referidas, además, en otros casos y ocasiones, a personas. Se llegó a matar para liberarse de deudas o para satisfacer envidias de mínimo calibre y alto voltaje pasional. O, sencillamente, para acallar voces que disentían del pensamiento del asesino.

Es frecuente que seamos un paisanaje apasionado, maniqueo y propicio a la envidia, a que Fernando Díaz Plaja otorgó como triste privilegio el de destacarse entre los pecados capitales de los españoles. Mejor, en mi modesta opinión, dedicar mayor esfuerzo a convivir que a confrontar.
La lluvia nos echa de la calle. Brotan, cabezones vacíos, calabazas de broma, los paraguas. El paraguas resulta casi siempre de usar y tirar. Se te olvida en cualquier paragüero. Deberían inventar alguno cuyo puño de cabeza de perro o de caballo ladrase o relinchara cuando nos ve marchar y se nos olvida, rozando su piel negra con la variopinta, multicolor de otro de señora, en el paragüero de la cafetería. Los paraguas gustas de esta promiscuidad súbita, que seguro que ls hace la vida más agradable, después de tiempo en el viejo cilindro de latón de casa, donde no hay más que rezongones paraguas viejos, con la piel rasgada y las varilla rotas. Cuando niños, que escaseaban los juguetes y abundaba el ingenio, con esas varillas hacíamos arcos y flechas. La punta de las flechas se aguzaba con papel de lija gruesa. Menos mal que no disponíamos de reservas de curare. Excusado es decir ya ahora que hoy ha amanecido lloviendo esa lluvia mansa que flota en el aire y se respira. Todo está húmedo. Incluso los pensamientos que voy desgranando. Le llaman chirimiri unos y otros orballu, llovizna algunos y muchos calabobos. ¡Si seré bobo que con lo que está cayendo salgo a la calle! Cuando podría seguir con cualquiera de los libros que tengo empezados a la vez que corrijo las pruebas del que quiero publicar este invierno. El diseñador ha hecho algo original. A ver si va a resultar que es como una calabaza, también, Mucha apariencia, pero dentro el vacío sideral.